23 de junio de 2012     Número 57

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Megaproyectos:
presas, minas y demás...*


ILUSTRACIÓN: Angie Vanessa-Coco

Scott S. Robinson
Antropología / UAM-Iztapalapa
[email protected]

Las presas grandes, obras de ingeniería civil con enormes inversiones de recursos públicos, son megaproyectos que arrojan ganancias para muchos gremios técnicos, proveedores diversos, contratistas de muchos servicios, autoridades y por supuesto banqueros.

En México y otros países las expropiaciones pertinentes a estas obras son justificadas por la “causa de la utilidad pública”. Pero al analizar la historia de los conflictos (y negocios) generados –desde el anuncio inicial, pasando por las acciones de la empresa coordinadora (pública y/o privada) y las respectivas expropiaciones o imposiciones realizadas, hasta cerrar las compuertas de la presa por primera vez–, se nota la carencia de diseños y de la ejecución de proyectos que respeten los derechos y el bienestar de los afectados. No se les ofrece participar en los beneficios de las inversiones que trastornan sus vidas.

Una revisión de los impactos regionales de diversas presas hidroeléctricas en México arroja una conclusión genérica: el desplazamiento obligado por el futuro embalse provoca mayor pobreza y la violación de derechos humanos y ambientales para familias y poblados “reubicados”. Otros megaproyectos también derivan estragos semejantes.

Hoy las presas –hidroeléctricas e hidráulicas– son ejemplos de la imposición de una estrategia energética sui generis del Estado (y sus socios), pero también símbolos de un modelo de desarrollo agresivo, extractivo y violador de derechos fundamentales de las comunidades, por los desplazamientos en condiciones discrecionales e injustas que generan. Me atrevo a afirmar que las presas representan un género de proyectos de inversión y despojo de gran escala que desplazan a ciudadanos y poblados de manera arbitraria, sin concederles participaciones en los negocios. Este nuevo género –que no merece nuestro respaldo bajo las reglas actuales– también abarca concesiones mineras, carreteras de cuota (Supervía Poniente-DF), campos eólicos, nuevos desarrollos petroleros, puertos industriales y desarrollos turísticos e inmobiliarios. El patrón histórico indica que los desplazados de hecho se convierten, sin consultas previas ni opciones dignas, en víctimas del “progreso”. Y el anuncio de cada proyecto detona un proceso de movilizaciones entre las pocas organizaciones sociales regionales que se oponen al modus operandi tradicional de estos megaproyectos, y quienes, últimamente, se aprovechan para bien de las redes sociales digitales para difundir y ampliar cualquier campaña.

Hay varios proyectos de presas grandes en el país con estudios de factibilidad técnica y financiera concluidos, y que han generado amplios movimientos sociales de resistencia, cuya eficacia ha paralizado, hasta hoy, las obras programadas: San Juan Tetelcingo (CFE/Guerrero), La Parota (CFE/Guerrero), Paso de la Reina (CFE/Oaxaca) y Las Cruces (CFE/Nayarit). Otros proyectos con estudios previos en fase avanzada enfrentan resistencias aún incipientes: Boca del Monte/Tenosique (CFE/Chiapas). Chicoasén II/Copainalá (CFE/Chiapas), Bicentenario (Conagua/Sonora) y Paso Ancho (Conagua/Oaxaca). No detallo los proyectos factibles de escala menor o mediana, al parecer por concesionarse a empresas privadas en los ríos de Chiapas, Puebla y Veracruz.


ILUSTRACIÓN: Angie Vanessa-Coco

Además, se encuentran en su fase de construcción La Yesca (2012, CFE/Jalisco), Río Moctezuma (2014, CFE/Hidalgo) y Francisco J. Múgica (2012, Conagua/Michoacán). Estos últimos con impactos sociales reducidos. En cambio, la construcción de la presa hidráulica El Zapotillo (Conagua/Jalisco) registra 40 por ciento de avance y enfrenta la resistencia tenaz de una parte de la gente del pueblo de Temacapulín, previsto para sumergirse. La presa, también hidráulica, de Los Picachos (Conagua/Sinaloa), terminada en 2012, ha generado muchos conflictos hasta hoy por falta del pago de compensaciones y del cumplimiento de otros acuerdos con los seis pueblos afectados. De igual manera, hay compromisos pendientes para la única comunidad inundada y desplazada por la presa El Cajón, comisionada en 2006 (CFE/Nayarit).

El mosaico, conflictivo y presente a lo largo del territorio nacional, es complementado por pleitos entre empresas mineras, la mayoría extranjeras, que desarrollan concesiones para oro, plata y otros minerales en diversos puntos de la accidentada topografía nacional.

Presas y minas son hoy la cabeza de playa de un modelo extractivo de inversión pública y privada que despoja a los afectados a cambio de promesas, compensaciones pichicateadas y “reacomodos” sin futuro (por ejemplo Ciudades Rurales en Chiapas).

La magnitud de las resistencias sostenidas –con un enorme e injusto desgaste de los afectados movilizados durante meses, incluso años– indica que el modelo de planeación y ejecución de estos megaproyectos no es apropiado. Más bien, ya caducó. En corto, las inversiones autorizadas representan despojos disfuncionales y autoritarios por parte del Estado y sus socios. O las elites responsables del diseño, programación, financiamiento y ejecución negociada comparten un insólito nivel de cinismo –donde se celebra con gusto macabro el costoso juego político de vencer, por la ley o por la fuerza, a las resistencias inducidas por las injusticias y desconfianzas colectivas de los afectados ante los compromisos ofrecidos pero históricamente incumplidos en estas obras–, o el nivel de los negocios, legítimos y no, es tal que explica el rechazo de autoridades e inversionistas para modificar las reglas de operación.

El pueblo comparte una memoria histórica, y la bitácora de las presas proyectadas y el actual acelerado (¿fin de sexenio?) anuncio de más concesiones mineras e inversiones mixtas hoy acontece cada vez con más información y denuncias al alcance de todos. El modelo impuesto es injusto y muy costoso para los afectados y desplazados (y de paso, el país), pero todavía remunerativo para autoridades e inversionistas. Sin embargo, es evidente que este cuadro de confrontaciones continuas no puede sostenerse de manera indefinida.

Este escenario, nada encomiable, se resume así: una historia palpable de acciones sistemáticas por agencias del Estado –sexenio tras sexenio– construyendo presas (y cada vez más, aprobando otros megaproyectos con desplazamientos e impactos), donde se observa una socialización de los costos y una privatización de los beneficios; una planeación y administración inadecuada y, en efecto, negligente del futuro bienestar de los afectados por los proyectos, y la ausencia de una “controlaría social” para fiscalizar las obras.

Asimismo, hay desencanto y desconfianza generalizada entre los sujetos de proyectos receptores de promesas “para su desarrollo”, y eso es entendible por los incumplimientos, omisiones y corruptelas (costos de sombra) evidentes en las obras concluidas y conocidas, y el marco jurídico es deficiente, débil y fragmentado a nivel federal, donde se carece de los obligados análisis transparentes de los riesgos de mayor empobrecimiento y del diseño de instrumentos para garantizar por ejemplo la restitución de la capacidad productiva vigente antes de cada proyecto.

También: la falta de respeto a los acuerdos internacionales, como el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT); manifestaciones de impactos ambientales (MIA) parciales o sesgadas (a veces “confidenciales”) que soslayan el costo social y ambiental de las obras; la subutilización de plantas generadoras por parte de la Comisión Federal Estatal –se operan las hidroeléctricas a sólo 31.4 por ciento de su capacidad (Reforma, 23 de marzo, 2012)– al tiempo que se anuncian nuevos proyectos hidroeléctricos con inversión privada; las implicaciones de probables impunidades implícitas en obras por realizarse de acuerdo con la nueva Ley de Asociaciones Público Privadas (DOF 16-01-2012); la ausencia de un programa eficaz para el ahorro de energía y agua; el rechazo a considerar a los desplazados como socios en el respectivo negocio de cualquier obra, y, a final de cuentas, la carencia de un plan de desarrollo energético que respete a las comunidades y sus recursos, concediéndoles beneficios concretos en la explotación de los recursos del subsuelo, el agua y los bosques en sus territorios ancestrales. Así, no debe sorprender el actual nivel de oposiciones y resistencias ante los megaproyectos.

Para reconocer los derechos morales de los afectados, se requiere una reforma jurídica integral a nivel federal, junto con un notable cambio en los valores y acciones – la cultura política– de las autoridades responsables del diseño y/o autorización de los megaproyectos, junto con sus socios del sector privado y la banca.

Hoy día la propuesta de reformar las reglas de operación es utópica, y la lucha para transformar el modelo de desarrollo energético enfrenta muchos intereses encumbrados. Un paso importante, sin embargo, ha sido la aprobación reciente de una Ley para la Prevención y Atención del Desplazamiento Interno en el Estado de Chiapas (Periódico Oficial No. 355, Tuxtla Gutiérrez, 22 de febrero, 2012), donde se asienta, entre otras, una causal pertinente: “catástrofes naturales o provocadas por el ser humano”. Los megaproyectos –presas, minas de tajo abierto, carreteras de cuota, etcétera– suelen ser catástrofes pronosticables y provocadas, según los criterios que consideramos sensatos, justos y conforme a una emergente jurisprudencia internacional.

La nueva ley chiapaneca es un simple punto de partida; su reglamentación está pendiente, y requiere una movilización de la sociedad civil y cambios profundos en la ética política para que se aplique cabalmente. Es momento de reproducir esta ley a nivel federal y en los demás estados. Mientras esto sucede, no hay condiciones para avalar los nuevos megaproyectos diseñados con reglas caducas y autorizados por entes oficiales con criterios discrecionales e ilegítimos. Los inversionistas también deben tomar nota.

*Se reconoce el gran valor de la información difundida por MAPDER: www.mapder.lunasexta.org/

¿Cómo se violan los
derechos de los pueblos?

Claudia Gómez Godoy
Colectivo de Abogad@s en Defensa de Temacapulín, Acasico y Palmarejo; integrante
del grupo promotor de la audiencia ambiental del Tribunal Permanente de los Pueblos
[email protected]


FOTO: Tribunal Permanente de los Pueblos en Colombia

¿Cuántos desplazados hay por la construcción de presas? ¿Cómo ha afectado a los pueblos el desplazamiento y reasentamiento involuntario? ¿Cuáles han sido las consecuencias ambientales en los ríos que han sido represados? ¿Qué mecanismos de consulta e información utilizan las autoridades mexicanas cuando deciden iniciar la construcción de una presa? ¿De qué manera han sido compensados los pueblos que han visto destruidos sus medios de subsistencia y territorios por una presa? Éstas y otras muchas preguntas no pueden ser respondidas porque el gobierno mexicano no ofrece esta información; la sociedad se mueve entre el desconocimiento, la confusión y la impunidad.

Autoridades, gobiernos y empresas toman la decisión de construir grandes represas sin importarles los derechos de las personas, los pueblos, las comunidades y del medio ambiente; en muchas ocasiones se impulsan obras innecesarias y costosas que no resuelven de manera integral el manejo de agua y energía con base en las necesidades de la población.

Hay muchísimos casos documentados de violaciones a los derechos de los pueblos en la construcción de presas en México, pero carecemos de cifras precisas sobre los afectados y desplazados y de elementos para evaluar las consecuencias sociales, ambientales y de derechos humanos. Información que ayudaría a tomar decisiones para disminuir los efectos adversos; prevenir afectaciones sociales; reasentamientos involuntarios; identificar e indemnizar a los implicados, y en el mejor de los casos parar y detener obras que han demostrado su ineficiencia e inutilidad, al ser mayores los costos de todo orden que los supuestos beneficios.

Hay una gran cantidad de obras proyectadas y en construcción, lo cual sólo puede obedecer a una condición estructural de desvío de poder, donde el sistema político mexicano es utilizado para favorecer intereses capitalistas tanto en la construcción de las presas, como en su manejo y operación, presas que poco a poco se han ido privatizando.

Pero en todas las regiones donde se promueven estos megaproyectos, hay movimientos de oposición y resistencia de los pueblos, muchos de ellos aglutinados en el Movimiento de Afectados por Presas y en Defensa de los Ríos (Mapder), quienes desde hace casi diez años comenzaron por su cuenta el recuento de agravios y la documentación de casos sobre la violación a sus derechos. Muchos afectados como el Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a La Parota (CECOP); el Comité Salvemos Temacapulín, Acasico y Palmarejo, y los de las presas El Cajón, la Yesca, Arcediano y Picachos, por mencionar algunos, han acudido y ganado en las instancias legales para exigir al gobierno en algunos casos la cancelación de las obras y en otros una justa indemnización. Se han topado con una cerrazón del Estado mexicano, que busca a toda costa la imposición de las obras, sin definir responsabilidades y quedando los pueblos en total estado de indefensión.

Los pueblos han visto cómo se cierran los caminos del derecho para hacer valer sus demandas y exigencias. Estamos frente a patrones de impunidad en donde las autoridades desacatan órdenes judiciales; hay despilfarro de recursos públicos, y abundan los daños sociales y ambientales, sobre todo en comunidades campesinas e indígenas. Y como si no fuera suficiente, los movimientos de resistencia se enfrentan crecientemente a la criminalización, el hostigamiento, la represión, el encarcelamiento y amenazas.

En nuestro país son múltiples las situaciones en las que el Estado y el derecho son puestos al servicio de intereses capitalistas y oligárquicos. En tal circunstancia, los pueblos deben seguir luchando por sus derechos fundamentales y, al haberse agotado los mecanismos nacionales, se hace necesario acudir a tribunales independientes y populares que sean capaces de dar respuesta al sufrimiento y la opresión que están viviendo, que puedan recibir denuncias de violaciones de derechos humanos e ir al fondo de las causas.

En este contexto cobra singular importancia la realización durante tres años del capítulo México del Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP), que es el tribunal ético internacional de carácter no gubernamental más importante en el mundo, que examina las causas de la violación de los derechos fundamentales de los pueblos y denuncia ante la opinión pública internacional a los autores de tal violación; está conformado por múltiples personalidades de reconocida autoridad moral provenientes de diversos países y disciplinas. Comenzó a sesionar en nuestro país el primero de octubre de 2011, cuando se realizó la entrega formal de la petitoria para la instalación del TPP Capítulo México. A fines de mayo de 2012 realizó la Audiencia General Introductoria en Ciudad Juárez, Chihuahua.

El tema central del Capítulo México del TPP será el de “libre comercio, guerra sucia, impunidad y derechos de los pueblos”. En una mesa especial sobre devastación ambiental y derechos de los pueblos realizará varias pre-audiencias, una de las cuales será en Temacapulín, denominada “Presas, derechos de los pueblos e impunidad”, a la que se convocará a varios pueblos afectados por la construcción de presas para que presenten sus demandas, pruebas y testimonios de cómo se han violado de manera sistemática sus derechos fundamentales, pues no se trata de casos aislados; estamos hablando de una política de Estado que se hace en contra de los pueblos y a favor de los poderosos.

El camino de los pueblos para lograr justicia es largo; el esfuerzo que hagan para preparar sus casos y presentarlos ante los jueces del TPP será muy importante para saber cómo se han violentado sus derechos, para recuperar la memoria, nombrar a los muertos, rescribir la historia y responder las muchas preguntas que el Estado mexicano se niega a contestar.

 

Buenas prácticas en construcción
de represas y su contraparte*

Monti Aguirre
Coordinadora del Programa de America Latina International Rivers
www.internationalrivers.org

Más de 80 millones de personas han sido desplazadas de sus tierras, y millones más han sido privados de sus formas de sustento y llevados a la pobreza debido a la construcción de represas, más de 50 mil en el mundo. En muchos casos, las personas han sido desplazadas por medio de la coerción y no han sido reasentadas ni recibido compensación adecuada.

Aún así, la matriz energética de los países del Sur impulsa esta opción como energía limpia y verde. Y los financiadores tradicionales y nuevos han aumentado sus recursos para impulsar estas obras. El tema jugará un papel importante en el debate sobre crecimiento verde en Río+20 y en otros foros.

Antes de 2000 el Banco Mundial (BM) era el mayor financiador de represas. Hoy los centros del poder de la industria constructora de estas obras se han desplazado hacia el Sur. China, Brasil la India, Tailandia y Rusia destacan como financistas.

Mientras, las organizaciones de la sociedad civil internacional y de afectados por las represas hicieron un llamado en el Sexto Foro Mundial del Agua (FMA), en Francia en marzo pasado, a “dar prioridad a las necesidades de agua y energía de los pobres sobre las demandas del mercado global”. Exigen que “todas las necesidades y las opciones se evalúen a través de un proceso equilibrado, participativo antes que nuevos proyectos de agua y energía sean aprobados.”

Ellos instan a seguir las recomendaciones de la Comisión Mundial de Represas (CMR) en los casos donde la construcción de una obra de éstas se determine como la opción más adecuada.

La CMR fue creada por el BM y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) para realizar una evaluación exhaustiva de los impactos de las represas. En su informe del 2000 se revisan mil represas en 79 países, se crean siete “prioridades estratégicas” y 26 guías para la buena práctica. Algunas de sus conclusiones son:

  • Las represas han realizado una contribución significativa al desarrollo humano, y sus beneficios son considerables.
  • En muchos casos se ha pagado un precio inaceptable y a menudo innecesario para conseguir estos beneficios, especialmente en términos sociales y ambientales, por la gente desplazada comunidades abajo de la represa y los daños al medio ambiente.
  • La falta de equidad en la distribución de beneficios pone en tela de juicio el valor de muchas represas para cumplir con las necesidades de agua y energía, en comparación con las alternativas.

Aunque la Comisión se disolvió después de publicar su informe en noviembre de 2000, sus recomendaciones siguen vigentes y se han convertido en la referencia mundial más importante y legítima para la construcción de presas. Por ejemplo, varios gobiernos, entre ellos los de Alemania, Nepal, Sudáfrica, Suecia y Vietnam, han organizado procesos de diálogo para integrar recomendaciones de la CMR en las políticas nacionales. Asimismo, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la Unión Europea emitieron un comunicado sobre energía hidroeléctrica que “reconoce el valor” de las prioridades estratégicas de la CMR para sus créditos a la exportación.

Sin embargo, el sexto FMA fue también escenario para el lanzamiento del Protocolo para la Evaluación de la Sostenibilidad de la Hidroenergía (HSAP), el cual socava las recomendaciones de la CMR. La Asociación internacional de Hidroenergía (IHA), un grupo de la industria formado en 1995, es responsable de tal iniciativa, cuyo fórum se autoseleccionó con representantes de la industria, agencias gubernametnales, financiadores y grandes organizaciones no gubernamentales. Los grupos de afectados por represas fueron excluidos de participar en el diseño de este protocolo.

El protocolo es para ser usado voluntariamente por los constructores de represas para evaluar el desempeño social y ambiental de cada proyecto; representa una forma de certificar las obras como “sostenibles”. Su gran falla es que no toma en cuenta los derechos de los millones de personas que dependen de los ríos.

*Agradecemos al equipo de International Rivers, cuyas investigaciones son fuente de información de este artículo, especialmente a Peter Bossard y a Zachary Hurwitz. Para más informaciones, ver www.internationalrivers.org