rance Culture, radio escuchada por una minoría interesada en la cultura, consagró este miércoles a México durante una semana dedicada a América Latina, donde se han escuchado las voces de Borges y Carpentier.
Después de una grabación de Antonin Artaud, figura emblemática cuando se pretende hablar de un artista francés en México, olvidando la visita de André Breton y tantos otros escritores, pero que sirve siempre para satisfacer la aspiración cultural, los realizadores hablaron de relaciones comerciales, con los debidos elogios de las instituciones francesas en México, para terminar con un debate sobre la anulación del Año de México en Francia.
La arrogancia que dio lugar a esta anulación, para empezar del ex presidente francés, Nicolas Sarkozy, al suponer que podría sustituirse a la soberanía mexicana, ha desaparecido casi por completo.
Puede lamentarse, no obstante, que, en una emisión que pretende contribuir a descubrir México y su cultura a los auditores franceses, la mayor parte del tiempo haya sido monopolizada por la discusión de un triste asunto de derecho común, a causa del cual políticos y diplomáticos se enfrentaron sólo para llegar al más estéril fracaso. ¿Es importante recordar que presidentes, cuyos nombres, como los del rey don Juan y los infantes de Aragón evocados por el poema de Manrique, ya han sido olvidados, pueden ser dañinos para su propio país? Es una evidencia que no merece todo un debate. Sobre todo si el debate es confuso.
Por suerte, la directora del Museo del Papalote, así como Philippe Ollé-Laprune y Jean-Noël Jeanneney (quien aludió al dossier inatacable y abrumador sobre Florence Cassez, según el propio consulado francés cuando le fue presentado por las autoridades mexicanas), estuvieron presentes y supieron encontrar las palabras claves para aportar precisiones y poner las cosas en su debido lugar. Esto habría sido suficiente antes de pasar de inmediato a otra cosa, pero la polémica politiquera parece interesar más que la cultura, incluso en France Culture.
No hubo palabra alguna de un verdadero creador. El nombre de Juan Rulfo fue ignorado por completo, como el de Rufino Tamayo o el de Francisco Toledo y tantos otros. Finalmente, si hubo quien escuchó el programa con curiosidad y deseos de conocer otra cultura, pudo sentirse extraviado, pues no fue cuestión de México ni de mexicanos, artistas o no. Se trataba del reconocimiento que México y los mexicanos deben a Francia.
Si se evoca el cine, se habla de François Truffaut... cineasta mexicano como se sabe. Decididamente, el complejo de superioridad no concierne sólo a los presidentes. Hay siempre un burócrata para elogiar la superioridad de sus superiores, sirviendo en apariencia a sus coterráneos, con ese viejo tono que no es sino una prolongación del espíritu colonial: el se tiene confianza en la justicia mexicana
un elogio acordado para ser mejor obedecido.
Nada más trivial que eso, la simple rutina. ¿Por qué hacerse ilusiones? La cultura se ha convertido, hoy, en la propiedad de funcionarios que hacen de ella un medio para ganarse, con creces, el pan de cada día, y se preocupan sobre todo de conservar su puesto y asegurar su carrera.
Los artistas y los creadores sirven de pretexto. A veces secuestrados, verdaderos rehenes, como lo fueron por los políticos cuando la anulación del Año de México en Francia, en otras ocasiones instrumentalizados
por la más rentables generosas causas.
Así todo va de la mejor manera en el mejor de los mundos, como bien decía el Candide de Voltaire burlándose de las ilusiones del filósofo Leibnitz, ¿Voltaire no tuvo acaso la sabiduría de no hacerse ninguna ilusión? Ni sobre los filósofos ni los escritores ni los reyes ni la especie humana.
Si Voltaire tuviese hoy la paciencia de escuchar los medios de comunicación, tan sofisticados, del mundo entero, se escucharía su risa. ¿Este pesimista no fue el más sonriente pesimista, única manera de sobrevivir cuando se piensa?