El Estado italiano nunca ha pagado; el proyecto es financiado con capital extranjero, dice
La batalla de Anghiari está cubierta por una obra de Vasari, sostiene el ingeniero
Si niegan los permisos, levantamos el andamio y ahí termina todo, manifiesta a La Jornada
Martes 19 de junio de 2012, p. 4
Florencia, 18 de junio. Casi 40 años han pasado desde que el ingeniero florentino Maurizio Seracini –director del Center of Interdisciplinary Science for Art, Architecture and Archaeology, de San Diego, California– comenzó una ardua investigación en el Salón de los Quinientos, del Palazzo Vecchio, para demostrar la existencia de La batalla de Anghiari, obra de Leonardo da Vinci, hoy cubierta –según hallazgo de Seracini– por La batalla de Scannagallo, de Giorgio Vasari, pintada 60 años después.
Desde entonces, Seracini libra una batalla contra obstáculos políticos, burocráticos y de especialistas de todo el mundo que se han opuesto de manera pública al proyecto, al temer que el fresco de Vasari se arruine por tratar de recuperar una obra que pudiera encontrarse deteriorada.
Hace un par de días se archivó la demanda judicial firmada por Alessandra Mottola Molfino, una de las principales opositoras al proyecto y presidenta de Italia Nostra, reconocida asociación de salvaguarda del patrimonio, quien objeta el uso de la sonda de 3-4 milímetros que penetró el muro de Vasari, el pasado diciembre, con seis orificios. Sin embargo, se ha comprobado que no existió daño alguno, pues fueron hechos en puntos estropeados y sin pintura.
Apoyo de National Geographic
La demostración de la existencia de pigmentos detrás del muro, en particular del negro, lo mancomuna a la Gioconda y al San Juan Bautista, al encender los ánimos en el mundo cuando se dio a conocer –en marzo pasado–, para comprobar la coherencia del proyecto financiado por National Geographic con 250 mil euros (se han asegurado la exclusiva en caso de ser encontrado).
Seracini, en entrevista en su oficina de Florencia, dialoga con La Jornada y explica las distintas etapas del proyecto y las motivaciones de la dura oposición que ha enfrentado a lo largo de la investigación.
–¿Cuáles son las fases del proyecto?
–Todo se inició en 1975, cuando el historiador del arte Carlo Predetti –máximo experto en Da Vinci– me lo propuso; él, en 1968, había publicado un libro sobre los últimos descubrimientos de La batalla de Anghiari, con lo que encendió las esperanzas de encontrar esa obra de Leonardo.
“Durante tres años trabajé para descifrar el tipo de tecnología que se debía utilizar (entonces fotogrametría, termografía y ecografía) pensando en que debía buscar debajo del fresco de Vasari y no detrás del muro, como descubrimos después.
“El proyecto lo retomé 20 años más tarde, en 1999, cuando el inglés Loel Guinness me propuso financiarlo. A lo largo de un lustro se hicieron notables progresos, al comenzar por entender que la pintura de Da Vinci se encontraba detrás de un muro hecho por Vasari. Logramos reconstruir la Sala Grande, donde Leonardo empezó a pintar antes de la remodelación de Vasari. Esto fue muy importante, porque permitió entender sobre cual pared había pintado él. Para descifrarlo utilizamos la investigación histórica, pero sobre todo la termografía y el radar.
“En 2007 recuperamos el proyecto, encontramos nuevos documentos y entendimos que Leonardo había completado una parte importante de la pintura titulada La batalla del estandarte y fue posible entender en qué parte se encontraba.
En 2010 remprendimos el proyecto, esta vez con la Universidad de California en San Diego y National Geographic, de Washington, con la finalidad de encontrar aquello que quedó del fresco diseñando una tecnología que nos llevó dos años. Al final se nos impidió utilizarla, sugiriéndonos la endoscopía para penetrar en la pared de Vasari. Esto se hizo en diciembre de 2011, sólo por tres o cuatro días hasta ser de nuevo bloqueados por una denuncia de daños al fresco de Vasari. Desde entonces estamos parados y a la espera de la visita del secretario Ornaghi, este martes, para que conceda los permisos nuevamente.
Oposición de historiadores del arte
–¿A qué se debe una oposición tan fuerte y decidida?
–A un factor exclusivamente político. El Estado italiano nunca ha pagado nada, el proyecto siempre ha sido financiado con capital extranjero.
“Los historiadores del arte no quieren esta investigación porque renovaría una metodología anticuada, basada en el uso de los ojos y no de la ciencia para diagnosticar la salud de una obra que no siempre necesita restauración, sino ajustes menores.
“Ellos creen que es un peligro; si funciona, se desploma un modo de gestionar los bienes culturales y el mercado del arte. Se abrirían las puertas a la ciencia que ningún historiador del arte quiere, lo ven como un mundo que no debe entrar. La cultura para ellos nada tiene que ver con la ciencia.
Por ahora sólo el historiador del arte determina cualquier decisión respecto de una obra y el científico queda en una posición secundaria. Se necesita, en cambio, un médico que dictamine las patologías del paciente.
–¿Esto se refiere únicamente al campo de la restauración?
–No, también al mercado, a la autentificación de una obra. El historiador del arte tiene que trabajar con la ciencia para comprobar científicamente la época en que fue pintado un cuadro, el área geográfica, etcétera. Hasta ahora el mercado del arte se basa en declaraciones subjetivas.
Yo propongo la colaboración. Ellos no entienden que no se les quita el trabajo sino que éste sería mucho más certero, rico y completo.
–¿Hay algún otro motivo?
–Sí, su oposición se debe también a que muchos de ellos han escrito que La batalla de Anghiari no existe, por tanto, si se llega a demostrar lo contrario se refutaría cualquer teoría.
“En cualquier país, si se tuviera una mínima esperanza de recuperar una obra de Da Vinci, se haría lo imposible por rescatarla. Es la más importante del artista, superior a la Mona Lisa, a La última cena y esto no lo digo yo, lo consideran los documentos, los contemporáneos del artista.
“La batalla... introdujo novedades en la anatomía, el movimiento, la violencia, anticipando el barroco. Todos los contemporáneos y los mismos artistas la consideraban su obra maestra. Benvenuto Cellini la denominó ‘la escuela del mundo’.”
–¿Qué haría si pudiera trabajar con plena libertad?
–Pediría el reconocimiento del uso de la ciencia y la tecnología en el arte para desarrollar metodolo-gías aplicables al sinnúmero de pinturas desaparecidas en Europa.
–¿Y si el secretario Ornaghi no aprueba los permisos?
–Se quita el andamio y todo termina ahí. Lo que hago no es un trabajo, es pura convicción. No me dedico sólo a ese fresco. Soy el primer ingeniero en ocuparme de bienes culturales en Europa. Desde 1975 tengo una pequeña empresa y he examinado unas 2 mil 500 obras de arte y 600 monumentos.