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Bienestar, el reto de la política alimentaria y nutricionalJulieta Ponce
Los olvidados por gobiernos de los pasados 30 años son también los que ya no están. Un millón 300 mil niños y niñas no hubieran muerto si un modelo de nutrición y salud de vigilancia básica fuera la lógica de una política pública basada en el bienestar con garantía de los derechos humanos. La mala nutrición provocada o ignorada obliga a replantearnos como nación el concepto de políticas para la vida digna. Los resultados son reprobatorios en materia de alimentación y nutrición en este final de sexenio. Se entrega el país con cinco millones de niños y niñas con hambre, un millón de ellos con desnutrición; 4.5 millones de niños de cinco a 11 años de edad con sobrepeso, y 28 millones de mexicanos con pobreza alimentaria o, en realidad, con pobre alimentación de dudosa calidad. La falta diaria de alimento saludable impide el desarrollo pleno de las capacidades físicas, mentales y emocionales de la persona. La desnutrición infantil eleva el riesgo de padecer obesidad y con peores afecciones metabólicas en la edad adulta, esto convierte en pocos años a una comunidad empobrecida en improductiva y dependiente, incapaz de generar por sí misma un entorno sustentable. México, sin cumplir con su tarea de combatir la desnutrición, transitó a la obesidad, ahora con el 70 por ciento de los adultos con sobrepeso y el riesgo latente de enfermar crónicamente por diabetes, enfermedades cardiovasculares o cáncer. El gasto excesivo en los tratamientos médicos especializados se ha convertido en un nuevo brazo de empobrecimiento y una causa de discriminación en el servicio de salud. En zonas rurales, campesinas e indígenas, los programas de ayuda alimentaria como Oportunidades han favorecido el consumo de alimentos industrializados de baja calidad, gracias a la transferencia condicionada de dinero, en lugar de fortalecer un sistema nutricional alineado con los sistemas de atención a la salud, educación y vivienda. Son 30 mil millones de pesos con atención a seis millones de familias. Esto sería suficiente para operar sistemas de ayuda alimentaria basados en la producción sustentable regional, para subsidiar una parte de la canasta básica y reactivar la economía local por el consumo preferente de poblaciones beneficiarias. La vulnerabilidad en el campo se debe a la asimetría de oportunidades generada por la imposición del modelo neoliberal con protección especial para grandes corporativos y obligando a los pequeños productores de alimentos a trabajar la tierra en las peores condiciones de competitividad. Las políticas le apostaron a una agricultura sin campesinos. Este patrón de supervivencia desde 1982 terminó por expulsar del campo mexicano a más de 15 millones de personas; desde entonces el campesinado se ha ido envejeciendo y feminizando. El 90 por ciento del territorio rural nacional está en manos de ejidatarios por arriba de los 55 años y hay 400 mil mujeres al frente de unidades rurales, mujeres con tasas elevadas de una niñez desnutrida, de estatura pequeña y anemia durante los embarazos, hoy jefas de familia tratando de recuperar el campo. La desnutrición y la pobreza son sobre todo rurales, pero la desigualdad está generalizada. México dispone de tres mil 200 calorías diarias per cápita, que para una persona adulta sobrepasa la recomendación energética. Si existen personas con hambre es un asunto de desigualdad social. El alimento básico no llega a quien debe llegar, empero la chatarra llega a toda la población. Para combatir la pobreza se requiere erradicar la desnutrición, el hambre, la riqueza inmoral, el desempleo y la ignorancia. El Foro Nacional para la Construcción de la Política Alimentaria y Nutricional (Fonan), convocado por universidades e instituciones de investigación, representa la oportunidad para integrar la experiencia técnica de la academia a las obligaciones irrenunciables del Estado frente a una crisis institucional en medio de otras crisis: alimentaria, económica, ecológica y de salud. Reunidos, más de 75 científicos e intelectuales, organizados por ejes de trabajo, han definido elementos sustantivos para trazar un nuevo sistema alimentario y nutricional, además de la conformación de indicadores regionalizados para el observatorio permanente de la operación y los resultados de esta política. Poner a las personas en el centro de la política es un acuerdo general del Fonan. El bienestar, los derechos humanos-ambientales, el desarrollo social y el crecimiento económico, deben ser los ejes transversales de la nueva política alimentaria y nutricional. Se requiere un sistema de inteligencia epidemiológica desde el nacimiento. Proteger y promover la lactancia materna, y un modelo de atención integral para niños y niñas menores a cinco años junto con sus madres, donde la alimentación promueva el neurodesarrollo, el aprendizaje y el acompañamiento con cariño. Se debe sustituir la tienda escolar con los comedores escolares como espacios donde se viva la experiencia de comer bien y de forma digna en colectivo. Todos los espacios educativos deben ser declarados como libres de comida chatarra. Un sistema de contención de la obesidad en adultos y un programa de seguridad alimentaria para ancianos para el control de riesgos. Asegurar el acceso al agua limpia para todas las comunidades por derecho, así como la regulación de la publicidad de alimentos y el ordenamiento de la venta de comida callejera, son otras recomendaciones. El Fonan plantea la soberanía alimentaria en sí misma como propuesta de política justa y necesaria, para asegurar la dignidad y las formas de vida campesina e indígena, para proveer alimentos sanos y de calidad en una nueva canasta básica de alimentos mexicanos. Una política que permita a los pueblos empobrecidos volver a ser productivos, erradicando hambre y pobreza en sus propias localidades; se propone una estrategia para incorporar a más personas a las actividades agrarias, como motores de una economía ruralizada, regionalizada y sostenible, fuera de los movimientos especulatorios y financieros. Programa de subsidio de frijol y maíz, asegurando su consumo en programas de ayuda alimentaria en poblaciones vulnerables y un resguardo alimentario en caso de emergencia climática o desastres naturales. Crear vínculos entre la población agraria y urbana; retomar el binomio producción-consumo, para producir con nuevos modelos de alianzas comerciales entre pequeños productores que sean sujetos de crédito en condiciones de justicia en mercados locales. Una política de nuevas prácticas agrarias y alimentarias para enfriar el planeta y nutrir a sus habitantes, son planteamientos del Fonan. El suelo mexicano tiene la capacidad de alimentar a la población en un nuevo pacto social para el reordenamiento del Estado, con respeto y garantía al derecho a la alimentación para vivir con bienestar, en un futuro donde la nutrición permita el máximo desarrollo de las capacidades humanas, desde el nacimiento hasta la muerte con dignidad.
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