rama Fest, el Festival Internacional de Dramaturgia Contemporánea que produce y dirige la inquieta actriz y promotora Aurora Cano, alterna, como es sabido, una obra mexicana dirigida por un extranjero y una obra de un dramaturgo del mismo país invitado, dirigida por un mexicano, además de lecturas dramatizadas de autores de ambas nacionalidades y talleres que imparte, casi siempre, un creador del país extranjero. Este año, gracias al estímulo fiscal del artículo 226 bis, se ha podido expandir hasta Guerrero y traer una compañía –Teatteri Telakka– de Finlandia, el país invitado, al Teatro Helénico en breve temporada. La obra finlandesa elegida para 2012 es Horror móvil de Juha Jokela, una muy exitosa comedia –traducida por Maritza Núñez y Suvi Olilla– cuya gracia se acentúa por la lúdica dirección de Mario Espinosa.
La acción transcurre en la oficina de una empresa productora de celulares, en donde tres de sus funcionarios se angustian por el rumor, que ellos creen posible, de una inminente fusión con otra compañía, lo que pone en riesgo sus empleos, casi una metáfora de la rapidez con que se suceden las innovaciones en telefonía celular y la presión a que están sujetos quienes laboran en ese mundo, aunque aquí el tema pierde su seriedad y es tratado de una manera hilarante. El jefe parte a su casa de campo, lo que les da un par de semanas para encontrar un nuevo producto que impida la fusión. Las propuestas son delirantes sobre todo por parte de Theri, la directora, que apenas se repone de una crisis nerviosa que la envió a un psiquiátrico y encontró un nuevo camino en las palabras de Gandhi que repite constantemente hasta que el diseñador gráfico Mikke, adicto a las novelas policiacas y de misterio y con trastornos del habla, la convence de cosas tan peregrinas como recrear el castillo de Dràcula. Seppo, el gerente lambiscón con el jefe Tarmo, pero que conserva algo de cordura, se opone con un lenguaje cada vez más agresivo y soez, lo que da los tres tonos que el director marca a sus actores.
La dirección de Mario Espinosa, sin olvidar la briosa y chispeante comedia, es también sugerente en el ámbito simbólico que se da visualmente por la escenografía de Gloria Carrasco, apoyada por la iluminación de Ángel Ancona, y el vestuario de Edyta Rzewska. La escenógrafa divide el espacio en dos áreas independientes, una arriba y otra que abarca casi todo el escenario, unidas por dos pequeñas escaleras. La parte alta es un baño de vapor con todos sus aditamentos y en la de abajo predomina una gran pantalla corrediza, con dos escritorios con sus respectivas sillas giratorias y una laptop en cada uno y otra silla sin escritorio, lo que da las diferentes categorías de los personajes, además del extraño y feo tapete, parte de trama y montaje. La diseñadora de vestuario propuso un conjunto blanco de pantalón y camisa larga para Theri –que recuerda tanto a Gandhi como a ropa de enferma–, un traje en tonos marrón y beige para Seppo y una sudadera con capucha para Mikke, que los define.
Espinosa plantea, en lo que sin duda es un añadido suyo, la relajada estancia del jefe Tarmo en el cuarto de vapor contrastando con el nerviosismo de sus empleados abajo que se traduce en un incesante girar las sillas –en coreografía de Lorena Glintz– y en correr y descorrer la pantalla que exhiben videos de TONO-Rodríguez Vázquez. La pantalla tapa un lugar entre las dos escaleritas que puede ser un excusado en donde el torpe Mikke se esconde para leer sus novelas, y en el momento del coito cubierto por la alfombra aparece en lo alto del patio de butacas Seppo tomando fotografías. El excelente trazo y el ritmo exacto que son constantes del director se alían con otra constante suya que es la dirección de actores. El excelente Juan Carlos Rodríguez, como Seppo, ofrece una gama de matices y es notable su contenida escena de borrachera. Arcelia Ramírez encarna una Theri cuya obnubilación por Gandhi, a quien cita constantemente con su cantarina voz, no la exime de ser por momentos una enérgica jefa de compañía. Raúl Briones como el limitado Mikke es tan gracioso, y en esto influyen su papel y su director, que por momentos se apodera de la escena. Juan Carlos Beyer es un Tarmo con toda la confianza en sí mismo y la satisfacción de un jefe acostumbrado al mando.