ste 9 de agosto los estados del mundo realizarán diversas actividades para celebrar el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, como hacen desde 1995, cuando por acuerdo del la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) comenzó el Decenio de las Poblaciones Indígenas, con la finalidad de fortalecer la cooperación internacional para que los estados afrontaran los diversos problemas que aquejan a aquéllos.
El 20 de diciembre de 2004, poco antes de que ese plazo feneciera, la misma asamblea proclamó el Segundo Decenio Internacional de las Poblaciones Indígenas, con lo cual implícitamente reconocía que no habían logrado sus propósitos. Como parte de las actividades gubernamentales se instituyó el 9 de agosto como el Día de los Pueblos Indígenas.
A dos años de que termine el segundo decenio de estos pueblos, los estados del mundo celebrarán su día sin la presencia de los festejados, porque la mayoría ni siquiera se ha enterado de que tiene una efeméride; cuando más, escucharemos discursos oficiales sobre el rezago en que se debaten los habitantes de estos pueblos y de los esfuerzos que desde las esferas institucionales se hacen para superarlos. Veremos grupos de indígenas invitados a los festejos, generalmente a beneficiarios de algunos programas asistencialistas de los que se supone hace años habían terminado para dar paso a una política de desarrollo con identidad, según el discurso oficial. Será, pues, una fecha para que los gobiernos se luzcan en nombre de los pueblos indígenas y muestren que su discurso de la pluriculturalidad no es más que la forma que el neoliberalismo inventó para negarles sus derechos.
Los pueblos no festejan. Unos porque, como ya se dijo, ni siquiera se han enterado de que en la ONU hace casi 20 años se preocupaban por la situación de colonialismo en que vivían; los que se dieron cuenta pensaron que más que mecanismos para ayudarlos a remontar su situación, lo que los estados estaban creando eran condiciones para disfrazar las políticas de despojo que las empresas privadas planeaban desde ámbitos internacionales, ajenos a los oficiales pero más poderosos. En México estas medidas se tomaron en una situación bastante delicada: hacía meses en Chiapas había estallado la rebelión indígena y amplios sectores sociales –incluidas muchas organizaciones indígenas– apoyaron su lucha, lo que obligó al gobierno federal a detener la ofensiva militar, misma que reanudó en febrero del año siguiente, intentando detener a la dirección del ejército rebelde, reanudando la intervención militar que hasta la fecha no cesa.
Hoy, cuando está a punto de fenecer el segundo decenio en que los estados que fijaron el 9 de agosto como Día de los Pueblos Indígenas, se propusieron terminar con el estado de postración en que se encontraban. Está claro que las intenciones que perseguían eran distintas a las que enunciaban, y quienes no entraron en el juego tenían razón. Por todas partes en América Latina se ve a los pueblos indígenas luchando contra el capital que busca despojarlos de su patrimonio. En México, sólo a manera de ejemplo, podemos enunciar los siguientes casos: rarámuris, en Chihuahua; yaquis, en Sonora; cucapá, en Baja California; wirrárikas, en Jalisco; purépechas, en Michoacán; zapotecos, mixtecos, ikoots, cuicatecos y triquis, en Oaxaca; me’phaa, na savi y nahuas, en Guerrero; nahuas y popolocas, en Puebla y Veracruz. Todos ellos, y muchos otros que no menciono, luchan, construyen la geografía de la resistencia.
Sus luchas tienen mucho en común: todos enfrentan el despojo capitalista instrumentado desde el poder. Unos defienden sus territorios, otros sus recursos naturales; unos más sus lugares sagrados; otros sus derecho a ser ellos y organizar su vida de acuerdo con sus propias reglas. Y eso incomoda a los poderosos porque impide el control. Por eso vale preguntarse si los pueblos indígenas tienen algo que celebrar este día, porque a la vista no aparece. No es la misma situación con el Estado, que sí tiene mucho que festejar, sobre todo que ha conseguido los propósitos con los que creó esa fecha para los pueblos indígenas: seguir controlando su descontento. Pero su triunfo no ha sido total ni definitivo. Hoy las luchas de los pueblos indígenas no sólo marcan la ruta de la resistencia, sino también la de la emancipación, pues saben que el único camino que les queda es dejar de ser colonias y convertirse en sujetos con derechos plenos. Y en eso también son ejemplos para otros pueblos.