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Isocronías

Donde el tacto sueña

¿D

onde el tacto o don del tacto?, ¿el amor es el fuego que así se nombra, o el fuego que a sí (a sí mismo) se nombra? No es el juego de palabras, o con las palabras, lo que más interesa en este su segundo libro a Fernando Carrera, aunque en parte sí (entre la mudez y la mudanza, por ejemplo), pero de modo discreto, casi sugerido apenas y como si diluido en un juego mayor, el de los afectos, diversos pero primordialmente amorosos, los afectos tocados. Unas pocas palabras/ El corazón/ del mundo| Tientas (p. 71) el corazón al fin/ de la tierra en los labios (59). Impetuosidad pasada por el cernidor del lenguaje, pasada a lenguaje reposado, escogido, afinado, donde la caza es templo, temple y, asimismo, la neblina de esta página donde penetro de nuevo (70), y El mar estalla, ama de frente a lo que ha sido orilla: lo que mira desde arena (86).

De desbordamientos y resacas está hecho este volumen (premio Salvador Gallardo Dávalos, Instituto Cultural de Aguascalientes), y de una sola isla, un solo nombre (86). Nombre que cabe suponer vario, pues es a ellas a quienes, por el instante intacto, por el instante del tacto, está dedicado.

Me permito entresacar algunas frases de Tema para jardín y viento, poema que sirve de presentación a Donde el tacto, y, citando, entresacando, no en estricto orden, digo que el poeta dice: Toca la voz/ de madera la voz porque raíz,/ porque de pinos la expresión/ al tacto se inventa// La pregunta que tallo se levanta, amanece/ vuela y dice ramas/ para ser de nuevo hierba: pájaro que cantó (13). Digo, y no es imposible que me equivoque, que el poeta aquí enuncia su poética: como si dijera en mí, el tacto es lo que habla, y el habla es lo que toco. Pero también, siempre según yo, toca lo que toca su mirada. Y a las, más resumidas que editadas, pruebas me remito: Para tocarte miro| el agua iluminada/ en las cosas cuando, lejos, se miran (14).

El azoro de pronto ante el oficio: ¿Quién soy que escribe desde alguna vez? (16) Esta vez, la voz de lo no dicho habla. Nos mira lo ignorado hasta entregarnos las llaves del alba (20) … donde todo danza y es, donde todo arde y es (18). Y así se configuran ciertos elementos venidos de pronto, de no se sabe (21). Una felicidad inmanente (más azul que nunca) me invade al respirar la mañana fresca y sin edad (35), donde (44) el tacto sueña.