éxico es un país en donde existe una gran pluriculturalidad, una nación donde se generan y desarrollan culturas por las clases sociales, los grupos étnicos, los sectores de trabajadores, las agrupaciones internacionales, etcétera. Por lo común, este enorme acervo de opciones culturales es negado por los grupos dominantes, especialmente por los medios de comunicación a su servicio.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) se creó en plena efervescencia social del gobierno cardenista, en 1939, para salvaguardar el patrimonio cultural de México. Conforme a las leyes que rigen su desempeño, se reconocen como núcleos de ese patrimonio entornos como monumentos prehispánicos y coloniales, el llamado patrimonio tangible
. Es evidente, por lo demás, que el patrimonio cultural es mucho más amplio; lo constituyen todos los bienes materiales, remembranzas de acontecimientos históricos y señas de identidad que proporcionan a los pueblos una memoria histórica que se sirve del pretérito para aportar un sentido al presente y sentar las bases para un futuro de más numerosos y ricos logros culturales.
Un templo maya es parte del patrimonio cultural, pero también lo es un conjunto de artesanías michoacanas o la canción cardenche de Coahuila.
De 1939 a la fecha, gran parte de la indispensable labor del INAH se ha sostenido gracias al trabajo de los investigadores de la institución, que se desempeñan en sus diferentes especialidades como antropólogos sociales, etnólogos, arqueólogos, antropólogos físicos, historiadores, lingüistas y en otros campos.
En los años 70, el director del INAH, el famoso antropólogo Guillermo Bonfil, elaboró con varios de sus colaboradores un proyecto de política de investigación muy adecuado a los requerimientos de la indagación antropológica. Ese proyecto pronto fue abandonado. ¿Por qué? Porque el INAH cayó en las redes del Chupacabras neoliberal.
El neoliberalismo es la doctrina de un capitalismo voraz, rapaz y contumaz en sus modos y acciones. En su seno todo se compra, vende, subasta y alquila. Expresa el dominio de Mammon y la resurrección del becerro de oro.
El Estado neoliberal mexicano, sobre todo a partir de los años 80 del siglo pasado, ha tratado de transformar al INAH, y a todas las instituciones del país, en instrumentos de una infición mercantilista, convirtiendo a los mismos monumentos históricos en escenarios infrahollywoodenses para el lucimiento de artistas, artistillas, maromeros y payasos de toda índole.
Aunado a todo ello, ha alterado gravemente el contenido simbólico de los mismos elementos del patrimonio, respondiendo así a demandas particulares de grupos minoritarios pero con un poder protuberante. Así, por ejemplo, se han creado pastiches y removido estructuras que han vaciado de su valor arquetípico a varios monumentos, como ha sucedido con los fuertes de Loreto y Guadalupe, en Puebla (coincidiendo con las proclamaciones de algunos intelectualillos neoliberales que han pretendido restar importancia a la batalla del 5 de mayo de 1862, suceso básico en la historia de las luchas antimperialistas en el mundo), se han producido algunos daños a zonas arqueológicas de Monte Albán, Atzompa, en Colotepex, en Oaxaca, en el estado de Morelos, en la zona arqueológica de Tzintzuntzan, en Michoacán, etcétera.
Sumado a todo ello está el hecho del abandono a la tarea sustancial del INAH: la investigación, ya que como han denunciado varios investigadores, sólo 10 por ciento de los recursos de la institución se dedican a ese rubro. Además, los trabajos de los investigadores se ven dificultados por la carencia de una infraestructura adecuada a sus labores; en varios centros del INAH, sobre todo en la provincia –sin que ello signifique que en la capital mexicana no haya enormes carencias– faltan acervos de bibliotecas, computadoras, espacios propicios para actividades académicas y de investigación, hay redes telefónicas deficientes y un gran etcétera.
Varios de los compañeros que dirigen dependencias del INAH son personas competentes y de valía. Pero en otros muchos casos se ha nombrado directores y coordinadores por recomendaciones y palancas
, sumados a la ofensiva neoliberal contra el patrimonio, y en este contexto, quienes están por convertir a los monumentos y sitios en Disneylandias del quinto mundo han sido avalados por la dirección del INAH, encabezada por el embajador Alfonso de Maria y Campos. Por todo ello es plenamente justificable la movilización nacional de protesta por parte de los investigadores, arquitectos y trabajadores administrativos, técnicos y manuales del INAH en contra de la degradación de la institución.
Es grotesco que la principal institución responsable de salvaguardar el patrimonio cultural del país atente en contra de esta misión. Honra a los colegas y compañeros investigadores, arquitectos y trabajadores protagonizar tal movilización.
El director del INAH ha tratado de minimizar esta explosión de los trabajadores alegando que se trata de un pequeño grupo y de pleitos entre sindicalizados
. Por supuesto, ello no corresponde a la verdad. Los acuerdos para las movilizaciones se han tomado en asambleas generales. Investigadores eméritos han apoyado el movimiento, así como varios sectores de la sociedad civil. Organizaciones y personalidades en el ámbito internacional también han mostrado su solidaridad. Ciertamente, no han faltado algunos trabajadores apáticos y oportunistas. Entre ellos varios aviadores que no han apoyado el movimiento debido a intereses muy particulares; ello es también un resultado de la decadencia del INAH.
Ignacio Manuel Altamirano, el gran liberal mexicano que en el siglo XIX combatió con denuedo el dominio arbitrario de la jerarquía católica, declaró en una ocasión que si se perdía el culto a la Virgen de Guadalupe, se perdería también el rastro y memoria de los mexicanos. Lo mismo vale decir en relación con el patrimonio cultural: si permitimos que se prostituya y que incluso desaparezca, desaparecerá también México, que quizá se convierta en una especie de semicolonia de las grandes potencias, y en especial de la que se halla al norte de nuestro país. Combatamos férreamente ese despeñadero que nos puede llevar al oscurantismo.