¿Enseñar poesía?
urante años, 25 al menos, consideré que a eso me dedicaba, con un fervor que ahora veo digno de mejores causas: enseñar poesía no es algo que alguien, pienso ahora, pueda efectivamente hacer: poesía, con alegría vagamente melancólica lo digo, sólo la poesía puede enseñar.
Pretendo que no hablo de un fracaso, sí de un error; que la enseñanza de poesía debiera, debe, dejarse en manos de la poesía, de ese algo –no alguien– en que de todos modos encuentro una especie de espiritual, aunque concreto, quien.
La poesía para mí no sólo es un objeto, sino, de modo que no me resulta fácil desglosar, sujeto.
Un sujeto que sabe desapegarse o imponerse, que fluye a borbotones o no responde al toque de la vara en la piedra por más que se le insista uno. Asceta, místico, son conceptos que aprendí en mis comienzos literarios. Con qué frecuencia las personificaciones del primero podrían dar en pensar en lo mal repartida que está la gracia. Y las del segundo –pero uno lejos está de eso– cuántas veces dirán: no más, que me apabullas.
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
, proferirá como Lope desde el tremor humilde el poeta afortunado. Y, no siempre por ingratitud sino por temor llano, no es imposible que en ocasiones diga, con el Fénix: “Mañana le abriremos…”
Poesía, digo, sólo la poesía puede enseñar, pero obedecerla cuesta. ¿Y la ilusión? ¿La ilusión? Eso cuesta caro
, advierte “una tal Dorotea, apodada la Cuarraca” a Juan Preciado, y agrega: A mí me costó vivir más de lo debido
. No me atosiga la idea de que como tallerista o presunto enseñante de poesía a mí me haya pasado lo mismo, mas… pudiera ser.
Ilusión no tanto de pensar que uno es capaz de evidenciar recursos técnicos de la poesía (que la poesía puede y debe estudiarse y esto de lo que hablamos es, además de mostrable, transmisible), sino de haber más de una vez imaginado que verdaderamente la poesía se encontraba dispuesta a enseñarle a uno el camino en que hay que enseñar su camino, su esencial conocimiento.
De esto último, bien que tardíamente, es de lo que, sin demasiada mortificación, me he ido poco a poco desprendiendo. Ojalá con su ayuda.