a teoría mimética es el tema del coloquio internacional que se llevará a cabo en la Universidad Iberoamericana y luego en San Cristóbal las Casas, los días 28 y 29, y 30 y 31 de agosto, respectivamente, con el propósito de seguir construyendo caminos de paz en el mundo.
Se trata de un modelo teórico que busca explicar cómo los seres humanos nos imitamos unos a otros en función del deseo y la intrínseca tendencia que tenemos de dominar a los más débiles, hasta el punto de llegar a la destrucción del otro, llámese chivo expiatorio, víctima sacrificial o cualquier otro subterfugio. Fue propuesta hace más de 50 años por el antropólogo francés René Girard con la publicación de su primera obra Mentira romántica y verdad novelesca, en 1961. En años recientes ha generado una creativa profundización en varios círculos académicos del mundo que, entre otros temas, exploran las maneras de subvertir este orden
de rivalidad y violencia sacrificial.
Así, partiendo del diálogo con las últimas obras de Girard, Veo a Satán caer como relámpago (1999), y Clausewitz en los extremos (2007), aparecieron nuevos enfoques, como la interpretación teológica de James Alison en Inglaterra y Carlos Mendoza en México; el análisis de la violencia de la economía en Francia y Estados Unidos de Jean-Pierre Dupuy; la línea de investigación en la literatura latinoamericana comparada de Joao de Castro Rocha en Brasil, o el análisis filosófico de los procesos de construcción de paz realizado por Roberto Solarte, entre otros pensadores.
La teoría mimética ha encontrado un terreno fértil en América Latina, principalmente en los movimientos sociales de transformación del conflicto. Aunque también en círculos culturales y académicos sensibles a la cuestión de las vías de superación de la violencia extrema vigente en la región, con sus diversas manifestaciones de conflictividad social, economía ligada al crimen, imperio de la fuerza militar, hostigamiento sexual en sociedades kiriarcales (término utilizado por Fiorenza Schüssler para referirse al señor, dueño, jefe que decide, administra y ordena todo) y persistente discriminación racial.
En el coloquio de México, abierto al público interesado en estos temas fundamentales, se tratará de establecer un diálogo entre los activistas sociales y los académicos mexicanos y extranjeros que desde sus diferentes disciplinas y experiencias interpretarán varios aspectos de esta teoría como a la luz de la compleja y diversa realidad nacional, regional y mundial. Es por ello que se ha invitado a personas como Pietro Ameglio (Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad), Silvana Rabinovich (Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM), Mercedes Olivera (Centro de Derechos de la Mujer en Chiapas), Jean Robert (escritor y crítico social de Cuernavaca), Sylvia Marcos (Asociación Latinoamericana para el Estudio de las Religiones), Raúl Vera López (obispo de Saltillo), José Avilés (director de la misión jesuita de Bachajón, Chiapas), Juan Manuel Hurtado (teólogo y sacerdote católico), Pablo Iribarren (misionero y autor de varios libros y artículos sobre la Iglesia misionera en Chiapas), Ángel Méndez (académico de la Universidad Iberoamericana), Eleazar López (sacerdote y teólogo indígena), Juan Carlos La Puente (director de Amnistía Internacional en Perú) y Marina Pagés (coordinadora de Sipaz en Chiapas).
Según René Girard, en la base de las relaciones humanas más radicales se encuentra como fundamento el deseo mimético, y ello porque el ser humano aprende a desear, es decir, desarrolla por imitación su capacidad de desear: para que algo tenga valor a sus ojos otro –normalmente una persona a la que admira, alguien a quien quiere imitar, no sólo en los objetos que posee o desea, sino también en su modo de ser– tiene que haberle dado antes valor.
El problema es que normalmente uno tiende a no aceptar esa relación de similitud, a no reconocer esa dependencia y a querer diferenciarse y afirmar la propia originalidad. Es entonces cuando el deseo mimético se vuelve fuerza disgregadora en todos los niveles y dimensiones de un sujeto activo, en relación con los demás, donde surge y se corporifica la violencia recíproca.
Para solucionar el conflicto, conjurar el caos y volver al orden primitivo, ofrecido por la diferenciación jerarquizada, los grupos humanos desarrollan mecanismos y sistemas capaces de generar unanimidad a través de la transferencia de la culpa a un tercero
, normalmente diferente, y por lo tanto desechable. Supuestamente, con la eliminación de este chivo expiatorio se restaura la paz, pues el grupo no reconoce que fue su propia violencia la que lo recondujo al orden, sino que cree que la tranquilidad es el resultado del sacrificio de la víctima, que era violenta mientras estaba con el grupo, pero que ahora, una vez expulsada, le regala la paz.
Para Girard también todo este mecanismo tiene una relación inmediata con la religión, que describe y sacraliza los elementos necesarios para el mantenimiento de esa paz conquistada con el sufrimiento de la víctima, vale decir, la prohibición de los comportamientos imitativos que conducen al conflicto, la repetición ritual del sacrificio que aparentemente condujo a la paz, y la narración de la historia sobre cómo los dioses visitaron al grupo y lo fundaron como pueblo. Lo que explica el nacimiento del mito. Se trata de una solución engañosa en la que no hay una conversión de la raíz del deseo mimético, que no subvierte la fuerza destructora de la violencia, la cual vuelve a imperar. Para Girard la historia judeocristiana es la única percepción que ha contrariado esta lógica violenta intrínseca al mito.