Anecdotario
l mundillo taurino en nuestro país ha ido cambiando en forma tal que hoy día puede considerarse como la antítesis de todo lo que ayer fue y que con el paso de los años se ha ido desdibujando ya que hoy día todo debe ser beneficio económico, sin parar mientes en el daño tan terrible que esto ha traído consigo y haciendo caso omiso de quien hace posible el formidable espectáculo: el público.
Se le engaña e ignora.
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De aquel universo considerado y llamado la época de oro del toreo en México
, hay mucho que recordar, otro tanto que escribir e infinidad que extrañar, pero, sobre todo, que admirar y, de aquello, hoy habremos de referirnos a lo que formó parte de aquel maravilloso universo: la picaresca que, en mucho, rodeaba aquel mundo mágico y maravilloso, con su irrepetible ingenio.
Tan peculiar.
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Era sabido que en aquellos entre la gente coleta, la afición al juego de baraja era un verdadero vicio y que un banderillero apodado El Indio era el mago de las trampas y los engaños, por lo que ya nadie quería jugar con él; pues bien, otro de los muy picados
con los juegos de la llamada baraja española era Alfonso Ramírez El Calesero –desconociendo quien esto escribe si aún militaba en las filas novilleriles o si había recibido ya la borla de matador de toros– y a quien un día de tantos, allá por los rumbos de El Toreo de la Condesa, encontró El Indio invitándole a echar unas manitas
, a lo que aquel se negó, comentándole que no hacía más que engañar y mentir, insistiendo el ofendido
a que lo hicieran con baraja nueva. Aceptó El Poeta del Toreo, dirigiéndose ambos a un cercano estanquillo para adquirir los nuevos naipes y se fueron a sentar al cercano parque de Miravalle (hoy día Fuente de la Cibeles) a probar suerte y fortuna.
Y algunas mañas.
(Sabedor El Indio de su bien adquirida mala fama de tahúr, se había pasado horas enteras marcando sólo Dios sabe qué tantos paquetes de las cartas, envolviéndolos en celofán con mucho cuidado para que parecieran intocados y se había puesto de acuerdo el propietario de la miscelánea para que sólo a él le vendiera aquellos paquetes.)
Vivillo que era.
Comenzó el juego y las más de las veces ganaba El Indio y las menos Alfonso, hasta que éste se dio cuenta que las barajas estaban de algunas marcadas por lo que, iracundo, reclamó a su oponente con un torrente de malas palabras, a lo que el banderillero, calmadamente, le respondió: Mire usted, Alfonso, lo que son las cosas: usted que sabe que están marcadas, va perdiendo y yo, que nada sé, voy ganando; lo que pueden ser las cosas de Dios
.
Y nunca más volvieron a hablarse.
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Y otro más.
Por aquellos días, había otro representante
de aquella escuela
a quien se apodaba Martincho, que funcionaba
como mozo de espadas y empresario en ferias de algunos puebluchos con astados de El Agarradero y similares hasta que fue perdiendo terreno debido a que los aspirantes a las glorias taurinas se negaban a salirles a aquellos marrajos, las más de las veces ya toreados. por lo que Martincho ofreció que al año siguiente llevaría mejor ganado.
Y la que se formó.
En los carteles y programas anunció ganado de La Punta, una de las vacadas más prestigiadas de México, pero no faltó quien corriera a México advirtiendo que, de una forma u otra, aquello tenía que ser un engaño y vino la investigación.
Al saberse sorprendido, de inmediato corrió a una imprenta para que le imprimieran la misma propaganda, pero añadiendo en letra muy pequeña debajo de La Punta la palabra mocha
y, por más razones
que esgrimió, así concluyó su carrera empresarial, que no en lo demás y que dejamos en el tintero
para mejor ocasión.
Es promesa.