a hemos comentado que en nuestro país tenemos ciudades que se distinguen por una cromática particular que les proporciona el color de la piedra con la que fueron construidas. Como ejemplo podemos mencionar Morelia, Zacatecas o Querétaro cuya cantera rosada reviste las construcciones, muchas de ellas de excepcional grandiosidad y belleza, al igual que sucede en Oaxaca, con su piedra verde.
La ciudad de México virreinal se distinguía por las tonalidades de color rojo vino del tezontle, esa piedra ligera y porosa a la que el escritor Gonzalo Celorio ha llamado espuma de volcán
. Fue muy usada desde la época prehispánica por su liviandad, que la hacía propicia para construir en el suelo lacustre de la cuenca. Los españoles que levantaron la nueva ciudad sobre las ruinas de México-Tenochtitlan utilizaron las piedras de los templos y palacios mexicas en sus toscas construcciones del siglo XVI. A partir del siglo XVII la arquitectura barroca pulió finamente el tezontle para recubrir las fachadas. Para dar fuerza a columnas, marcos de puertas y ventanas, así como para decorar portadas y balcones con exquisitos labrados en la piedra se usó la elegante cantera en tono gris plata llamada chiluca.
Una buena muestra de ello son las casonas del Mayorazgo de Guerrero que a sus 250 años de edad y a pesar de no contar con buen mantenimiento lucen magníficas en la calle madre de la cultura americana: Moneda. Aquí estableció sus residencias Juan Guerrero de Luna, a quien el rey Felipe II le concedió el Mayorazgo en el siglo XVI. Las primeras construcciones fueron tipo fortaleza, como se acostumbraba en esa época, en la que prevalecía el temor de un levantamiento indígena.
En el siglo XVIII sus descendientes aún poseedores de fortuna, contrataron al arquitecto Francisco Guerrero y Torres y le encargaron edificar las construcciones palaciegas que todavía podemos admirar. La casa que tiene el número 14-16 luce una gran portada flanqueada por columnas de capitel jónico y jambas ornamentadas con motivos geométricos. Primorosa lacería de cantera enmarca las ventanas del segundo piso. Remata la composición un escudo con las insignias del Mayorazgo sostenido por ángeles. Un nicho con una escultura de la virgen de Guadalupe adorna el torreón de la esquina.
El interior tiene, como toda buena casona, un amplio patio rodeado de arcos y columnas; el piso alto luce cuatro columnas toscanas que sostienen el techo de vigas. A un lado de la escalera se conserva el mural de Rufino Tamayo La música, que data de la época en que la residencia albergó al Conservatorio Nacional de Música. Por cierto que ahí se conocieron Olga y Rufino Tamayo, cuando él pintaba el mural y ella estudiaba para ser concertista; él recordaba que ella preguntó: ¿quién es ese muchacho que pinta esos monos tan horribles?
Pasando a la siguiente mansión, marcada con el número 18-20, nos muestra la creatividad del arquitecto Guerrero y Torres, que a diferencia de las construcciones dieciochescas que giraban alrededor de un patio principal, aquí la fachada presenta tres puertas que corresponden a igual número de patios, los cuales difícilmente se pueden apreciar en la actualidad, por estar convertidos en bodegas y comercios. Igual que su vecina tiene un torreón, pero en ésta destacan símbolos marianos y dos relieves del sol y la luna.
El notable grabador José Guadalupe Posadas tuvo en esta casa su taller. Un grabado hecho por uno de sus mejores discípulos, Leopoldo Méndez, lo representa en su taller, rodeado de buriles, punzones y demás instrumentos, mientras por la ventana atestigua la represión que la fuerza pública emprende sobre el pueblo.
Ya no queda más que ir a saborear una rica comida mexicana en otra belleza barroca: La Casa de las Sirenas. Situada en Guatemala 32, ofrece la mejor vista de la catedral desde su fresca terraza. Yo no me pierdo su sopa Centro Histórico y estos días puede saborear la gallinita en mole de mango.