l Cairo. Un par de horas después que los partidarios de Mohamed Mursi festejaron con gritos de ¡Alajú Akbar!
la primera elección democrática de un presidente islamita en el mundo árabe, una joven cristiana egipcia se acercó a la mesa del café donde estaba sentado y me contó que acababa de ir a la iglesia.
Nunca había visto un lugar tan vacío
, me dijo. Todos tenemos miedo.
Quiero decir que el discurso tranquilizador de Mursi, el domingo –CNN y la BBC pusieron mucho énfasis en su mensaje incluyente, porque encaja con la narrativa occidental sobre Medio Oriente (progresista, no sectario, etc.)–, fue un esfuerzo bastante raquítico, en el que el ejército recibió tantos elogios como la policía por la última etapa de la revolución egipcia.
Dicho en términos escuetos, Mursi se lanzará cuesta abajo en el camino a la democracia egipcia con latas amarradas a los pies, con temor y odio entremezclados entre los viejos mubarakitas y la élite empresarial y, desde luego, entre los cristianos, mientras los perros de ataque uniformados del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas seguirán socavando las potestades que todo presidente de Egipto debería tener. Carece de constitución, de parlamento y del derecho a comandar el ejército de su país.
Por supuesto, el tono amistoso con que Mursi se dirigió a Irán este lunes enfurecerá a las mismas bestias. Se dice que los sauditas metieron dinero en la campaña de la Hermandad Musulmana, y ahora se encuentran con un Mursi que sonríe al régimen chiíta que tanto detestan y sugiere que reanuden relaciones normales
. La Hermandad debe de estar contenta, por lo menos, de que el príncipe heredero Nayef –azote de ese partido y anfitrión del ex jefe de seguridad de Mubarak todavía en noviembre pasado– esté muerto y sepultado y nunca llegue a ser rey de Arabia Saudita.
Quien dude de los peligros por venir debe volver a leer la maliciosa cobertura de la campaña electoral en la prensa egipcia. Al Dastour afirmaba que la Hermandad Musulmana planeaba una masacre si Mursi ganaba, en tanto Al Fagr aseguraba que se proponía fundar un emirato islámico
en Egipto. El novelista Gamal el-Ghetani comentó: estamos viviendo un momento que podría ser similar al ascenso de Adolfo Hitler al poder
, exageración que habría sido menos ofensiva si un tal Anuar Sadat no hubiera sido alguna vez espía de Rommel.
Sin duda, la Hermandad tiene que cuidarse. Saad Katatni, fugaz presidente del efímero parlamento democráticamente electo –al que el Consejo Supremo le rebanó la garganta la semana pasada–, ha estado insistiendo en que Egipto no tendrá una guerra argelina
, aun si el ejército se ha legalizado un poder casi exclusivo para los años por venir. Cuando los generales argelinos cancelaron la segunda ronda electoral, en 1991 –porque los islamitas habrían ganado–, encendieron una guerra contra sus enemigos políticos que produjo 200 mil muertos. El pueblo egipcio es diferente y no está armado
, dijo Katatni. Libramos una batalla legal (sic) por los canales establecidos y una lucha popular.
Puede que los egipcios sean diferentes de sus primos de Argelia, pero que estén desarmados es una cuestión muy distinta. Y la Hermandad ha sido atraída, en palabras del periodista egipcio Amr Dalí, hacia la red de trampas legalistas y procedimentales tendida por los militares
.
Porque, al tiempo que el ejército ha cerrado el parlamento, asumido el control del presupuesto, producido una constitución provisional en la que despoja a Mursi de la mayoría de los poderes y reintroducido la ley marcial –sin olvidar el incumplimiento de su promesa de dejar el poder luego de las elecciones–, un fenómeno extraño, pero no desconocido, ha reaparecido en Egipto: miedo al extranjero. Los anuncios de los servicios públicos, mubarakitas en su insensatez, llaman a los egipcios a cuidar lo que dicen enfrente de extranjeros. Cada vez más se considera que una cámara fotográfica en manos de un extranjero es un instrumento de espionaje. Cineastas egipcios reunidos en París han descrito cómo la explosión de imágenes de creación popular
de la revolución del año pasado es borrada hoy, conforme crece el recelo.
Y la ley cívica es desdeñada en todo el país. En el delta del Nilo, por ejemplo, ha brotado una epidemia de construcciones ilegales en tierras agrícolas –5 mil en las semanas pasadas, según agricultores–, luego que el opositor de Mursi, el ex primer ministro Ahmed Shafik, dijo presuntamente que quienes han construido casas en violación de la ley de tierras agrícolas serán indemnizados y se legalizará su situación
. Puesto que la tierra cultivable se reduce cada año en el país, éste es, en palabras de un profesor egipcio de agronomía, un crimen contra todos los ciudadanos
.
Los verdaderos
revolucionarios, los jóvenes de la rebelión del año pasado contra Mubarak, van a tener que conectarse con los egipcios pobres que votaron por Mursi y abandonar muchos de sus lemas. Fue el izquierdista tunecino Aviv Ayen quien dijo la semana pasada a un periodista egipcio que quienes llamaron revolución del jazmín
al levantamiento en su país no se dieron cuenta de que los primeros revolucionarios tunecinos de Sidi Bouzid probablemente nunca habían visto un jazmín en su vida. Y hoy existen muchos egipcios que creen que jamás vieron una primavera árabe.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya