mediados de julio, en el Congreso Internacional de Americanistas de Viena, el arqueólogo colombiano Augusto Oyuela-Caycedo presentó hallazgos de su investigación biográfica acerca de Gerardo Reichel-Dolmatoff, considerado por muchos el padre
de la arqueología colombiana, y una de las figuras de mayor relieve de la antropología americanista del siglo XX. La noticia apareció publicada hace una semana en la Revista Arcadia, y ha causado revuelo en la opinión pública colombiana. Pero el caso merece atención más amplia.
¿De qué se trata?
Gerardo Reichel-Dolmatoff nació en Salzburgo en 1912, y residió en Colombia desde 1939 o 40. Murió allá en 1994. Estudió arqueología con Paul Rivet, quien fue director del Museo del Hombre de París y tuvo luego un papel destacado en la resistencia (antinazi). Durante su larga carrera, Reichel-Dolmatoff publicó una veintena de libros acerca del mundo indígena colombiano, estableció la periodización básica de sus culturas precolombinas, e hizo conocidos estudios sobre simbolismo y religión entre pueblos amazónicos. Fundó, además, un par de escuelas de antropología. Se trata, en otras palabras, de una figura justificadamente venerada.
Bien. Atraído justamente por su importancia, Augusto Oyuela comienza a trabajar la biografía del personaje, y se encuentra con algunas menciones aisladas de un pasado nazi. Se pone a investigar, y encuentra que Reichel venía de una familia profundamente comprometida tanto con el racismo científico, como directamente con el nazismo. Su tío, Heinrich Reichel, fue un médico metido en la eugenesia nazi, con su obsesión con la pureza racial, horror a la degeneración
, antisemitismo, etcétera. Los primos de Gerardo entran en el partido nazi, como lo haría el propio Gerardo, y uno de ellos, Erwin Reichel, llega a ser mayor de las SS, antes de morir en el frente ruso.
Augusto Oyuela descubre que a los 14 años, Reichel ingresa al Partido Nacional Socialista, y para 1930 entra a su cuerpo de élite
(es un decir), los SS, donde forma parte de las guardias de Hitler, y participa en varios hechos violentos, incluido el golpe conocido por Noche de los Cuchillos Largos de 1934. Todavía como miembro de las SS, Reichel va al campo de concentración de Dachau, donde entrena guardias. Sale expulsado de las SS en 1936, tras de una crisis nerviosa, y al parecer se une brevemente a un grupo fascista opuesto a Hitler, que publica un texto escalofriante que se le atribuye, bajo el título de Confesiones de un asesino de la Gestapo.
La investigación de Augusto Oyuela cayó como bomba en Colombia, no sólo porque Reichel hizo tanto por dar a conocer y a respetar su mundo indígena, sino también por lo difícil que resulta conciliar esta historia de los años 20 y 30 con su vida colombiana: Reichel se adhirió al movimiento antifascista todavía en París, y pasó toda la guerra toda en Colombia, con una postura antinazi.
Todo eso, además de las muchas relaciones de Reichel, explica que el estudio de Augusto Oyuela haya levantado en Colombia preguntas sobre redención, perdón y secreto.
Pero hay, además, otra veta de reflexión que concierne a todas las Américas.
No existe aún un buen estudio acerca del nazismo y la antropología indigenista, y el caso de Reichel es un llamado para que se realice. ¿Por qué? ¿Qué importa este tema, aparentemente académico, que desentierra historias que son ya distantes?
El historiador Carlo Ginzburg ha escrito un ensayo acerca del (también fascista) estudioso de la religión Mircea Eliade. En ese estudio, Ginzburg muestra que el amor de Eliade por los mitos iba de la mano de su rechazo de la historia. El mito del eterno retorno –libro que escribió en 1945, pero concebido desde el momento en que Hitler perdía la batalla de Stalingrado– representaba también un deseo de Eliade de borrar su propio pasado. La mitología, el romance con los tiempos primordiales, el rechazo de la historia, era una fórmula para abrevar en las fuentes originales o prístinas de la vida, y con ellas renacer, y olvidar su pasado inmediato, de militante del fascismo rumano.
El caso de Eliade viene muy a propósito de lo de Reichel, cuando se piensa en la atracción del mundo indígena como espacio de curación para todas las europas derrotadas.
Hace un par de décadas el antropólogo Michael Taussig escribió sobre la dualidad del mundo indígena amazónico, que fue a la vez punto de la violencia más descarnada –en tiempos del boom del caucho, por ejemplo– y paralelamente un espacio de espiritualidad y de curación.
No sabemos si el nazi botas-negras Erasmus Gerard Reichel haya renacido como el gentil y bienamado profesor Gerardo Reichel-Dolmatoff, gracias a sus baños curativos en la pureza primordial de los mitos de los Tucano. Parece probable que haya sido así.
Y por eso el caso importa. Hay en él, según me parece, un ejemplo de la dialéctica que impulsó a la antropología americanista del siglo XX: la mitología indígena fue espacio de curación para una europa derrotada, y esa experiencia cultural e intelectual encontró aliado en el interés nacionalista por inventar los lenguajes simbólicos propios de cada país. La mitología primordial que permitía olvidar la historia de un Reichel era, para los nacionalistas, una vindicación de lo que ellos gustaban llamar nuestros indios
.