a masiva concurrencia a las urnas y el recuento de los votos no dio paso a una celebración por la jornada civil vivida el 1º de julio. La incertidumbre por los resultados de la competencia había sido trastocada por la tormenta de falsos datos que desparramaron los encuestólogos. El concomitante manoseo cotidiano de la opinocracia, prediciendo al inevitable ganador, fue descarado y abrumador. Los aspavientos del aparato de comunicación entero para calificar el proceso de válido y transparente se deshilvanaron casi de inmediato. Una lluvia de revelaciones sobre masivas compras de votos, coacción de votantes y demás parafernalia fraudulenta cayó sobre los ciudadanos de distintas orientaciones, indiferencias o partidarismos. Los sentimientos subyacentes por las ilusiones frustradas y las naturales pasiones desatadas durante la lucha electiva, al no encontrar causes debidos, han ido sedimentando una densa, pero cierto, enojo colectivo, fácilmente trocable en furia.
El desconcierto es, posiblemente, el signo distintivo de estos brumosos días. Las encontradas posturas de los panistas, aderezadas por el precipitado anuncio (JVM) de su derrota y los actuales pleitos internos por el liderazgo y la recomposición de posiciones, atizan el delicado momento de inestabilidad. El movimiento de los jóvenes estudiantes (#YoSoy132) y conjuntos de adherentes adicionales no han cejado en sus reclamos. Las calles están siendo llenadas con miles de esos descontentos y sus voces son claras: no a la imposición de Peña por los grupos de presión, en especial por el duopolio televisivo y no, al regreso del PRI. Cualquier acontecimiento adicional que sobrevenga catalizará este nervioso caldo de cultivo.
Las evidencias de la compra masiva de votos se consolidan y se particularizan los mecanismos al través de los cuales se llevó a cabo la delictiva operación. El tránsito de las denuncias y pruebas adosadas –recabadas por los opositores– a la verdad legal, será un delicado proceso. Se acrecientan las dudas sobre la capacidad institucional para responder a la presión que se viene acumulando con el paso de los días. Simplemente se desconfía del veredicto que tanto el IFE como el tribunal (TEPJF) dictaminen con apego a un derecho relleno de justicia. La anulación o la invalidez de la elección serán, sin duda, solicitadas por la coalición de izquierda (AMLO). Hay en tal postura no sólo el derecho, sino la obligación de defender, hasta las postreras consecuencias, el millonario voto conseguido en las urnas de manera limpia y consciente. El PAN no se unirá a la izquierda en su litigio y seguirá una ruta lateral de reclamos, pero sin la belicosidad que, en estos menesteres, hace falta mostrar sin titubeos. La legitimidad y la valentía de los organismos para plantear, si fuera el caso, la nulidad o la invalidez de la elección, no son valores que se les reconozca. No los ganaron previamente ni tampoco los han siquiera intentado rehacer y menos aún conquistar. Se apegarán, en sus dictados, a interpretaciones restringidas de sus deberes y para lo cual la ley actual les facilitará la tarea. Es posible que, en posteriores acuerdos, se impongan multas y castigos a los infractores, pero no pasará de eso. Ante tal panorama, ya bien captado por los inconformes, la furia acumulada ojalá dé paso a movilizaciones permanentes. Será, en el correcto sentido social, una despresurización y canalización de la energía contenida que, de varias maneras, incidirán en el margen de maniobra del futuro gobierno.
Elevando un tanto la mirada, ¿qué es lo aguarda más allá del venidero conflicto? La formación de un gobierno exclusivamente priísta está a la vista y los preparativos para su instalación avanzan de manera paralela sin detenerse en escollos molestos. Los grupos de presión se han cerrado por completo para garantizar, con su influencia difusiva y su peso político sobre PRI y PAN, la ruta ya marcada. La continuidad ha sido la consigna que han proclamado como prometedor destino nacional. De ahí la urgencia de legislar sobre las llamadas reformas estructurales, es decir, la laboral y la fiscal, la energética entrará en una zona de peligros inminentes.
Las intenciones de actuar con rapidez se constatan también en la cascada de felicitaciones de mandatarios externos asumiendo el triunfo de Peña. Allá arriba, en las cúpulas doradas, el reparto de prebendas, posiciones burocráticas y cotos de poder, sigue un curso plagado de voracidades y pasiones. El señor Enrique Peña Nieto, con su cortedad probada, quedará sitiado por una formación sui generis: en el círculo íntimo actuarán, con plenos poderes y libertades, personajes bien conocidos por su formación tecnocrática neoliberal y entreguista. En un segundo plano, subordinado al primero, lo rodearán priístas de viejo cuño, maniobrando como de costumbre, dada su conformación atávica para negociar todo tipo de asuntos para provecho propio. El horizonte resultante de este amasijo no será otro que una nueva puesta en escena (modernizadora la llaman) de la misma tragedia nacional ya bien conocida durante los pasados 30 años: inseguridad creciente, desigualdad galopante, privilegios al gran capital, empobrecimiento de las mayorías, ralo crecimiento y pérdida de soberanía.
No hay de otra. Eso, al parecer, escogieron ahora los votantes y eso tendrán si los ciudadanos dejan a los ganones de siempre alzarse con tan preciado botín.