a estabilidad fue uno de los valores centrales del régimen autoritario; era un objetivo más que un medio para garantizar metas de largo plazo, por ejemplo, un crecimiento económico sostenido. No cabe duda que un régimen político estable es una condición para la prosperidad social. Sin embargo, cuando la preservación del orden establecido se convierte en el propósito fundamental del gobernante, éste pierde la capacidad de responder a cambios en el contexto y, por consiguiente, no ajusta el régimen a las transformaciones del entorno. Convertida en objetivo, la estabilidad propicia la formación de estructuras inflexibles y disfuncionales. Es el caso de los grandes sindicatos que el PRI legó a la democracia mexicana, y que hoy son sus principales enemigos. La rigidez institucional que reflejan y que se disfraza de estabilidad, no sólo es frágil, también alimenta en la sociedad actitudes esencialmente conservadoras. Las ofertas de los candidatos presidenciales reflejan este conservadurismo en la ausencia de ideas novedosas o audaces, pese a que unos hablen de cambio y otras de diferencia.
Un ejemplo paradigmático de rigidez disfuncional es el SNTE –y la CNTE–, cuyas acciones y decisiones responden a presupuestos que han sido superados por una realidad política y social que ha cambiado radicalmente desde 1945, año en que se fundó el gran sindicato nacional de maestros. Así, por ejemplo, nada sugiere que el liderazgo sindical haya considerado los efectos de la transición demográfica sobre sus demandas. El cambio en las tendencias del crecimiento poblacional hacia una sociedad cuya pirámide de edad tiene una base más estrecha, obligaba a una revisión de las exigencias sindicales; no obstante, las demandas de los maestros –o de sus líderes– se fundan en el presupuesto de que la matrícula escolar está en expansión, como si creciera al mismo ritmo que entre 1945 y 1976. En realidad el cambio demográfico sugiere que en un futuro muy cercano necesitaremos menos maestros de educación primaria, a menos de que se reforme el sistema escolar. Y si disminuye el número de maestros, se reduce el poder de la dirigencia sindical.
El énfasis en la expansión del sistema educativo tiene que ceder el paso al reconocimiento de que la calidad de la educación es una condición de ajuste a las transformaciones de la economía y de la sociedad; es más, tenía que haberlo hecho hace tiempo. Sin embargo, en las semanas recientes los maestros de algunos estados de la República han manifestado –a expensas, desde luego, del año escolar, esto es, de los niños– su oposición a la evaluación –como también han rechazado la carrera magisterial. Lo que los maestros objetan es la introducción de la meritocracia en su medio; su resistencia arroja luz sobre el autoritarismo que persiste en un área del régimen político, en la que se mantiene estable un orden fundado en el clientelismo, el patrimonialismo y prácticas como la venta de plazas. Dadas las condiciones del mundo y el comprobado rezago de los niños mexicanos frente a los de otros países, es ineludible la pregunta: ¿No es disfuncional el tipo de estabilidad que ofrece el SNTE a cambio de la evaluación?
La democratización también le ha restado relevancia al SNTE, porque con la normalización de los procesos electorales conforme a las reglas de la democracia representativa, se decorporativizó el voto, y perdió razón de ser el control electoral que la dirigencia sindical le aseguraba a los candidatos del PRI. Sin embargo, los gobiernos panistas no han creído que el voto es una expresión individual –no en balde la candidata Vázquez Mota llama a votar a las familias, como si la emisión del sufragio fuera un acto colectivo–, y se han creído el cuento de que más de un millón de maestros votan en bloque y podrían desestabilizar el régimen político. Con ese temor los gobiernos del PAN le han dado a la dirigencia –o más bien a la dirigente Gordillo– cuanto ha pedido y más; hasta un supuesto partido político que en realidad es una extensión del grupo de interés que es el SNTE. Así, y gracias a la capacidad de chantaje de la dirigente, y a la incapacidad de respuesta del chantajeado, su poder se ha acrecentado en democracia, en lugar de disminuir –como era de esperarse. Peor aún, todos sabemos que el SNTE también es disfuncional para la democracia mexicana porque encarna la continuidad de la corrupción autoritaria, agravada ahora por la insolencia de una lideresa que ostenta su riqueza sin pudor alguno, como si nos estuviera diciendo –bolsa de 10 mil dólares en mano–: A mí las reglas no se me aplican. Estoy muy por encima de leyes y reglamentos. Vivo en San Diego. Por cierto, muy bien, pero estén tranquilos, me basta el control remoto para mantener la estabilidad política del país
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Elba Ester Gordillo personifica los costos de la estabilidad convertida en inflexibilidad institucional. Sus gastos personales, los que nos avienta a la cara sin empacho, son lo de menos, aunque son mucho. El precio que estamos pagando por lo que supuestamente garantiza una alianza entre el gobierno y el magisterio son las dificultades de lectura que tienen nuestros niños, sus insuficiencias de vocabulario, de gramática, de ortografía; su imposibilidad para lidiar con las operaciones más sencillas de la aritmética; su desconocimiento de la historia y de la geografía del país.
Muchos de estos problemas derivan de que el Estado ha abdicado de su autoridad en materia educativa. Habrá que ver si quien asume el poder presidencial el próximo primero de diciembre está dispuesto a levantar el inmenso reto de la educación nacional, recuperarla y fortalecerla. Elba Ester Gordillo y el SNTE –y la CNTE– se han desentendido del futuro del país. Sabedores de su importancia, los maestros han respondido a las expectativas de la sociedad en forma egoísta, aunque hay que reconocer que también lo han hecho para mayor gloria de su dirigencia.