scribo este artículo tras esta noticia: con 99 por ciento escrutado, Nueva Democracia obtiene 30 por ciento de los votos electorales griegos, y el Pasok 12.5 por ciento. La izquierda radical de Syriza alcanza 26 por ciento. Como en otros momentos, posiblemente hoy más que nunca en el pasado, los socialistas (?) del Pasok abrirán las puertas a la derecha para que pueda hacer gobierno.
Impresiona y conmueve ver a la mayoría de la sociedad griega correrse a la derecha, muerta del miedo a un daño mayor si hubiera votado como en mayo, cuando un empate metió a Grecia en una inestabilidad económica y social aguda. La presión de Alemania e Inglaterra, al alimón con la troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI curiosamente en menor medida), metieron ese miedo a la sociedad helénica, que dejarán jirones de economía y un daño social profundo.
Frente al rescate
de la troika en marzo, de 170 mil millones de euros, aunado a un plan brutalmente draconiano de la llamada, con rubor, austeridad
, la sociedad respondió entonces con una movilización iracunda que produjo el empate político de mayo. El indudable inmenso poder internacional, y la troika, que una y otra vez ha dicho que el pacto de marzo es innegociable, dobló a la mayoría, que por su propio pie irá al matadero.
En este resultado indudablemente influyó el extenso y aterrorizante informe que publicó el Banco Central de Grecia unos días antes de los comicios. El escenario que dibujó el banco central, con Grecia fuera del euro, en sus rasgos principales, decía: la salida de Grecia de la moneda común impactará negativamente el PIB per capita de los griegos en 55 por ciento en términos de euros, castigando con especial inclemencia a los grupos que menos puede soportar esos brutales golpes.
El banco estimaba que la vuelta al dracma reduciría su valor un 65 por ciento en términos nominales; habría una recesión aún más profunda, de 22 por ciento a precios constantes, que se sumaría a la contracción de 14 por ciento del PIB que ya experimentó Grecia entre los años 2009-2011.
El desempleo llegaría de inmediato a 34 por ciento, y como el gobierno estaría obligado a imprimir moneda para cubrir sus necesidades, ello crearía una espiral inflacionaria, empezando en 30 por ciento, que escalaría aceleradamente.
La inflación por supuesto también sería impactada por precios más altos de los productos internacionales y los aumentos de los salarios nominales, como resultado de la fuerte devaluación de la moneda. De este modo, la inflación anularía cualquier ventaja competitiva en la cuenta exterior como resultado de la devaluación.
Sobre el entero relato del banco, nada parecido se había escrito desde Esquilo.
El banco central publicó su informe con la oportunidad necesaria para influir con fuerza en las elecciones buscando inclinar el voto hacia Nueva Democracia, aunque también es altamente probable que esos números ronden de cerca los hechos que se producirían en la economía griega si saliera del euro.
El G-20 tendrá el respiro profundo que buscaba la mayoría de sus miembros (no Obama, ciertamente), pero será puro autoengaño: fuera del euro, o maniatada por el pacto de marzo, Grecia no tiene salida, como muy probablemente no la tiene la eurozona.
El futuro de Grecia y del euro, y aun los rumbos de la economía mundial, no están en manos de Syriza o de Nueva Democracia, como habían venido diciendo las voces favorables al rescate
de marzo, sino en las decisiones de la troika, que hasta ahora había declarado, insistamos, que el pacto del rescate de marzo pasado era innegociable. Y por supuesto no sólo por las decisiones de hoy de la troika, sino por las profundamente torpes y profundamente ciegas políticas neoliberales con que ha pretendido manejar la crisis de la eurozona desde su inicio, mostrando una increíble incapacidad de aprender nada de nada de la cadena interminable de sus propias torpezas.
Y aún más allá, o más acá, de las ciegas políticas frente a la crisis, está la globalización neoliberal, que se impuso plenamente desde los años ochenta del pasado siglo. La globalización neoliberal provocó una desigualdad social sin precedentes, que llevó a la polarización social, a la polarización política, a los infinitos fraudes financieros que desencadenaron la crisis, a sustituir la política por el mercado. Esas son las realidades que el G-20 no puede ver y que, por ende, no puede resolver.
Más y mayores dosis de la misma medicina
neoliberal no pueden sino producir siempre los mismos resultados, más y peores de los mismos resultados. El drama mayor es que los poderes que imponen las políticas neoliberales, siempre favorables a inmensos intereses privados, provienen de políticos que no se rinden a la evidencia de los estragos que están infligiendo a las sociedades; sólo continúan inclinando la cerviz a esos intereses.