l Museo Nacional de San Carlos ha iniciado una restauración a fondo, que entre otros beneficios, como la disposición y utilización de los espacios, incrementa la posibilidad de admirar su arquitectura, principiando con la escalera, que para los entendidos puede parecer prodigiosa en su modalidad constructiva.
Todavía en proceso, pero ya detectable, tal remodelación corre pareja hasta el mes de octubre con la exhibición del artista alemán Thorsten Brinkmann (1971), formado con especialistas de la Escuela de Hamburgo. Su exposición se titula Amanecer.
Es divertida, ilustrativa e irreverente. Y lo es no por su consabida utilización de material de desecho, sino por las audaces intervenciones, ejecutadas con sumo cuidado en las piezas escultóricas. No están tocadas, sino resignificadas por adición de algunos elementos que las sitúan en otro contexto conviertiéndolas en personajes que actúan unos con otros o que entablan relaciones objetuales. Así sucede con el acomodo de Paris y Helena (1840), de Antonio Solá Llansas, escultor alabado por Canova.
Si vemos estas piezas en condición habitual, nos percatamos únicamente de que el catalán es un buen escultor académico del siglo XIX. ¿Cómo llegó a México este conjunto?, es cosa que habría que investigar y esa moción puede partir de la actual exhibición, en la que Paris ha sido dotado de un racimo de uvas rematado con la consiguiente hoja de parra, adherido a la escultura a la altura de las partes nobles, lo que indicaría su preferencia por Helena.
Las frentes de ambos sostienen la fruta que provocó discordia. Eso provoca francas sonrisas, lo mismo que el cupido arrodillado que venera los paquetes de latas de Coca-Cola o que la fuente celebratoria de un nacimiento de Venus y a la vez del famoso Diluvio, del bergamasco Francesco Coghetti (1825-1875), pintura muy apreciada y catalogada en Italia entre las mejores de su autor.
Otros acomodos
no son tan claros, v.gr. la sala que alberga varias de las obras más antiguas del acervo suele pasarse por alto, salvo por la instalación al centro del artista-curador.
Su elección de las obras del acervo a comparecer es de buen gusto, eso sin duda, pero no parecen integrarse a sus quehaceres, salvo excepciones, como el espectacular cuadro-objeto, ricamente realzado con marco de época de las propias colecciones de San Carlos. El tiro visual centra la atención en esa pieza y se le admira porque es una composición acertada. Como cuadro-objeto barroco está regido por dos diagonales tipo cruz de san Andrés
y contiene de todo: desde desechos acumulados incluyendo chatarra y pedazos de lo que fue una ventana proveniente de cierto hotel, hasta escombros o una pantalla verde, rota o un zapato tenis, pedazos de silla, etcétera.
El resultado como obra contemporánea es visualmente efectivo. Artistas que utilizan desechos o basura reciclada hay pléyade desde hace décadas, pero Brinkmann supo combinar los materiales, sus formas, texturas y colores sin buscarles simbología. Si es que la tienen, resulta accidental.
No obstante, pareciera dudoso que las piezas realmente dialogan con importantes obras de la colección permanente. El Museo de San Carlos, hoy día, lo que depara es el ingenio del artista alemán, no la colección permanente, que queda relegada a segundo término, aunque puedan advertirse en ella piezas que son venerables (y no sólo históricamente) en ese acervo que dicho sea de paso, hay que reinvestigar a conciencia.
Ahora bien, las fotografías de Brinkmann son otro rubro, tal vez uno quisiera verlas todas juntas, sin alternar con las referencias propuestas por él mismo. Se autorretrata continuamente sin que su opción derive, pongamos por caso, de Cindy Schearman.
Brinkmann oculta toda identidad, se disfraza con los ropajes viejos o de época que constituyen su propia colección, provoca ambigüedades implantándose unos seudosenos en la espalda (Lady Glittersky) dispara la cámara y posa ante el objetivo, siempre ocultando la cabeza, cosa que hace, por ejemplo, con un cubo de basura o con una careta que simula ser la de un pato. Sus naturalezas muertas, sobre todo las pequeñas, provocan fascinación. No se trata de fotografías digitales.
Como curador, fue asistido por el equipo del museo, que lo acompañó incluso a buscar muebles viejos en la colonia Portales, o a pedir prestados residuos y ciertas chácharas que complementaron su propio contingente, transportado, incluyendo el papel tapiz de su propio diseño, desde Alemania.
La audacia de la directora del recinto, editora, promotora y museógrafa, Carmen Gaitán, una de las más cercanas discípulas de Fernando Gamboa, y ex directora del Museo Mural Diego Rivera, es de celebrarse, siempre y cuando el Museo Nacional de San Carlos siga prestigiando la casi única colección oficial de old (o no no tan old) masters que existe en México.