urante su vida Frida Kahlo fue construyéndose poco a poco como personaje mítico. Su fama se fue perfeccionando cada vez más hasta sobrepasar con creces la de Diego. Fue una de las más mexicanas y la más internacional de nuestros artistas: Monsiváis dijo algún día que ... el concepto Frida Kahlo incluye y trasciende la fridomanía
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No obstante, en los billetes de 500 pesos el retrato de Frida ha sustituido a Ignacio Zaragoza, además, en la parte de atrás aparece la efigie de su adorado y famoso esposo, decorando ambos el anverso y el reverso de la misma moneda o más precisamente del mismo billete, en verdad muy manoseado, para unir a Diego y Frida de manera indisoluble como a Francesca y a Paolo en el infierno de Dante.
El nombre de Frida ha sido patentado por su familia y la cervecería Cuauhtémoc-Moctezuma lanzó alguna vez al mercado su prestigiosa cerveza Bohemia con la imagen y firma de la artista mexicana; asimismo, uno de los modelos que los fabricantes de tenis Converse presentan orgullosamente son unos botines con el retrato de Frida en los costados y encontrar un nuevo retrato de Frida se vuelve noticia.
Sí, no cabe duda, Frida es una reliquia; lo comprobé cuando visité un lunes su museo; pensaba que siendo día de asueto podría recorrerlo con tranquilidad y visitar por fin el legendario baño, clausurado durante 50 años a partir de su muerte en 1954, siguiendo las disposiciones de Rivera y que cuando se abrió al público en 2008 no quise ver por la enorme cantidad de gente que morbosamente acudió para admirarlo; en esa habitación se encontraban almacenados, junto al retrato de Stalin, numerosos papeles, cartas, fotografías, vestidos regionales –uno de los cuales está lleno de manchas de pintura–, amén de rebozos, lavativas, frascos de Demerol y diversos instrumentos médicos, como sus corsets, sus botas, sus prótesis, sus muletas, además de sus adornos, sus anillos y sus otras joyas, cuidadosamente clasificados y fotografiados en especial por Graciela Iturbide, fotógrafa mexicana de fama mundial.
Para mi sorpresa, los patios, el jardín, las salas principales y hasta la cocina y el vestíbulo estaban repletos de gente vestida a la manera del personal de un hospital, con sus batas blancas y sus guantes de plástico desechables, como si Frida estuviese a punto de sufrir una nueva intervención de urgencia, una más de las treinta y tantas que había soportado durante su vida.
En el patio una japonesa de edad mediana y escasa estatura, vestida con pantalones, blusa de seda y el pelo pintado de rubio, se dedicaba a fotografiar con enorme paciencia y concentración sus aretes, collares, anillos, botines chinos de seda bordados y algunas páginas de su Diario. Cada vez que concluía de fotografiar algo específico desde todos sus ángulos, un equipo de empleados del museo, provisto de pinzas y de los infaltables guantes transparentes, iba extrayendo con parsimonia y solemnidad nuevos objetos. De inmediato recordé mis interminables sesiones con el dentista, cuando las enfermeras van colocando sobre la bandeja situada al lado del sillón de tortura cada uno de los instrumentos punzocortantes con los que mi boca será en breve colonizada.
Al lado, un grupo de jóvenes y delgados japoneses fotografiaba a su vez a la fotógrafa, que resultó ser la famosa Ishiushi Miyaki, autora de fotos excepcionales, entre las que destacan algunas donde se ostentan objetos cotidianos que sobrevivieron a la bomba atómica en Hiroshima: me impresionaron sobre todo los restos de un kimono de tela floreada y desgarrada, los cristales de unas gafas –o quevedos– totalmente calcificados, y un pedazo de dentadura con un resto de encía aún intacta.
En un periódico capitalino leí al día siguiente: Con más de veinte exposiciones individuales en el mundo y por primera vez en México, llega la fotógrafa Ishiushi Miyaki para captar la esencia que dejó Frida Kahlo en sus prendas y objetos personales
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