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Ya no es sinónimo de progreso, dice en La civilización del espectáculo

Critica Vargas Llosa la transformación de la cultura en objeto de consumo
 
Periódico La Jornada
Martes 17 de julio de 2012, p. 9

La cultura de masas quiere ofrecer novedades accesibles para el público más amplio posible y que distraiga a la mayor cantidad posible de consumidores. Su intención es divertir y dar placer, posibilitar una evasión fácil y accesible para todos, sin necesidad de formación. Se inventa una cultura transformada en artículos de consumo de masas, expresa, Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936), en su libro más reciente, La civilización del espectáculo, el primero después de obtener el Premio Nobel de Literatura en 2010.

Se trata de un ensayo donde aborda con estilo crítico y amplio conocimiento histórico el tema de la cultura y su función social, su cambio de concepción –por primera vez en la historia–, ya que ha dejado de ser sinónimo de progreso, y pone en suspenso el papel de los intelectuales.

Pasan por su pluma las obras clásicas de Stheiner y TS Eliot, las posturas marxistas y las categorías de la mercancía, todo para profundizar la destrucción actual del concepto de cultura con el neoliberalismo y la globalización.

“Esta cultura de masas, según los autores (Gilles Lipovetsky y Jean Serroy), nace con el predominio de la imagen y el sonido sobre la palabra, es decir, con la pantalla. La industria del cine sobre todo desde Hollywood ‘mundializa’ las películas llevándolas a todos los países, y en cada país a todas las capas sociales, pues, como los discos y la televisión, las películas son accesibles a todos y no requieren para gozar de ellas una formación intelectual especializada de ningún tipo”, precisa Vargas Llosa.

“Lo que no está claro es si lo que Lipovetsky y Serroy llaman cultura-mundo o cultura de masas y en las que incluyen, por ejemplo, hasta la ‘cultura de las marcas’ de los objetos de lujo, sea, en sentido estricto, cultura, o si nos referimos a cosas esencialmente distintas cuando hablamos, de un lado, de una ópera de Wagner y de la filosofía de Nietsche, y de otro lado, de las películas de Hitchcock y de John Ford y de un anuncio de Coca-Cola.”

El Nobel añade: es discutible que esta nueva cultura planetaria ha desarrollado un individualismo extremo en el orbe. Por el contrario, la publicidad y las modas que lanzan e imponen los productos culturales en nuestro tiempo son un serio obstáculo a la creación de individuos independientes capaces de juzgar por sí mismos qué les gusta, qué admiran, qué encuentran desagradable y tramposo u horripilante en esos productos.

Vargas Llosa cita autores contemporáneos como Frédéric Martel y su libro Cultura mainstream, donde a partir de entrevistas periodísticas señala la destrucción del concepto actual de cultura. “Es en verdad –el libro de Martel– un ambicioso reportaje, hecho en buena parte del mundo, con centenares de entrevistas, sobre lo que, gracias a la globalización y a la revolución audiovisual, es hoy día un denominador común, pese a la diferencia de lenguas, religiones y costumbres, entre los pueblos de los cinco continentes.”

El triunfo de la frivolidad

Al final del ensayo, el intelectual naturalizado español dice: “Termino con una nota personal algo melancólica. Desde hace algunos años, sin que yo me diera bien cuenta al principio, cuando visitaba exposiciones, asistía a algunos espectáculos, veía ciertas películas, obras de teatro o programas de televisión, o leía ciertos libros, revistas y periódicos, me asaltaba la incómoda sensación de que me estaban tomando el pelo y que no tenía cómo defenderme ante la arrolladora y sutil conspiración para hacerme sentir un inculto o un estúpido.

“Por todo ello, se fue apoderando de mí una pregunta inquietante: ¿Por qué la cultura dentro de la que nos movemos se ha ido banalizando hasta convertirse, en muchos casos, en un pálido remedo de lo que nuestros padres y abuelos entendían por esa palabra? Me parece que tal deterioro nos sume en una creciente confusión de la que podría resaltar, a la corta o a la larga, un mundo sin valores estéticos, en el que las artes y las letras –las humanidades– habrían pasado a ser poco más que formas secundarias del entretenimiento, a la zaga del que proveen al gran público los grandes medios audiovisuales y sin mayor influencia en la vida social.”

Así, la banalización de las artes y la literatura, el triunfo del periodismo amarillista y la frivolidad de la política son síntomas de un mal mayor que aqueja a la sociedad contemporánea: la idea temeraria de convertir en bien supremo nuestra natural propensión a divertirnos, se señala concluyente en la contraportada.