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ChiapasCirsa, casi dos décadas organizados
Ramses Arturo Cruz Arenas En memoria de Arturo León Zacarías y Salmos: Son las 9 a.m., en hora de dios, como se le dice acá a la hora normal pues no se acata el horario de verano; en el fondo una banda suena estridente. Todos empiezan a correr y uno dice: “ya llegó”. Se refiere a Marcelo, el párroco de Simojovel. Inicia entonces la celebración del 19 aniversario de la fundación de Comunidades Indígenas de la Región de Simojovel de Allende (CIRSA). Durante la eucaristía, Marcelo hace una interpretación de la Biblia mezclada con la sabia indígena y –en referencia a los libros de Zacarías y a los Salmos, que hablan de la libertad del hombre– equipara a los pueblos originarios con el hebreo, el cual mientras estuvo desorganizado fue explotado bajo el yugo egipcio. Una metáfora que bien aplica a los tzotziles de la región, quienes por mucho tiempo fueron acasillados en las fincas cafetaleras de Simojovel y Huitiupán. “Trabajábamos desde antes del amanecer hasta que el sol se ponía”, cuenta don Andrés, uno de los fundadores de la CIRSA y miembro del consejo consultivo de la organización. Después de un largo proceso de lucha que llevó a la región a ser una de las más convulsivas en el estado, los indígenas fueron recuperando las tierras, convirtiéndose durante un par de décadas en bastión de la Central Independiente Obrero Campesina (CIOAC), al tiempo que el zapatismo sembraba su semilla en lo profundo de la selva. La lucha social abrió otro frente, el de la apropiación del proceso productivo del café, y en eso CIRSA es la vanguardia. En los 80s los indios de la región aún luchaban por la tierra y muchos vivían en la órbita de la finca: hombres sin tierra, sin libertad, sin dignidad, semiesclavizados bajo la forma de servidumbre por deudas y acasillados. El finquero era, por usar las palabras de Paz, un ogro filantrópico que lo mismo les regañaba y pegaba, les ponía el cepo o los metía en la cárcel, que era compadre de sus indios, padre de niños que tenía con las mujeres que eran casi de su propiedad, protector al que se acudía en caso de necesidad y vínculo con el santo patrono de la finca. Pero eso, lenta y progresivamente se fue acabando. Hoy los antiguos finqueros son comerciantes en Simojovel y muchos de los indios son dueños de sus tierras, cultivan sus milpas, tienen sus potreros y arropan sus cafetales. Si durante la lucha por la tierra el enemigo jurado era el finquero, como productores de café la traba era la comercialización y, sobre todo, el coyote. Los productores de esta región recibían una miseria por el aromático. Hacia fines de 1988 –en medio de una profunda crisis de la caficultura nacional y la desaparición del Instituto Mexicano del Café (Inmecafé)– los miembros de unas 12 comunidades iniciaron un proceso autogestivo. Su principal objetivo era encontrar canales de comercialización y mejores precios; fueron apoyados por el cura Joel Padrón, representante directo de monseñor Samuel Ruiz y seguidor de la apuesta por los pobres de la Teología de la Liberación. Esa búsqueda los llevó a Oaxaca, donde la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI), que realizaba los primeros ensayos de lo que después se llamaría Comercio Justo, empezó a comprarles café. Pero los problemas de lejanía pronto hicieron su efecto. Por sugerencia de la UCIRI, ese grupo se acercó a Indígenas de la Sierra Madre de Motozintla (Ismam), una organización chiapaneca orientada fuertemente a la producción orgánica, que los apoyó con la comercialización durante un breve lapso. Finalmente, hacia 1992 la experiencia autogestiva cobró nombre jurídico y, bajo la forma de triple S, nació CIRSA. Actualmente tiene 581 socios de unas 31 comunidades, y su área de influencia transgredió el ámbito regional pues va desde Simojovel –su municipio base–, Huitiupán, El Bosque, Jitotol y Amatán, en la región norte, hasta Chalchihuitán, municipio que es más bien de los Altos de Chiapas. Desde sus inicios, CIRSA ha destinado a la exportación su café, que es básicamente orgánico con sello de Comercio Justo. En particular lo coloca en Alemania y Estados Unidos, pero también ha empezado a explorar los mercados locales y regionales, donde uno puede encontrar Biocirsa, su café tostado y molido presentado en bolsa metalizada. Incluso CIRSA tiene ya una cafetería en el centro de Simojovel. Hoy esta organización es un ejemplo de cómo las comunidades auto organizadas logran producir para el mercado mundial, apoyan a sus socios y a la vez cuidan el medio ambiente, y es que pasaron de la búsqueda de mejores precios a la generación de bienestar y de una conciencia ecológica profunda en sus socios. Especializaciones amorfas: milpas y cafetales. Si bien CIRSA es una organización eminentemente cafetalera, sus miembros no sólo se dedican al aromático. No olvidemos que el cafeticultor promedio también se dedica a producir su milpa – o como ahora le llaman maíz en policultivo–. Algunos tienen incluso ganado, que cuando es importante es para venta, y cuando es poco hace las veces de alcancía familiar, siempre dispuesto a usarse en casos de emergencia. Y es que la milpa constituye ese sistema productivo y de relaciones sociales complejo en el que no sólo se siembra el maíz, sino otras plantas como el frijol, la calabaza y el chile. Así, en los tiempos en que se recomienda la homogeneidad productiva, la milpa se resiste a morir. Y no hay otro tipo de producto tan diverso en todo el país, salvo el excepcional caso del café, que siendo una planta no endémica del continente, fue adaptada a un sistema similar a la milpa: la huerta cafetalera. El café es una planta benigna en muchos sentidos: en CIRSA, por ejemplo, se produce principalmente bajo sombra, esto es, cultivado en terrenos diversificados donde predomina el policultivo, lo que de arranque ya es ganancia. A diferencia del monocultivo, que es casi nulo en el estado –aunque predominante en lugares del extranjero que son potencia cafetalera, como el triangulo del café compuesto por Caldas, Quindío y Risaralda, en Colombia–, el policultivo es amigable con el medio, territorio de compleja biodiversidad donde conviven animales y plantas; ayuda a la retención de suelos y con ello detiene la degradación, cosa no menor, debido a los escarpados y pendientes donde se encuentran los cafetales a lo largo y ancho del estado. A eso debemos agregar que gracias a la valorización y la creciente tendencia al consumo de productos orgánicos, se produce cada vez más bajo esta forma, lo que sin duda tiene sus impactos positivos al dejar fuera el uso de agroquímicos. Si tomamos en cuenta ciertos aspectos de la comercialización y del impacto a nivel familiar, comunitario y regional, así como la apuesta en el mercado con el Comercio Justo, el café producido por organizaciones sociales tiene un rostro sin duda amigable y, tal como reza el emblema de CIRSA –“Comunidad indígena al servicio de la sociedad”– la sociedad en general se ve beneficiada por este tipo de lógica productiva basada en el respeto a la naturaleza y el trato entre iguales. |