a crisis financiera en Europa está en una nueva fase centrada de lleno en España. Ni Irlanda, Portugal o Grecia representaron una situación tan frágil y determinante como es ahora la española. Aunque los efectos acumulativos de los otros, a los que se puede añadir Islandia, han definido las condiciones actuales en ese país, en el conjunto de la zona del euro y con alcance internacional.
El tamaño de la economía es un elemento significativo; el impacto de la crisis en el entorno europeo es mayor. Esto se vincula con el efecto provocado en el fuerte incremento de la deuda y el déficit públicos. Un elemento clave ha sido la intervención para cubrir el impacto adverso de la expansión del sector de la construcción, ligado con una alta especulación.
Esta es la causa reconocida que afectó a los bancos por vía de los créditos que no se pueden pagar. El sector bancario, incluyendo las cajas, requiere mucho dinero para sanearse. La debilidad es, no obstante, de índole estructural, enraizada en los principios de la organizacion de la Unión Europea y, sobre todo, de la unión monetaria.
Además está el problema de la gestión política interna y sus derivaciones económicas, que hoy se expresan en el desquiciamiento de las finanzas de las autonomías. Frente a los severos ajustes presupuestales impuestos por el gobierno y exigidos por la Unión Europea en Bruselas, están prácticamente quebradas. Los servicios públicos se reducen, los ingresos de los funcionarios caen y muchos pierden el empleo, a ello se suma la contracción del sector privado que es también muy fuerte.
No hay recursos que alcancen para tapar los agujeros del presupuesto, y así las dificultades para obtener créditos internacionales crecen hora con hora. Los inversionistas exigen altas tasas de interés pues advierten que no hay capacidad de pago y no hay expectativas de que vaya a crear.
Los esquemas propuestos por el eurogrupo, el Banco Central Europeo y el FMI no generan ninguna certidumbre. El gobierno español recorta a diestra y siniestra y eleva cuantos impuestos estén en la mira, pero al caer el nivel de la actividad económica no recauda para ir cerrando la brecha del presupuesto. La quiebra está a la vista.
Los acreedores no creen en las políticas de control de la crisis, al tiempo que las protestas sociales van en aumento. La llamada economía social de mercado en buena parte de Europa, siempre de esencia puramente capitalista, está colapsada, los esquemas de bienestar deshechos y abierta la confrontación entre los grupos sociales.
Esa es una manifestación crucial de la crisis: economía y sociedad son indisolubles. Ahí radica una de las limitaciones más grandes de los esquemas, teóricos, técnicos y políticos con los que se piensa y enfrenta la crisis. El enfoque convencional de la economía está en manos de expertos sin una visión global de la sociedad.
Esta cuestión no se resuelve en el marco de los mercados, la evidencia aumenta sin generar un cambio en las ideas. No se voltea la atención a otras fuentes de pensamiento más complejo e integrado pero, por eso mismo, más crítico y que pone al descubierto las contradicciones del sistema. Pero eludirlas ciertamente no las elimina, como tampoco lo hace solamente reconocerlas. Recetas no las hay, pero sí mucho trabajo por hacer.
Ante la necesidad de ajustar y sin contar con el instrumento de devaluar la moneda, se provoca una devaluación interna como la reducción de los salarios aunada a la reforma que flexibiliza el mercado de trabajo. Esta medida distribuye la carga de la crisis de manera desigual y será muy costosa, pero incapaz de reponer una condición de funcionalidad en el marco de la Unión Europea y, sobre todo, en la zona euro.
Todavía hay países en esa región cuyas economías crecen aunque a tasas bajas. Pero en el esquema de la unión monetaria no se puede mantener la dicotomía entre los que están en crisis aguda y los otros. Para hacerlo unos habrán de pagar parte cada vez mayor de las cuentas, cuestión que se hace cada vez más conflictiva. Una solución política como la integración fiscal o, incluso, mayor integración política, es más complicada en el escenario actual. En todo caso llevaría un tiempo largo alcanzar por ese medio una nueva etapa de estabilidad macroeconómica. La solidaridad europea se confronta con las raíces nacionalistas de largo aliento histórico.
Esto sucede en un entorno global con estrechas interconexiones y en las que cambian de modo rápido los mecanismos de transmisión entre las economías. En la última década las corrientes de capital se movieron a los mercados considerados emergentes. Aumentó el crecimiento en China, India y Brasil, pero ahora son menores las tasas de expansión que, con las distorsiones generadas por la crisis desde 2008, provocan nuevos desplazamientos de recursos para tratar de preservar la rentabilidad, aunque sea disminuida, de los capitales.