l caminar por la calle del Carmen en la esquina con San Ildefonso, precedido por un pequeño atrio bardeado, se yergue un antiguo templo con evidentes modificaciones que pretenden darle un carácter civil. Perteneció al Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo que fundaron los jesuitas a mediados del siglo XVI, con el apoyo de don Alfonso de Villaseca, hombre rico y generoso que les cedió varios solares donde construyeron la institución que se caracterizó porque podía conferir los mismos grados teológicos que las universidades pontificias. Tenía también la ventaja de que admitía seglares. Ahí se educaron ni más ni menos que Francisco Javier Clavijero, Diego de Abad y Francisco Xavier Alegre, entre otras eminencias jesuitas.
El templo fue obra del alarife Diego López de Arbiza. Es de líneas muy sobrias, con pilastras en los dos cuerpos, que sostienen un entablamento y un frontón triangular que se rompe con un nicho. Tiene una sola torre y, como dijimos, conserva su pequeño atrio. Es una de las pocas edificaciones del siglo XVII que permanecen, aunque tuvo varios cambios a partir de que se le despojó de su función religiosa, por las leyes de exclaustración de los bienes religiosos.
En este sitio se instaló el Congreso Constituyente el 24 de febrero de 1822, ante el cual Agustín de Iturbide pronunció juramento, y dos años más tarde aquí vio la luz nuestra primera Constitución y se designó a la ciudad de México sede de los poderes de la Unión, dándole el rango de Distrito Federal el 18 de noviembre de 1824.
En 1922 José Vasconcelos instaló en este lugar la Sala de Discusiones Libres, y en los años 40 del siglo XX se le dedicó a Hemeroteca Nacional. Para ese fin, al antiguo templo se le cambiaron los viejos vidrios de la ventana del coro por un emplomado con el escudo de la universidad; asimismo, en el frontón se instaló una escultura de Palas Atenea. Tuvo este uso hasta 1979, cuando la hemeroteca se trasladó a sus nuevas instalaciones en el Centro Cultural de Ciudad Universitaria.
Al salir esta institución el inmueble quedó medio abandonado, hasta que en 1996 la UNAM lo remozó e instaló ahí el Museo de la Luz. En este nuevo arreglo se tuvo el cuidado de conservar la decoración que le pintaron en los arcos Roberto Montenegro y Jorge Enciso, con representaciones de la flora y la fauna mexicanas. Asimismo, en el presbiterio, Montenegro plasmó el espléndido mural El árbol de la Ciencia. En la cúpula, Xavier Guerrero pintó su visión del zodiaco. Las enormes ventanas del crucero ostentan unos bellos vitrales diseñados por Montenegro y realizados por Eduardo Villaseñor.
Recientemente se instaló aquí el Museo de las Constituciones, que tiene el propósito de difundir los valores laicos y que la población conozca la historia del país mediante sus constituciones. El museo se divide en nueve áreas temáticas: Constitución de 1814, Constitución de 1824, Constituciones de 1836 y 1843, el Acta Constitutiva y de Reformas, el Plan de Ayutla, Constitución de 1857, Leyes de Reforma, Imperio y República Restaurada y Constitución de 1917. La museografía es básicamente de mamparas con textos y algunos manuscritos y libros. Es más interesante que ameno, aunque la decoración pictórica y los vitrales enriquecen la visita.
Al concluir caminamos unos pasos al número 40 la calle de San Ildefonso, a la bella casona virreinal que ocupa la representación del estado de Tlaxcala. En el patio se degusta la sabrosa gastronomía de la entidad. Podemos botanear con unas indias vestidas
, que son flores de calabaza capeadas rellenas de queso con su toque de epazote. Yo no perdono la sopa de habas con nopales. El plato fuerte siempre plantea un dilema entre el pipián Tizatlán, las tortitas de huauzontle o el mole de olla. De postre no hay duda: la espuma de agave y si va en grupo anímese también con un panqué de nopal.