S
omos como marinos que en alta mar deben reconstruir su barco usando las mismas maderas viejas con las que fue construido
. Esta analogía la propuso hace casi 100 años el filósofo y economista austriaco Otto Neurath para describir la compleja tarea de crear conocimientos científicos. Sin duda esa imagen también es aplicable a nuestro tiempo político, pues quienes se comprometen con la tarea de reconstruir un país se encuentran en situación aún más difícil: se opera en aguas agitadas, no hay resguardo posible, ni dique seco en el cual actuar cómodamente, ni planos de construcción completos y detallados, ni almacén de materiales nuevos y herramientas adecuadas; se trabaja con lo que hay, parte por parte, en circunstancias impuestas y a veces con plazos perentorios, además con enemigos poderosos (así ocurre también, por ejemplo, con tareas como las reformas educativas, solamente los espíritus arrogantes y autoritarios aventuran un borrón y cuenta nueva
para sucumbir, más temprano que tarde, en fuertes tormentas causadas por ellos mismos). Por supuesto no hay en esta advertencia el menor conformismo ni una invitación a asumir una actitud derrotista o complaciente, es un recordatorio del calibre de los retos que enfrentamos, tenerlo presente es condición esencial para ser eficaces.
La propaganda política dominante ignora estas dimensiones e impone una visión ridículamente simplista de los acontecimientos recientes en nuestro país: en un juego limpio –se dice– compitieron tres proyectos, el pueblo racionalmente eligió uno en función de los aciertos y errores, de la competitividad
de cada uno de sus proponentes, el pueblo premió y castigó (ver así la realidad se aprende desde la escuela). Pero los defensores del sistema (PAN y PRI) no enfrentan las dificultades de la izquierda; no tienen el reto de construir algo nuevo, y con recursos ilimitados y la ausencia de restricciones éticas no van en un barco en alta mar, van en caballo de hacienda jineteando una democracia de fachada.
Juzgar (evaluar, como hoy decimos), correcta y constructivamente, las luchas de la izquierda y de sus oportunistas acompañantes en las elecciones pasadas, aquilatar sus resultados y responder a la pregunta ¿Qué hacer?
, implica evitar posturas ingenuas y considerar tanto la multiplicidad de la tarea como la dinámica real de los procesos sociales, políticos y culturales. Si la evaluación se hace con la perspectiva impuesta por la superficial propaganda dominante, el resultado es: compitieron y perdieron, que se vayan a su casa. Pero, en rigor, la tarea de la verdadera izquierda no es competir, es combatir y construir. Quienes creen que esto es un juego y que los buenos perdedores
deben simplemente prepararse para el siguiente encuentro no entienden que la participación de la auténtica izquierda en la competencia no es como la de los agentes del sistema, sino sólo un momento particular de una auténtica y ardua batalla que sigue, ahora necesariamente en el frente legal, después en otros.
Enrique González Rojo, poeta, filósofo, militante incansable, nos obsequia con generosidad, de vez en vez, reflexiones muy valiosas. La semana pasada, al examinar el estado de ánimo que genera en muchos este segundo frentazo
en la lucha contra el sistema dominante, nos advierte: Me parece que esta nueva frustración, que llueve sobre mojado, ha empezado a generar un sentimiento de desilusión electoral masiva, que no deja de ser interesante
. Y esto ocurre porque un análisis superficial de la situación actual y de los acontecimientos políticos recientes conduce a pensar que la verdadera izquierda se encuentra en un callejón sin salida: la necesaria superación del capitalismo no puede lograrse por la vía electoral, y por supuesto está claro que tampoco por la vía armada.
“La afirmación de que ni la lucha electoral ni la lucha armada son hoy por hoy los caminos para un cambio sistémico tienen –dice González Rojo– algo en común: la tesis que podríamos llamar de la ‘transformación fechada’. La lucha armada supone que al término de una guerra civil triunfe el pueblo y, a partir de ese punctum saltans, se elimina lo viejo y se genera lo nuevo. La lucha electoral se imagina que, al llegar a su término las elecciones y calificarse el resultado, se hace a un lado al gobierno anterior y a partir de ese momento se puede construir un nuevo sistema social. Lo que no toman en cuenta esas dos vías, y que puede ser el camino para salir de la encrucijada, es el principio dialéctico de que en el seno de lo viejo se genera lo nuevo. La revolución de todas las formas de convivencia humana –económicas, sociales, políticas y culturales– no es un proyecto a realizar mañana –el día ‘cataclísmico’ del cambio social– sino un asunto de todos los días, en todas partes y de interés individual (transformación subjetiva) y colectivo (autogestión solidaria). Si y sólo si nos empeñamos en generar lo nuevo dentro de los marcos del mundo obsoleto y criminal en que nos ha tocado vivir, podremos ir, saltando, al otro mundo que es posible”.
El combate que ha de dar la izquierda no es solamente político, mucho menos simplemente electoral; es intelectual, teórico, cultural y de organización. Y la situación que vivimos es propicia para el avance en estas dimensiones. Es más, es en estas condiciones complejas y de apremio que debe surgir el impulso vital para encontrar la salida. “AMLO –nos dice González Rojo– tiene el mérito de haber encabezado y coadyuvado a organizar un movimiento de millones de personas que por dos veces mantuvo la ilusión de desplazar del poder a la derecha neoliberal”. Los resultados obtenidos son enormes, aun en el ámbito electoral; son mayores, sin duda en la experiencia que apunta a la salida: la organización de movimientos sociales como Morena, el despertar de movimientos autónomos como #YoSoy132 y otros muchos no menos importantes. Abordemos el barco de Neurath.