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Ante un Auditorio Nacional repleto, el músico recorrió su repertorio con 35 canciones

Óscar Chávez llenó de contento a sus fans con concierto quinceañero

Abrió su presentación de casi tres horas con No salgas niña a la calle y cerró con Yo no lo sé de cierto, de su amigo Jaime Sabines

Por ti fue el clímax de la velada del sábado pasado

Foto
Óscar Chávez, acompañado de Los MoralesFoto Yazmín Ortega Cortés
 
Periódico La Jornada
Lunes 27 de agosto de 2012, p. a12

En su velada de quinceañero en el Auditorio Nacional, el cantante y compositor Óscar Chávez interpretó el pasado sábado 35 canciones de su repertorio que fueron de lo tradicional a lo de raíz, de búsqueda, romántico, picaresco, paródico, amor profundo, contenido social, hasta la poesía, maderas, arpa y guitarras, que dejaron pleno de alegría al público.

Verdaderos ríos humanos abrieron su cauce rumbo a las entradas del inmueble de Reforma; los revendedores pululaban, los vendedores pregonaban objetos como tazas, dijes, plumas, chamarras, camisetas con dibujos de Rius, cedés piratas con la discografía completa, desde sus días en Polygram hasta los de Pentagrama, con imágenes en las que las grandes patillas del cantante llamaban la atención de sus seguidoras.

A las ocho en punto, según lo anunciado, se apagaron las luces y el respetable, que atiborró el espacio, lo recibió con aplausos y gritos de ¡Óscar, Óscar, Óscar! Algunas mujeres, muchas de edad madura, algunas en grupo, exclamaban ¡Mi amor!, y otras frases que exaltaban el imán, el magnetismo del llamado Estilos de la película Los Caifanes, de Juan Ibáñez.

Con Los Morales, como hace tres lustros

Dentro del Auditorio estaba a punto de vivirse una experiencia musical única, pues Óscar Chávez es uno de los pocos músicos que pueden llevar un repertorio muy amplio y variado e ir diversificándolo cada año. Como siempre, en una silla y frente al atril, cantó durante casi tres horas. Abrió con No salgas niña a la calle, alegre y rítmica, con coplas que provocaron aplausos. Siguió con Nunca más. Gracias por venir, una vez más. En esta ocasión me acompañan, como desde hace 15 años, los chambelanes, Los Morales, perdón, los padrinos.

Anunció que cantaría el bolero Un siglo de ausencia, que fue coreada por miles y en algunos casos casi al punto del murmullo, en medio de recuerdos, que sobrevienen cuando una melodía engancha un pasaje de la vida personal y una melodía. ... La vida inclemente te separa de mí y un siglo de ausencia voy sufriendo por ti, dice la letra, y un requinto hace que el corazón altere su ritmo.

Como desde hace muchos años, en esta ocasión, por medio de gritos, se pedía al músico una serie de sus éxitos. Los acordes de La niña de Guatemala crearon una emoción colectiva, aplausos y recuerdos ceceacheros o universitarios se despertaron. Esta es una de las piezas más fuertes en la historia profesional de Óscar Chávez y el público se levantó de sus asientos para rendir tributo con el alimento del alma de los artistas: los aplausos. La voz del cantautor se escucha laberíntica, cavernosa, grave. La niña de Guatemala, la que se murió de amor. El ¡Ay! y los ¡ah! se repitieron como ecos en una cueva de Julio Verne. Las estalactitas cayeron con sus puntas peligrosas y la metáfora rebotó en los cerebros, porque con esa canción se volvieron a pisar los caminos de la juventud, de la entrada a la conciencia de cada quien. Tal es la fuerza que una canción puede tener, al grado de ser un peligro para el corazón, que puede sucumbir al remover aquello que Freud situaba en el inconsciente.

Siguieron Dos gotas de agua, El cerillazo, que trata sobre un amor efímero, que se apagó con un soplo pequeño, casi de último aliento. Trata del amor fallido, del que muchas veces marea, que no es real, pero que sí es causa de que algunos amantes se vayan con la finta. Bien dice la canción que cuando una pasión domina hace que se recorran distancias kilométricas sin medir el tiempo.

Se escuchó la tropicalona La habanera y prosiguió con una parodia al ritmo de La bruja, en la que ironiza sobre la figura de Elba Esther Gordillo, la líder del Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación. En la letra, la supuesta bruja no chupa la sangre como en la original, sino algo más grave, la educación. Las risas por el saber colectivo de un sindicalismo guiado por intereses comparsas, según el gobierno en turno, cundieron al punto de la carcajada.

Un giro hacia un bolero que lo ha significado en su carrera: Perdón, que todos cantaron o por lo menos tararearon. Algunas parejas se tomaron de la mano y matrimonios viejos reverdecieron laureles. Una vez más, parejas reforzaron su relación. Habrá mañana. Así siguió el concierto, con la cadena de éxitos cuyo gusto se ha transmitido de abuelos a nietos. Óscar Chávez ha destacado que ya canta a una tercera generación de mexicanos. La Llorona, una de sus interpretaciones más sensuales, por la letra, que refiere un amor idílico, de cuerpo y sangre.

En la retahíla de temas que se encuentran en el gusto colectivo, llegó otro clásico: El charro Ponciano, alburero y hasta para algunos algo grosero, pero más bien tiene un sentido sincero. Asco le tengo a los pesos y también a los tostones, pero más asco le tengo a esta bola de cabrones.

Se fueron Los Morales y por unos minutos lo acompañaron músicos dirigidos por Mahuel, quien hizo posible oír un clásico mundial, Cambalache, tango argentino que es crudo, pero realista, porque habla del mundo tal cual es, sin mentiras y con todos sus intereses, de porquerías de defectos que se unen en el tiempo y que son siempre los mismos. Todo es un cambalache, un no cambio de situaciones.

En adelante, Óscar Chávez cantó algunos tangos y creaciones del repertorio mundial. Adecua su voz y no desentona para nada. Se oyeron Qué, Pasional, Será mañana, José María, Pájaro de rodillas y Maldigo del alto cielo.

Regresaron Los Morales y cantó Siempre me alcanza la danza, de su disco Chiapas, que presentó hace 10 años en Oventic. Para ellos, de quien no sabemos cómo están porque no hay noticias. Tal parece que no existieran. La letra es fuerte y refiere los engaños del gobierno en las mesas de diálogo.

La protesta

Siguió Se vende mi país, de su autoría, en la que habla y denuncia la venta del patrimonio nacional y sus implicaciones espirituales. Continuó con unas norteñas de bajo sexto, acordeón y la redoba, con Polvo de ausencia y Prisionero de tus brazos. Siguieron otras, como sones, para decantar en la añoranza revolucionaria con Hasta siempre, sobre el guerrillero Ernesto Che Guevara. Ese fue el momento de reforzar convicciones. Cuando se escuchó Por ti llegó el clímax y se tuvo conciencia de que el amor tiene caras muy dolorosas, absorbentes, tristes, pero necesarias para aprender a vivir. Macondo hizo del foro un todo uniforme, en el que el recuerdo de Gabriel García Márquez alcanzó niveles de lo real maravilloso.

Ya la noche amenazaba con su ausencia de servicios y el Metro estaba en riesgo de perderse, pero entre Óscar Chávez y el público hubo una complicidad que alargó el concierto. Con un pié afuera y otro dentro, el público escuchó Flor de azalea, de Manuel Esperón. Algunos se enfilaron hacia las salidas, pero los más se quedaron para escuchar de nuevo un poema musicalizado por Chávez: Yo no lo sé de cierto, del poeta Jaime Sabines. Ambos, cantor y poeta, fueron amigos. Yo no lo sé de cierto..., que habla de cómo un día un hombre y una mujer se encuentran y extienden ese momento para siempre.