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Interpondrán acción popular para lograr rectificaciones masivas, adelanta Estercilia Simanca

Artista indígena denuncia trato ofensivo hacia pueblo wayuu

Unas 10 mil personas fueron registradas con datos que causan burla, explica

La abogada y escritora indígena recibe premio en México por el documental Nacimos el 31 de diciembre

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Estercilia Simanca, en el Museo Nacional de las Culturas Populares, en Coyoacán, durante la entrevista con La JornadaFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Viernes 10 de agosto de 2012, p. a11

Dentro de unos días representantes del pueblo wayuu de La Guajira colombiana interpondrán una demanda legal para que el Estado rectifique un acto de burla y discriminación realizado desde hace algunas décadas por el registro civil de unas 10 mil personas: la alteración de sus nombres originarios y de las fechas de sus nacimientos, que hicieron coincidir el 31 de diciembre.

No es raro ir a la Registraduría Nacional de Uribia, considerada la capital indígena de Colombia, y encontrarse las tarjetas de identidad de muchos wuayuus llamándose Marilyn Monroe, John F. Kennedy, Raspahierro, Televisor, Coito o Teléfono, denuncia en entrevista la abogada, escritora, promotora cultural y documentalista wayuu Estercilia Simanca Pushaina.

Simanca Pushaina visita México para recibir el premio principal de la primera Bienal Continental de Artes Indígenas Contemporáneas por el documental Nacimos el 31 de diciembre, basado en su cuento Manifiesta no saber firmar: nacidos el 31 de diciembre y realizado por un colectivo encabezado por Priscila Padilla.

El galardón, de 10 mil dólares para cada ganador, también fue obtenido por la obra monumental en papel Wathä oni-Gran (Serpiente tragavenados), de Sheroanawë Hakihiiwë, artista yanomami de Venezuela.

Se dio además un premio de 5 mil dólares a las series fotográficas de los mexicanos Baldomero Robles Menéndez, zapoteco, por su trabajo Loö litz beë, y a Flor Canche Teh, maya, por Báalam to’on k chi’i’ibalo’on. También se otorgaron varias menciones honoríficas.

Tres estigmas

Durante toda la semana hubo actividades y este jueves 9, Día Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo, fue inaugurada, en el Museo Nacional de Culturas Populares (MNCP), una exposición con las obras de 50 artistas participantes, curada por Juan Rafael Coronel Rivera, también miembro del jurado.

Y este viernes 10, a las siete de la noche, la especialista Ingrid Suckaer ofrecerá la conferencia magistral Arte indígena contemporáneo. Después se realizará una mesa de diálogo con Canche Teh, Robles Menéndez y Gerardo Montiel Klint, también en el MNCP.

Los personajes del documental, comenta Simanca Pushaina, no son ficticios. Ellos existen, viven en sus rancherías, viven o cargan con el estigma de un nombre que no les corresponde, escondiendo el verdadero o el nombre con el que les hubiera gustado llamarse en su cédula de identidad.

Cuenta que allá por la década de los 50, los políticos se dieron cuenta de que existía una población indígena que podría ayudarles a sus intereses de ganar puestos de elección popular, y empezaron a otorgar cédulas de identidad a un número muy significativo de wayuus, para volverlos hijos de la Constitución y de las leyes colombianas.

Pero en ese proceso se dieron otras distorsiones, propiciadas por la alta y baja burocracia colombianas. Y ocultaron tres cosas muy importantes: primero, los nombres originarios de los wayuu o los nombres dignos con los que a ellos les hubiera gustado llamarse. Por ejemplo, en el caso de un primo Rafael, le colocaron Raspahierro; en el de Caíto, Coito; en el de Pablo, Payaso. Fue un ejercicio de burlar del que no sabe, de una chanza a alguien porque, simplemente, no conoce el idioma castellano, dominante.

Segundo, ocultaron las fechas de nacimiento. “Nuestros abuelos no conocían las fechas del calendario occidental o gregoriano y uno nacía: ‘con las primeras lluvias’, ‘en el segundo velorio de Juan Pushaina’, en fin. Mi nacimiento coincidió con el nacimiento de la última hija de fulana de tal, una wayuu muy respetable.

Relacionamos nuestro nacimiento con un acontecimiento social o con la naturaleza, no con el mes y la fecha numérica. Se ocultó nuestra fecha de nacimiento y a todos nuestros abuelos y a mucha gente que puede tener 50 años ahorita, se le puso que nacieron el 31 de diciembre.

Y tercero, “aquello de que ‘manifestamos no saber firmar’, es porque muchos pueblos desconocen el idioma español y tampoco saben escribir, pero no somos analfabetos en nuestras comunidades. Entonces, son tres estigmas: manifestamos no saber firmar, nacimos el 31 de diciembre y, de remate, nos ponen nombres exóticos y, sobre todo, ofensivos.

Allá no es raro que un wayuu muestre su cédula y haya nacido el 31 de diciembre. Ni tampoco es raro que le echen la culpa al wayuu: se llama así porque él lo quiso. Cuenta que en el caso de Rafael Pushaina, que en su cédula figuraba Raspahierro, él sí logró rectificar su nombre, pero eso es un proceso muy dispendioso en Colombia.

–¿Para qué hacer el documental si ya se tenía el cuento?

–Para hacer el problema más visible, que llegue a Bogotá, a todas las comunidades indígenas de Latinoamérica, que sepan que en un pasado reciente sucedieron estas cosas, para que no vuelvan a ocurrir.

–¿Cuál ha sido la reacción?

–De total indignación. Ha habido ofrecimientos de apoyarnos en el proceso de demanda, porque no solamente queda en el cuento y el documental. Ahora vienen procesos legales. Yo quería, de manera simbólica, presentar la demanda este 9 de agosto, porque es el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, pero estoy aquí en México.

“Busco que mediante una acción popular haya rectificaciones masivas. Si ya hubo cedulaciones masivas, que haya rectificaciones masivas, pero no a cargo del indígena o del wuayuu pisoteado, sino que el Estado pague esos gastos.

“Cambiarse el nombre en Colombia se puede hacer por una sola vez en la vida y tiene un valor de 50 dólares, 100 mil pesos colombianos, pero para un indígena es mucho, representa muchos kilos de maíz, de tantas cosas que nos sirven en la ranchería. Además, esas diligencias se hacen en Uribia, en Maicao, en Riohacha o en Manaure, y todos vivimos distantes.

Muchos wayuus no hablan español y tienen que llevar a su intérprete, entonces son más gastos y hay que ir varias veces para que te entreguen la nueva cédula con las rectificaciones. Serían más o menos 150 dólares por persona.

Simanca Pushaina comenta que entre los wayuu de Colombia y los de Venezuela suman casi 500 mil, y que los afectados con la burla de los nombres alterados podrían ser más de 10 mil. A mi generación le tocó una realidad diferente, porque nuestros padres ya estaban relativamente alfabetizados. Los jóvenes ya casi no tienen ese problema, y desde que salió el cuento, en 2006, la burla ha bajado.

Pobreza y analfabetismo

–¿Es una reivindicación de la dignidad?

–Claro, y eso queda a la voluntad del wayuu. Yo cumplo porque siento que si no hago algo voy a ser igual de culpable que el Estado. Soy abogada y lo que pueda hacer por mi comunidad lo hago a veces con protestas y caminatas, pero también pienso que lo más concreto es colocar esa demanda.

“El Estado estará muy presto para hacer este cambio, pero no va a actuar oficiosamente porque eso tiene un valor. Si Colombia no nos concede esas rectificaciones gratuitas el caso se iría a una corte internacional.

“Y ahora que estamos pasando un periodo importante de visibilizaciones de los movimientos indígenas, como la Guardia Nacional Indígena que se levantó en el Cauca y la restitución de las tierras ocupadas por el Ejército por conducto de la corte constitucional, que reivindica los derechos de los indígenas, sería un despropósito no concedernos el derecho en nuestro propio país.

Aparte, se puede interponer un recurso de reparaciones directas y eso es compensatorio. Que les resarzan aguantar que durante 30 años la gente se burle cada vez que van a buscar medicinas por llamarse Raspahierro o cuando les toca hacer una declaración.

Agrega que los wayuu son un pueblo indígena de la familia lingüística arawak que habita en la península de La Guajira colombiana y venezolana. “Compartimos un mismo territorio pero, por razones ajenas a nosotros y propias de los estados, trazaron una línea limítrofe. Aunque nosotros desconocemos esa frontera.

Nuestra organización social está basada en la matrilinaje; cada grupo tiene un clan, el cual se identifica con un animal totémico. Somos más de 17 clanes, antes éramos más, pero muchos han desaparecido, las personas no, pero sí los clanes, precisamente por esos procesos de registro o porque les colocan apellidos que no les corresponden (de sus padrinos criollos o mestizos).

Comenta que en Colombia hay 64 grupos indígenas, que el wayuu es el más grande y que los problemas de los indígenas en general son los mismos. La pobreza, la mala alimentación, el analfabetismo, hay muchas necesidades básicas insatisfechas.

Dice que el fortalecimiento de su identidad siempre vendrá desde dentro y que no pueden esperar a que el Estado lo haga. “Muchos hemos salido de nuestra comunidad a estudiar y tenemos, los que quieran, la obligación de regresar y hacer algo, aunque algunos no hacen nada o a veces actúan en contra. A ellos yo les digo los hijos legítimos de, dependiendo de qué multinacional sea.

“Por ejemplo, los hijos legítimos del Cerrejón, la multinacional que explota el carbón y quiere causar el impacto ecológico más fuerte en toda la historia de nuestra nación wayuu con el desvío del único río de la Media y Alta Guajira, el Ranchería.

Como el carbón está debajo del río ellos proponen desviarlo un kilómetro a la derecha, 26 kilómetros a lo largo y después volverlo a unir. Un río que se demoró millones de años para encontrar su cauce, cómo va a venir una empresa a desviarlo. Si no fuera por las redes sociales y el apoyo de corresponsales nacionales e internacionales, ya lo hubieran desviado y nadie sabría.