l teatro El Milagro, ya lo he dicho pero cada vez lo constato con mayor firmeza, es un espacio imprescindible que lo mismo acoge a interesantes grupos jóvenes en programas como Teatro emergente y a consolidados colectivos de los estados, además de sus propias producciones –destacadamente las de David Olguín– y permite búsquedas formales para placer de espectadores sensibles o entendidos o ambas cosas. Ya en una ocasión Daniel Giménez Cacho y Laura Almela nos ofrecieron su estupendo espectáculo Trabajando un día muy especial sobre la película de Ettore Scola y ahora refrendan su buen éxito con una propuesta muy diferente, una muy difícil escenificación de Macbeth de Shakespeare en la que ambos alternan todos los papeles en un casi vertiginoso ritmo que no toma en cuenta ni género ni estado social para ir proyectando la historia de los sangrientos usurpadores, con sus momentos de culpable arrepentimiento sin redención posible. Probablemente, el atractivo de esta tragedia para los actores consista en los contrastes de actitud del protagonista, de los que la duda ante el regicidio, la arrogancia ya coronado o el terror ante el fantasma de Bancuo son los más evidentes y se prestan a excelentes interpretaciones,que en este caso se reparten entre el actor y la actriz.
En un ámbito con asientos para los espectadores en dos hileras frontales que dejan un espacio despejado, y con los apoyos de iluminación de Gabriel Pascal y el sonido diseñado por Rodrigo Espinosa, ambos creadores escénicos con holgadas ropas de trabajo, gris oscuro para él, negro para ella, van construyendo su propuesta. Abundan los oscuros –que quizás remitan a lo tenebroso de la historia y personajes-rotos apenas por veladoras dispuestas en el piso o que los protagonistas toman con las manos. (Y aquí un detalle que no me convence ante lo excelente del montaje: el muñeco de vinilo, que es o puede ser un desdoblamiento de Macbeth, pero que rompe con el pas de deux planteado). Son notables como movimiento escénico la presencia de las brujas como un aleteo de las cortinas tras la sillería mientras dicen sus fatídicos parlamentos en voz de Laura Almela y la versatilidad que cobra el espacio ante las dos puertas abiertas a los costados del escenario, la fija que da a una escalera y la de entrada del público, en la batalla final –dada por parlamentos y sonidos– en que Laura trepada a lo alto es Macbeth y se convierte al bajar en Macduff, para que Daniel recupere al protagonista.
Los cambios de ambos son notables y se podrían ejemplificar con esa actitud del actor ante la exclamación de Macduff de que ya lo tiene todo, mientras camina por todo el espacio en que acomoda su cuerpo para aparecer finalmente con la majestuosidad de un retrato real. O la lady sonámbula, encarnada por la actriz que cambia de expresión según sus seguidos parlamentos sean de la reina o del lacayo que le da cuenta del hecho al rey. Actriz y actor se inclinan como un personaje vasallo y se yerguen transformados en otro. Daniel Giménez Cacho es el terriblemente espantado Macbeth que se arrastra por el suelo ante la aparición de Bancuo, mientras una agotada esposa lo rescata y lo lleva casi en brazos. En cambio, el famoso parlamento que inicia “Y mañana y mañana…” es dado por un Macbeth travestido como Laura Almela, los roles repartidos.
La actitud de animal casi en acecho de Laura en su primera aparición como lady Macbeth es contraria de la escena de su muerte sugerida por la actriz preparando lazos blancos sobre una de las cortinas tras las sillerías. Todos los espacios se ocupan, incluso a veces los que quedan tras los espectadores de uno y otro lado y las cabalgatas simuladas recorren el escenario. Este movimiento graduado en sus tempos no es óbice para que se adviertan los matices que los dos saben dar a sus personajes, aun en sus cambios instantáneos. Es de imaginar el tremendo esfuerzo que supuso aprender todos esos parlamentos de diferentes personajes y darles el debido tono, pero nada de eso sale a superficie y ni siquiera importa ante el logro que supone este nuevo experimento teatral de Laura Almela y Daniel Giménez Cacho que no temen arriesgar su excelente trayectoria en sus búsquedas de lo que es el lenguaje escénico, cosa a la que pocos teatristas se atreven.