Opinión
Ver día anteriorDomingo 10 de junio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El camino y el andar
C

on el mundo como telón de fondo, el eje hacendario presume de la estabilidad lograda, hoy combinada con un supuesto blindaje financiero y un crecimiento de la economía superior a 3 por ciento. Acosada por la inseguridad física, la ciudadanía parece dispuesta a celebrar estos logros, sobre todo cuando se les inscribe en el escenario de recesión e incertidumbre galopante que aqueja a las mayores economías del mundo.

Para una parte de la opinión pública nacional e internacional, esta circunstancia no sólo es aceptable sino promisoria, y los consabidos cánticos de un nuevo amanecer mexicano se dejan oír desde algún banco de la Reserva Federal de Estados Unidos para de inmediato ser coreados por quienes piensan que el país va bien y que de mantenerse en esa ruta no puede sino irle mejor. Cosas de la crisis y sus espejismos, podría decirse, pero también de la política y sus intereses, que hoy han entrado en curso de colisión y estado líquido.

La propuesta de un cambio de visión y estrategia política y económica hecha por Andrés Manuel López Obrador tiene en estos alegatos emanados de la cultura de los satisfechos uno de sus principales y primeros obstáculos. Aquello del peligro para México tuvo y tiene mucho que ver con su proclama original de que por el bien de todos, primero los pobres, y aun ahora, adecuado su discurso al temor ambiente, su invitación al cambio político, moral e institucional es visto como una invitación a la aventura que no puede sino verse como una amenaza.

Se le buscan una y mil incongruencias y los calificadores de oficio no han dudado en reprobar los proyectos adelantados para ilustrar lo que sería su gestión económica y social, pero no es eso lo que más importa y está en juego. Lo que pone en el centro la izquierda mexicana encabezada por Morena y su principal dirigente es, por un lado, la viabilidad de un cambio tranquilo y, por otro, la urgencia de emprenderlo dada la situación real que guardan la economía y la sociedad mexicanas. Y es esta combinatoria la que no pueden tragar con facilidad y agrado quienes se han beneficiado, y mucho, de los cambios anteriores que nos han traído a la grave situación presente.

La propuesta del cambio verdadero tiene dimensiones varias, pero un eje central en la demanda colectiva y popular de inclusión, cuya dinámica puede ser de enorme potencial. Al ponerse en movimiento con la acción política, este nuevo reclamo democrático puede desatar mudanzas en cascada para poner en entredicho la trama de intereses y complicidades que emergieron al calor de la transición, supuestamente para atemperar los ánimos reformadores que trajo consigo la apertura política democrática, pero que pronto devinieron camisa de fuerza de una sociedad cuya consolidación como democracia reclamaba y reclama modificaciones sustanciales al tejido institucional, la organización económica y los mecanismos centrales para distribuir los frutos del crecimiento.

Nada de esto se hizo bajo la hipótesis de que, al igual que en el mercado, la competencia política nos haría buenos, eficientes y virtuosos. Lo que no ocurrió.

Treinta años nada gloriosos arrojan un saldo cargado de negativos, aunque la democracia, tal y como nos la dejaron, haya podido encauzar las más impetuosas corrientes alternas que irrumpen de vez en vez para recordarnos que en la desigualdad y el abandono social no pueden prosperar más que mareas altas y pasiones bajas, como lo vivimos a diario en la política, la justicia o la producción.

El modelito que los banqueros y hacendistas quieren edulcorar con panoramas de estabilidad y solidez financiera no da para más y es de eso que nos quiere hablar el discurso atropellado de los estudiantes universitarios que exigen democracia y repudian imposiciones. Debajo de esto, mal duerme la desazón de las familias de los diferentes grupos medios cuyos proveedores temen el despido o la llegada de la cuenta de la tarjeta, junto con la sospecha de que quienes gobiernan y se dicen abanderados de la modernidad que al fin nos llegará, no sólo soslayan realidades incómodas sino mienten con el propósito de engañar y por esa vía mantenerse en el usufructo mal ganado.

Ojalá que el talante airado de las capas privilegiadas de la juventud que ha tenido acceso a la educación universitaria, no se disuelva en el aire de la desconfianza o la paranoia, siempre interconstruida por un sistema de poder superconcentrado que no puede con la tentación de manipular y ocultar. La mudanza democrática de fin de siglo no pudo, o no quiso, encarar la dureza de esta estructura de dominación, y al no hacerlo, o posponerlo sin fecha de término, coadyuvó a su reproducción. Desatar este nudo y respetar los mínimos criterios democráticos con que contamos, requerirá de esfuerzos magnos y de mucha astucia, paciencia y prudencia. Atributos que rara vez acompañan a la movilización social o a las luchas por la inclusión en la política, la cultura y el poder. Pero no hay otro camino y podemos decir que muchos, más de los que podía esperarse en lo inmediato, han empezado a caminarlo.