ucho hemos hablado de cómo la arquitectura refleja la historia de una época determinada. Cuando se demuelen construcciones que fueron representativas de un periodo se destruye un pedazo de la memoria urbana. Ese ha sido el caso de los grandes cines que tuvieron un papel relevante como sitios de convivencia y disfrute compartido y de encuentro de las distintas clases sociales, desde los años 30 a los inicios de los 70 del pasado siglo XX.
De ello nos habla el libro Espacios distantes aun vivos: Las salas cinematográficas de la ciudad de México, un trabajo excelente de los arquitectos Francisco Haroldo Alfaro Salazar y Alejandro Ochoa Vega, investigadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco, editora de la obra.
Comienza con el nacimiento del cine y su arribo a nuestro país, a fines del siglo XIX. Nos habla de su desarrollo en las primeras décadas de la pasada centuria y al llegar a los años 30 nos detallan la creación, auge y decadencia de las salas de cine monumentales, que albergaban a miles de espectadores en unos espacios plenos de lujo y extravagancias; la fantasía comenzaba desde el arribo a la sala.
Los que no se cuecen al primer hervor seguro recuerdan la emoción que provocaban cines como el Alameda, que semejaba un pueblo colonial, cubierto por un cielo tachonado de estrellas, que buena parte de mi infancia estuve segura que era real. Otro espacio fascinante era El Palacio Chino, en donde sólo faltaba ver aparecer al emperador.
Entre los factores que contribuyeron a que se iniciara la construcción de los grandes cines en los años 30 se pueden destacar los avances cinematográficos como la inclusión del sonido en la producción de películas, lo que se combinó con los aportes de la arquitectura moderna del siglo XX.
Cuatro décadas más tarde, a mediados de los 70 se comenzaron a advertir ciertos signos de obsolescencia de las grandes salas, en relación con la forma de vida en la ciudad de México y dio inicio su destrucción. En algunos casos se fraccionaron para hacer varias salas pequeñas, la mayor parte se demolieron por completo y los pocos que sobreviven en su mayoría están en el abandono.
Durante la época de auge de esos magnos cines, varios de ellos se ubicaban en la avenida entonces llamada San Juan de Letrán, hoy Eje Central. Las ostentosas fachadas con sus iluminadas marquesinas y el paso constante de gente le ganó el apodo a la transitada vía del Broadway mexicano
. Recordamos el Cinelandia, el Maya, el Princesa, el Avenida, y el Teresa. Este último era de los escasos sobrevivientes y hasta hace unos meses se sostenía pasando películas pornográficas. Es obra del arquitecto Francisco Serrano, uno de los mejores de la época, magnífico exponente del estilo art-decó. Lo edificó en 1942 en parte de un cine viejo que se demolió por la ampliación de la avenida y lo redificó en el estilo en boga. Al tener que adaptarse al espacio prexistente el vestíbulo no es tan espectacular, sin embargo le colocó dos vistosas escaleras laterales de granito en forma de media luna, columnas estilo clásico y un foto mural con artistas famosos. La fachada con aire art-decó, tenía un anuncio de bandera y una espectacular marquesina..
Ahora lo han modificado en el interior para convertirlo en una plaza del celular; nos consuela que se preservó la fachada, las escaleras, parte del vestíbulo superior y el fotomural. Para conservar su vocación de cine se construyeron dos pequeñas salas muy gratas, que ya funcionan y próximamente se convertirán en templos del buen cine mexicano de antaño.
Esto lo comentamos con José Díaz, empresario de cines de toda una vida, y su mujer, mi tocaya, en una deliciosa comida en el restaurante Danubio, situado en Uruguay 3. Acompañamos el tequilita con boquerones rebozados y manos de cangrejo. Después compartimos unos langostinos al mojo de ajo y todavía pecamos con postre: bartolos de la vasca.