l pasado en película. En el célebre filme de Stanley Kubrick, Dr. Insólito, un científico ex nazi (Peter Sellers) trabaja en la bomba atómica para los estadunidenses. Mientras les cuenta todas sus posibilidades destructivas (semi-paralítico y en silla de ruedas) usa sobre todo su mano derecha para expresarse. De pronto y en su entusiasmo la tiene que contener, porque la mano conspira para hacer el saludo nazi.
Son los tics autoritarios. Como con el Dr. Insólito, la mano autoritaria se expresa en automático. Primero queriendo madrugar a los estudiantes ocupando espacios en el auditorio. Después, en una declaración desafortunada en que EPN pretendía presentarse como alguien valiente que asume directamente sus responsabilidades. Vean como punto de comparación el informe presidencial en 1969, donde Díaz Ordaz asumió la responsabilidad de la masacre en la Plaza de las Tres Culturas. Los tics autoritarios se coronaron con dos descalificaciones: los de la asamblea no son estudiantes, sino porros y manipulados. La otra: los estudiantes son una minoría de jóvenes privilegiados. En 1968 descalificaban igual: son privilegiados y no representan a los jóvenes.
La pendejada que prende la pradera. Los movimientos espontáneos así surgen. Son espontáneos precisamente porque nadie los planea a priori. Pero no surgen de la nada. Pequeños grupos de estudiantes experimentan a lo largo de un periodo dilatado pequeñas luchas específicas, aprendizajes colectivos. Todos esos activistas necesitan de un hecho, generalmente una nimiedad, para que catalice una fuerza social que ahí está en potencia. Tanto el movimiento de 1968 como el de 2012 encuentran en declaraciones absurdas el combustible que prendió la mecha. Basta recordar el desmentido del jefe de la policía sobre la puerta histórica tirada con bazuca mientras la prensa sacaba las fotos.
2012 no es 1968. Ambos buscan una nueva forma de hacer política. La gran diferencia es que el movimiento de 1968 actuó en el contexto de un régimen autoritario y el movimiento de 2012 en el marco de un régimen con instituciones democráticas, si bien frágiles. En 1968 el problema era el monopolio del poder, ahora lo son las oligarquías fácticas. La diferencia toral se observa en la demanda central: libertad a los presos políticos en 1968, democratización de los medios de comunicación en 2012.
El #YoSoy132 ya ganó la primera ronda, obligando al duopolio a pasar el debate en sus canales de mayor cobertura. Poco a poco ha ido granjeándose el respeto de todos los actores políticos. Ha provocado declaraciones, aún si fueran retóricas, respecto a la licitación de nuevas cadenas de televisión. Pero sobre todo, ha influido de la mejor manera en el proceso electoral: hablo del llamado a votar –voto razonado y reflexionado– y de su contribución, con observadores electorales, a la limpieza de las elecciones.
El reto neurálgico es el siguiente: cómo pasar de movilización a movimiento y de movimiento a organizaciones e instituciones. El movimiento de 1968 fue interrumpido drásticamente con la represión, pero no desapareció. En los 70, los mismos brigadistas estudiantiles terminaron siendo activistas en los movimientos obreros, campesinos y de colonos. Sus movilizaciones jugaron un papel clave en la formación y consolidación de muchas organizaciones. Ayudaron a construir nuevas instituciones que funcionalizaron esta transición problemática, desarticulando simultáneamente cabos de los nudos autoritarios.
Las organizaciones e instituciones que genere esta movilización deberán contribuir a la segunda transición, que empodere a la ciudadanía, establezca claros mecanismos de rendición de cuentas y contribuya a una nueva y más equitativa conversación nacional sobre cuál es el país que queremos construir entre todos.
Por eso es que sin ser joven ni estudiante digo con orgullo también #YoSoy132.
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