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Lombricomposta,
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FOTO: Kirus von Surik |
Lourdes Rudiño
Las evidencias de los fertilizantes químicos están induciendo a los campesinos a buscar alternativas agroecológicas, como es la lombricomposta, con intenciones múltiples: regenerar sus suelos luego de años de uso indiscriminado de agroquímicos y restablecer su capacidad productiva, reducir costos, hacerse independientes de oferentes de insumos, garantizar calidad de los abonos y, a la larga, contribuir al objetivo global de amortiguar el cambio climático.
Olga Alcaraz Andrade, directora de Agricultores Unidos Región Guayangareo, que agrupa a más de 40 campesinos de los municipios de Zinapécuaro, Queréndaro, Álvaro Obregón, Tarímbaro e Indaparapeo, en Michoacán, comenta la experiencia de esta organización: la “revolución verde”, que hasta hace algunos años fue altamente valorada por sus efectos productivos, indujo a los agrónomos a especializarse en granos básicos, con paquetes tecnológicos específicos y con fertilizantes químicos; esto, a partir de la propia instrucción universitaria, sin mirar las consecuencias de deterioro de los suelos.
“En nuestras tierras, que han sido altamente productivas y donde se cultiva maíz y sorgo en el ciclo primavera/verano y trigo en otoño/invierno, veníamos manejando dos paquetes. uno para suelos negros con bastante profundidad, y otro para suelos ligeros, arenosos; desde hace años estábamos usando el amoniaco, un fertilizante químico muy agresivo y que tiene una ventaja aparente como ningún otro: un gas que se va inyectando en la tierra y que contiene más de 90 por ciento de nitrógeno; es de las fuentes más baratas de nitrógeno, pero mata todo de la tierra, mata lo bueno y lo malo. Este fertilizante es relativamente barato, y el productor estaba contento, al ver que su planta reaccionaba, lo cual es obvio, por ser un producto muy concentrado. Con los años, sin embargo, el resultado es un desgaste total; tenemos suelos con la misma profundidad de antes, pero totalmente muertos, y si a ello se agrega que también quemábamos el rastrojo, el daño era total”.
La agrupación pertenece a la Red de Empresas Campesinas Comercializadoras de Michoacán (REDCCAM) y ésta a la vez es parte de la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC). Olga Alcaraz comenta que los socios de ANEC “tenemos un acuerdo para tener cada uno proyectos de lombricomposta”.
La lombricomposta es un método cada vez más popular en muchos países y se le considera “el composteo del futuro”. Se reproducen lombrices y con éstas se elabora humus, que es un abono orgánico. Las lombrices pueden procesar cualquier materia orgánica.
Agricultores Unidos Región Gauayangareo inició su módulo de producción de lombrices, y a la vez está avanzando en un esquema de agricultura de conservación, donde se prohíbe la quema de rastrojos, se siembra sobre el esquilmo; “esto ha sido maravilloso, estamos ahorrando 30 o 40 por ciento del cultivo, y a la vez estamos rescatando y dándole vida a la tierra”.
Olga explica que las lombrices son caras, por ello al inicio de su proyecto de lombricomposta, hace un año, “compramos poquitas, sólo unos 10 kilos; hicimos las camas (para la reproducción) de volada; hemos hecho reuniones, la gente ve cómo se hace y ve que implica un cambio importante”, incluso respecto de la compra de fertilizantes orgánico con proveedores externos, “porque cuando tú sabes cómo se elaboran, empiezas a tener duda sobre la calidad de lo que compras por fuera y sobre el tiempo que tienen de almacenamiento.
FOTO: Stephen Ticehurst |
“Como organización hemos llegado a adquirir cinco mil o seis mil litros de fertilizante orgánico, pero como no hay una calidad certificada de éstos, la calidad se comprueba en los resultados; por lo general no tenemos tiempo para mandar a laboratorio el producto”.
Las primeras toneladas de lombricomposta de la organización se utilizaron ya en pruebas piloto en los cinco municipios donde están los socios; “se están utilizando en suelos altamente desgastados, pues traemos un programa de rescate de tierras”. Para estas pruebas la organización cubre los costos al cien por ciento, y “eso motiva a la gente; en esas parcelas se va a ver una recuperación y un cambio total en el ecosistema del suelo. Y experimentamos en el camino: se ponen dos toneladas de lombrices y vemos si se requiere más y cómo va reaccionando la tierra”.
La entrevistada comenta que hay estudios que demuestran que en tres o cuatro años la lombricomposta rescata las tierras. Señala que los campesinos de su organización están combinando el uso de lombrices con fertilizantes químicos en una proporción de 50-50 por ciento. “Debemos ir encontrando el punto de equilibrio y paulatinamente reducir el químico, hasta llegar a un 80-20 por ciento, en la medida que se van regenerando los suelos, y también observamos la alimentación de las lombrices, pues si su dieta es de fósforo y otros minerales, su resultado será de eso, con efectos positivos en el suelo y en la producción”.
Dijo que es una gran ventaja el estar organizados, el ser miembros de la ANEC, porque de esta forma se tiene a la mano herramientas e intercambio de experiencias con agrupaciones de otras partes del país.
Además, la lombricomposta es un proyecto “de los más nobles que hay, pues no se requieren millones ni fortunas para ir avanzando. Se trata de empezar reproduciendo las lombrices y darle mucho seguimiento. Lo malo es que este proyecto carece de apoyos públicos. El secretario de Agricultura (Francisco Mayorga) le digo a ANEC que no hay recursos para impulsarlo”.
Olga Alcaraz participó en el Seminario Internacional Nuevos Paradigmas y Políticas Públicas para la Agricultura y Sistemas Alimentarios Globales -realizado en junio, y donde uno de los convocantes fue ANEC-. Allí, “una conclusión fue la recomendación de que los subsidios al campo den prioridad a las tecnologías sostenibles, como la lombricomposta; ello debe ser una prioridad para el próximo gobierno. Que los apoyos no se den como hasta ahora, con alta concentración en unos pocos y sin discriminar; por ejemplo se ha dado Procampo a gente que tiene mariguana, y se ha apoyado a agricultores industriales, eso no se vale”.
El productor Hipólito Poblado Mácuitl (en la izquierda), con investigadores del Inifap y el Colpos involucrados en la tecnología MIAF. Antonio Turrent, al centro, y José Isabel Cortés junto a él, a la derecha. FOTO: Lourdes E. Rudiño |
Lourdes Edith Rudiño
Ante la crisis alimentaria global, la solución podrá encontrarse en el desarrollo de la agricultura de pequeña escala, donde México cuenta con unos siete millones de hectáreas, cultivadas fundamentalmente con semillas nativas, y donde hay un amplio margen de potencial para elevar rendimientos, mejorar los ingresos de los productores, elevar y diversificar la oferta de alimentos y restituir suelos erosionados.
Así lo afirman Antonio Turrent y José Isabel Cortés Flores, investigadores que a principios de los años 70s participaron en un grupo de especialistas enfocados a explorar posibilidades para los productores en pequeño (de menos de cinco hectáreas), y que hoy día se esfuerzan por difundir algo que en aquella época ya se vislumbraba, la tecnología “milpa intercalada en árboles frutales” (MIAF).
Lo hacen con predios demostrativos promovidos desde el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) y del Colegio de Posgraduados (Colpos) y establecidos en Puebla, Oaxaca Chiapas, Veracruz, Estado de México y Distrito Federal.
“Las inversiones para el desarrollo tecnológico en agricultura han estado enfocadas por décadas a favorecer la agricultura intensiva, tipo Sinaloa; en esas áreas, los rendimientos llegaron ya al umbral y tienen altos costos ambientales y económicos. Los siete millones de hectáreas de agricultura en pequeño que tenemos en México han tenido muy poca atención; han sido como una maceta que recibe muy poca agua; han estado abandonadas, sin inversión ni organización. Por ello su potencial es alto –en maíz se puede por lo menos duplicar los rendimientos promedio– y las expectativas son muy esperanzadoras”, señala José Isabel Cortés, profesor-investigador del Programa de Edafología del Colpos.
En visita de campo, en el ejido San Mateo Caultitlán, en Puebla, observamos uno de los predios demostrativos de MIAF, propiedad del campesino Hipólito Poblano Mácuitl, el cual se instaló desde 2003 en una hectárea, con un tercio ocupado por árboles de manzana (con una variedad adaptada de Golden Delicious), otro tercio por maíz y el resto de frijol. Este policultivo es algo que los investigadores habían observado desde inicios de los 70s como iniciativa de los campesinos, pero que han perfeccionado –con los árboles ahora establecidos en forma de y griega para mejor captación de luz solar, y con una altura de 3.20 a 3.50 metros para facilitar la cosecha pero también para no ser muy vulnerables a las heladas, entre otras cosas.
El manejo que se da a los frutales es similar al que obtendrían las manzanas en predios de productores comerciales de gran escala de Chihuahua o Washington, con fertilizantes orgánicos y químicos, y también con tecnología propicia para los otros cultivos, de tal forma que se tienen rendimientos en el maíz superiores a siete toneladas por hectárea, en comparación con 1.5 o dos del promedio nacional de la pequeña agricultura.
Este modelo, con frutales caducifolios (duraznos, chabacanos, ciruelos, tejocotes, manzanas y capulines) es propicio para todo el eje neovolcánico en predios pequeños, comenta Antonio Turrent, presidente de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS), esto es para alrededor de un millón de hectáreas en México. Y en el trópico otro tipo de especies, como guayabas, naranjas, aguacate, funcionan muy bien.
FOTO: Lourdes E. Rudiño |
“No nos hemos metido en la parte norte del país, pero también creemos que en esa zona se puede adaptar la tecnología, allí creemos que el orégano sería la planta que sustituyera al frutal y hay otros árboles y arbustos que no hemos explorado pero que podrían llenar también este papel. Esta tecnología es muy flexible, adaptable a un gran tipo de condiciones, menos al tamaño de la unidad de producción: si es grande, no le sirve (…) En la tierra de don Hipólito hay riego, pero la tecnología es viable también en temporal, como podría ser para superficies en el Distrito Federal y en Toluca; en las cañadas de Chiapas también es viable (…); en las áreas semiáridas, con precipitaciones más pobres, son propicios los frutales como la pitaya, las cactáceas, la ciruela mexicana, la ciruela espondia y la jiotilla”, dice Turrent.
Por ejemplo, en Oaxaca hay una ladera en la región mixe donde se están probando 38 variedades y especies, entre ellas cerezos, almendros, chabacanos, ciruelos, nogal de castilla; se investiga para ver si son propicias para MIAF.
Además, el Colpos y el INIFAP han desarrollado materiales propicios para tierras mexicanas, como la manzana Golden del predio de don Hipólito, que requiere menos unidades frío en el invierno respecto de la Golden original; también cuentan con variantes de manzana Gala adaptadas; con cinco variedades de durazno de alta calidad y dos de chabacano, comenta Cortés.
Con base en los resultados dados desde 2003 por el predio visitado, los investigadores hicieron una estimación de producción, rendimientos y valor de la cosecha (sin considerar costos ni posibles fenómenos climáticos nocivos): en un predio de 2.5 hectáreas con MIAF se puede obtener al año 13.8 toneladas de manzana, 10.32 de maíz y 1.82 de frijol, lo cual representa un valor total de 226 mil 125 pesos. Si todo fuera sembrado con maíz el valor sería de 97 mil 500 pesos, con sólo frijol de 52 mil 500 y con sólo manzana 270 mil.
La pregunta que surge es ¿por qué no optar sólo por el frutal y olvidarse del maíz y el frijol? La respuesta la da don Hipólito. “Es necesario tener varias cosas (cultivos) para subsistir, porque si no sale de una me compenso con la otra; además de las 1.5 hectáreas que tengo con MIAF, tengo otra con alfalfa, calabaza y una fila de duraznos; el maíz es lo que procura uno para la alimentación, lo demás es para sobrevivir”. Se trata de no tener todos los huevos en una sola canasta, comenta Turrent y precisa que ante fenómenos como las heladas o sequías, en el MIAF ocurre la pérdida de un cultivo, pero se salva el otro o los otros, y las ganancias relativamente mayores que generan los frutales permiten invertir a favor de los otros cultivos; además, en la lógica campesina, la producción de maíz para el sustento familiar es prioritaria.
Ambos investigadores resaltan la urgencia de que políticas públicas impulsen la tecnología para la agricultura en pequeña escala, como la del MIAF, que impliquen apoyo para la instalación de frutales –pues se requiere una inversión de alrededor de 28 mil pesos para 700 árboles en una hectárea–; investigación –“que es algo que se le ha negado a los campesinos”–, pero también infraestructura comercial y financiamiento para que los productores se apropien de valor. Don Hipólito comenta que el año pasado vendió su cosecha de manzana a 130 pesos el tambo (de 13 a 15 kilos cada uno); este año aspira a colocarla a 200 pesos pues ya se informó respecto de los precios que corren en el mercado. La entregará a un intermediario, “pero si pudiera, si tuviera forma de embolsar y refrigerar la fruta, podría venderla un poco más cara”.
José Isabel Cortés destaca el potencial de la agricultura de minifundio para desarrollarse conservando los recursos biológicos (suelo, agua, diversidad), pues “entra en el concepto de lo que ahora se llama agroecología o ecoagricultura. Este modelo permite la diversificación de cultivos, la rotación de cultivos, el cómo se maneja el maíz y el frijol asociados (permitiendo mayor rendimiento del frijol), la cuestión de la rotación de cultivos para alterar el hábitat de los enemigos de los cultivos en el suelo y cómo incrementar la eficiencia en el uso de la luz solar.
Antonio Turrent recuerda que desde el gobierno de Luis Echeverría en México hay el estigma de que para ser productivo se requieren unidades agrícolas grandes. “Ese modelo fracasó; luego el gobierno de Salinas cambió el artículo 27 constitucional (que liberalizó la compra venta de la tierra), pero fracasó también, pues sigue habiendo el mismo número de predios de hace 15 años. Pero el estigma permanece y por eso el Estado mexicano ha marginado a los pequeños productores. En China, al contrario, la unidad familiar es menor a media hectárea y está cada vez más produciendo lo que necesita”.
Catherine Marielle y Lucio Díaz Por más paradójico que parezca, plantear nuevos paradigmas para la agricultura y el campo mexicano nos remite a pensar en procesos muy antiguos, a la memoria de los pueblos indígenas y campesinos. Entender la ciencia campesina que aún se refleja en los sistemas agrícolas tradicionales, en el cúmulo de saberes para manejar y cuidar ecosistemas muy diversos y en los dinámicos sistemas sociales comunitarios, forma parte de nuestra tarea desde la década de los 70s. En estos años el sistema alimentario mundial, orientado por la ganancia de empresas privadas, ha dejado un rastro de contaminación química y ahora transgénica y ha profundizado el hambre y la crisis agraria en muchos países. La privatización y la erosión de los recursos genéticos y de los conocimientos asociados a ellos aparecen como preocupaciones fundamentales en este contexto. Ante las múltiples problemáticas que amenazan los territorios, las semillas, la agricultura y la alimentación de los pueblos, el enfoque xolocotziano nos parece más pertinente que nunca. Partir de que “todos aprendemos de todos” (Freire) abre puertas hacia los diálogos de saberes y nos plantea el constante reto de construir formas de asesoría respetuosa y aprendizaje mutuo en la búsqueda de alternativas útiles, esto a contracorriente del pensamiento dominante y del extensionismo presente en los modelos de desarrollo, tecnológicos o educativos. La sustentabilidad, nuevo paradigma de finales del siglo XX, reforzó la búsqueda de perspectivas multidimensionales capaces de integrar aspectos ecológicos, tecnológicos, económicos, políticos, sociales, culturales y espirituales; mientras las políticas neoliberales, los tratados comerciales y la creciente dependencia aceleraron la necesidad de reivindicar la soberanía alimentaria y pensar en Sistemas Alimentarios Sustentables (SAS), desde la producción hasta el consumo y desde lo local hasta lo nacional. Así nació el programa SAS del Grupo de Estudios Ambientales (GEA) y comenzó una experiencia con comunidades de la región Centro-Montaña de Guerrero. Se abrieron espacios para reflexionar los problemas y las necesidades de la agricultura y comenzamos a proponer alternativas; poco a poco se fue buscando en la memoria y la experiencia de cada comunidad, y también en otras experiencias que vinieran a reforzar la sustentabilidad de cada parcela. El fortalecimiento de la agricultura campesina implica mirar la integralidad socio-ecológica de los territorios. Dos enfoques forjados en el andar del programa Manejo Campesino de Recursos Naturales del GEA en esa región han orientado nuestro trabajo: en primer lugar, nuestras acciones buscan entender y fortalecer las estrategias y sistemas diversificados de familias y comunidades –en ello se basa el diseño paulatino del proyecto regional que GEA ha impulsado junto con 20 comunidades–; en segundo lugar, pensamos que la clave de un manejo sustentable del territorio está en las capacidades organizativas y de autorregulación de las comunidades, que dependen de la fortaleza de sus instituciones (asamblea, sistema de cargos, tequio, entre otras), de su reconocimiento parte el diálogo y la construcción de propuestas. El proyecto integral regional busca fortalecer las capacidades de las comunidades para avanzar hacia un mayor control y un manejo sustentable de sus territorios. El agua ha sido el recurso eje, y la microcuenca una herramienta de planeación valiosa para la organización comunitaria del territorio. Las líneas de trabajo se articulan según los acuerdos establecidos con cada comunidad: manejo comunitario del monte y la biodiversidad; conservación de suelo y agua en microcuencas; agroecología comunitaria; manejo del ganado y las áreas de pastoreo; casa, patios y solares campesinos; agua, salud y alimentación con escuelas; estas líneas procuran ir nutriendo sueños y planes de trabajo comunitarios, escolares, colectivos y familiares, en diferentes espacios del territorio y niveles de toma de decisiones. Más de 15 años de vinculación e intercambio han permitido un proceso continuo de formación de promotores campesinos regionales y el involucramiento de asambleas, autoridades y comités comunitarios (de agua, reforestación y padres de familia). Actualmente 17 comunidades impulsan planes de manejo de microcuencas, de manejo de especies forestales no maderables (maguey papalote) y cuidado de los montes, de animación agroecológica y tecnologías apropiadas, entre otros trabajos que se complementan con la “comunicación andariega” y las Jornadas por la Madre Tierra, una propuesta educativa con niñas, niños y jóvenes, orientada a fortalecer los vínculos con su comunidad, valorar la identidad, la cultura y el saber campesino abriendo nuevos espacios de diálogo entre pequeños y grandes. Las comunidades participantes se han reivindicado como centros de rescate, generación e intercambio de saberes; reciben visitas y comparten sus experiencias con comunidades, promotores, organizaciones e instituciones académicas. Estudiantes de diversas universidades han participado en esos intercambios como parte de su formación y han devuelto estudios e investigaciones orientados a enriquecer los procesos de cada comunidad. En el camino hacia una agroecología comunitaria, pasamos del trabajo con un grupo de campesinos en 30 parcelas en 2002 a procesos de animación en 20 comunidades. Se han establecido 67 parcelas experimentales y más de 400 familias han recuperado o incorporado prácticas sustentables, restaurando la fertilidad de los suelos, logrando mayor resistencia a plagas, sequías y tormentas, mejorando sus rendimientos y disminuyendo la dependencia monetaria, técnica y de insumos externos. Más de cien animadores agroecológicos constatan la recuperación de la confianza y el orgullo en muchas familias por sembrar sus propios alimentos. Más de 200 mujeres y sus familias impulsan la sustentabilidad y la autogestión en el manejo del agua y la producción de alimentos desde la casa, el patio y el solar. Muchas experiencias agroecológicas en el mundo han mostrado no sólo sus posibilidades y alcances para sostener la vida en las comunidades, sino también para revivir mercados regionales e incluso proponer nuevas formas de economía solidaria. Esta pequeña experiencia muestra cómo a partir del reconocimiento de las comunidades, sus instituciones, estrategias y conocimientos se pueden construir proyectos de desarrollo a nivel regional, elaborados, aplicados y vigilados por los pueblos. Se pueden rescatar espacios y sistemas de producción de alimentos, manantiales y cauces de agua, montes y biodiversidad. Ante la crisis ambiental y civilizatoria que vivimos, defender las semillas, la milpa y el territorio, como comunidades y como país, es una tarea que permitirá reconstruir las autonomías y la soberanía alimentaria. *Texto elaborado a partir de la presentación en el Seminario Internacional Nuevos Paradigmas y Políticas Públicas para la Agricultura y Sistemas Alimentarios Globales. |
De los 25 millones de hectáreas de tierra de labor en temporal que tiene México, la mitad está en laderas y sufre de erosión en términos generales. Aunque no hay datos de los grados de severidad, ni se sabe en qué cantidad de hectáreas de plano ya debe considerarse perdido el suelo y son cultivadas en roca, este es el problema más serio en que tiene México en tal tipo de tierra y afecta a millones de campesinos.
Crear terrazas de manera natural, por medio de la tecnología de “maíz intercalado en árboles frutales” (MIAF) es la única forma en que las tierras en ladera dañadas por la erosión (asociada con las lluvias que arrastran suelo) pueden restablecerse, y si bien el proceso es gradual –puede tardar 20 o 30 años–, en el transcurso del tiempo va generando beneficios, entre ellos diversificación de producción agrícola para los campesinos, menor uso paulatino de fertilizantes y “purificación” natural del agua.
En el marco de una visita a tres predios contiguos en el ejido Zoquiapa, del municipio Iztapalupa, en Puebla, donde las tierras están en ladera, Antonio Turrent, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), explica que 40 centímetros es la profundidad adecuada para que un suelo sea apto para la producción agrícola; en las laderas, el arrastre de las lluvias adelgaza los suelos y vuelve a los cultivos más vulnerables a las sequías.
Uno de los predios, señala Turrent, fue cultivado con MIAF –con duraznos asociados con otros cultivos– por investigadores del INIFAP y del Colegio de Posgraduados (Colpos) en 2001; ese año hubo un incendio en los tiempos de secas, y entonces se hizo la reforestación, pero en 2002 se acabó el presupuesto y por tanto los académicos abandonaron su trabajo. Sin embargo, el dueño de la tierra, Martín Domínguez González, preservó el MIAF y en fecha reciente Turrent y José Isabel Cortés, investigador del Colpos, pasaron por el lugar y han podido comprobar, con el comparativo de los dos predios vecinos los beneficios conseguidos por el primero.
Uno de los predios contiguos está severamente erosionado; según Martín Domínguez, su propietaria trabaja con arado la tierra y rotura, lo cual hace que las tierras se aflojen; el otro predio, del propio Domínguez, tiene sembrado chícharo y muestra un grado menor de erosión, “porque no uso arado, sino arrastre”.
El predio con MIAF ha sido sembrado con chícharo, haba y avena en asociación con los duraznos, y comenta Turrent, se hace evidente la formación de terrazas; agrega el campesino: “aquí la tierra se detiene, no se deslava; necesito usar menos fertilizante”.
Don Martín siente decepción porque su tierra está a un lado de la carretera y entra gente a robarse los duraznos; cuando antes ha tenido maíz, el hurto es parejo. Como los ladrones llegan a caballo aplastan los chícharos y éstos se “enchahuistlan”, se machucan y se pierden.
Sin embargo, don Martín mantiene en pie los árboles de durazno –si bien no los atiende con suficiente empeño– porque el rendimiento que obtiene de los otros cultivos sería el mismo con o sin frutales, y además su tierra se erosionaría (LER).