e podría decir que la lengua, como la tierra, es de quien la trabaja, pero no sé si habría menos controversia política, y sobre todo menos celos, que si se dijera que un escritor es nacional de un país en el que no nació, pero cuya lengua adoptó para trabajar, especialmente si se convierte en gran escritor, y menos aún si llegara a serlo precisamente porque la crítica extranjera hubiera opinado que su grandeza se debía a su lengua, que a su juicio era un tanto particular. Es probable que algunos de los escritores que adoptan o han tenido que adoptar una lengua extranjera para escribir resientan o resintieran si en consecuencia sus coterráneos los desligaran de su lengua original.
Se habla de lengua materna, pero la definición del término nunca me ha parecido definitiva. Hay nodrizas cuyo origen, cuya lengua, son ajenos al organismo al que amamantan. En el siglo XVI, el papá de Montaigne, el autor francés, amo del ensayo, ordenó que la primera lengua de su hijo fuera el latín.
El polaco Joseph Conrad se educó en inglés y francés, como el ruso Nabokov, que además de la lengua inglesa dominaba igualmente la francesa. Si en un principio estos dos autores escribieron sus libros en su idioma natal
o lengua materna
, es un hecho que escribieron sus títulos cumbre (Lord Jim, Lolita) en lenguas que primero les fueron ajenas o extranjeras. (Creo que fue Noam Chomsky quien observó que todos nacemos con la capacidad de hablar cualquier idioma, o todos los idiomas.)
En el caso de Conrad y Nabokov, las circunstancias fueron detonadores poderosos que orillaron a los dos a convertir en propia una lengua que no lo era para ellos, como lo fue el inglés. Pero de ahí a pensar que Nabokov se hubiera sentido cómodo si lo hubieran considerado un autor estadunidense, hay más que un paso, y creo que un paso infranqueable y abismal. (El propio Nabokov tradujo al ruso Lolita y no recuerdo cuál otro de sus libros.)
O pienso en Isak Dinesen, danesa, que escribió Out of Africa en inglés.
Desde mi rincón en el universo me atrevo a sostener, pero sin provocar, que mi texto preferido de Borges ha sido siempre su autobiografía, como lo es la de Fuentes, obras que originalmente escribieron en inglés. En el caso de la de Fuentes, perdí la oportunidad de solicitar su autorización para traducirla al español, aventura que habría corrido temerosa, pero con placer. Lamento no haberme al menos atrevido a preguntarle por qué la escribió en inglés, cómo se sintió al hacerlo y por qué no la tradujo él mismo a su lengua materna, que era el español y, concretamente, el español de México, su país, aunque no hubiera sido éste el lugar en donde nació.
(Toute proportion gardée, yo resentí cuando mi maestro alguna vez observó que yo podía/ podría/ debía/ debería escribir en inglés. ¿Debido a que en español no podía, o porque además podría hacerlo o haberlo hecho en inglés? No insistí en averiguar nada más del asunto. El resentimiento, la duda, fueron más fuertes, me ataron o hicieron las veces del ratón que se comió mi lengua, materna, paterna o de quien fuera, propia, ajena, extraña, pero amada, incorporada, trabajada como la tierra.)
Lo cierto es que Antonio Tabucchi, escritor italiano, escribió la novela Réquiem germinalmente en portugués, lengua para él aprendida, y no materna para nada. Se sabe que por mayor prestigio que hubiera alcanzado en italiano, su lengua materna, llegó a ser considerado el máximo conocedor de Pessoa y su traductor estrella al italiano. Pero su afición al autor portugués y su lengua fue más que total, pues más que una envidiable afición fue una fusión encomiable. (¿La han alcanzado Vargas Llosa o Julian Barnes con Flaubert?)
En su nota introductoria a Réquiem, Tabucchi destraba parte del trabalenguas que este tema plantea: “Si alguien me preguntara por qué esta historia ha sido escrita en portugués, le contestaría que una historia como ésta sólo podía ser escrita en portugués, y ya está. Pero habría algo más que especificar el respecto: en rigor, un Réquiem debería escribirse en latín (...) comprendí que no podía escribir un Réquiem en mi lengua, sino que necesitaba una lengua distinta, una lengua que fuera un lugar de afecto y, a la vez, de reflexión.”
Hago énfasis en que hay temas o formas literarias que no pueden escribirse más que en una lengua que sea un lugar de afecto para el autor.