dormecidos durante buena parte de la campaña electoral los miedos colectivos retornan al escenario nacional. Azuzados por similares personeros irrumpen ahora con idénticas intenciones: mantener el sistema imperante de privilegios. Muestran, con el rigor anterior, los deformantes efectos sobre la convivencia organizada de los mexicanos. La publicación de la última encuesta del diario Reforma destapó las pasiones de aquellos acostumbrados a ocupar el mando del poder federal. El casi empate entre Peña Nieto y AMLO hirió ambiciones por doquier, muchas de ellas malsanas que se pensaban superadas. Sin importar las terribles consecuencias, desempolvan los falsos argumentos ya usados, los símiles forzados, los panoramas de desastres inminentes. Todo ello para evitar, sin importar el costo, el avizorado triunfo de la izquierda (AMLO)
La costosa polarización ocasionada durante 2006, orquestada desde la cúpula del poder, se enseñoreó por toda la República. Introdujo fieras divisiones entre conciudadanos, entre familiares, sectores sociales o profesionales y partidarios políticos. Los rencores, entonces sembrados, se impregnaron durante seis largos, desoladores años en el cuerpo social. Marchitaron esperanzas juveniles, truncaron oportunidades para las mayorías, nublaron horizontes, aun los de los mejores, y envenenaron los desequilibrios de la endeble estructura institucional. Lejos de cicatrizar las heridas infligidas, las dejaron abiertas e infectadas. El aumento de la pobreza se tornó fehaciente prueba de ser provocada por el modelo vigente. Las desigualdades desembocaron, con fiereza, en el insoportable rostro de la violencia desatada e incontrolable del crimen organizado. La maltrecha elección de 2006, con su cauda de quiebres, trampas y manipuleos, no debía repetirse en este 2012. Sin embargo, algo de lo que ahora se inicia apunta hacia la redición de ambientes, temores y enconos parecidos o, peores aún, introducidos con saña y cinismo por los que ven tambalearse sus negocios y ambiciones.
La generosidad, la altura de miras, el respeto a lo distinto se han hecho asuntos prescindibles. Lo que cuenta es hacerse del poder cueste lo que haiga de costar. El éxito económico es, hoy en día, el aldabón insuperable de la respetabilidad. Un justificante para cualquier latrocinio, envidia o malquerencia, de esas provocadas por la acumulación desmedida de bienes y riquezas. Sólo de vez en cuando se reconoce al talento puesto al servicio de los demás, la creación solitaria y desinteresada, la solidaridad para con los desposeídos. La congruencia con los propios valores y principios se arrumbó a un lado de las penas ajenas inconfesadas. La honestidad pasó a ser un ingrediente molesto para los aventureros del triunfo a como dé lugar.
Sin aprender de la pasada historia, se pretende retornar a la lucha cuerpo a cuerpo, al empleo de cualquier recoveco o palanca disponible que dé ventaja, aunque sea indebida, sobre el rival. Poco o nada cuenta la legalidad si puede ser trastocada en silencio, a las sombras de un discreto pestillo. Ya se desempolvan, por ahí y por allá, las medias verdades, las insinuaciones de conductas delictivas, deshonestas, atribuibles al candidato que avanza, al parecer indetenible, en las preferencias ciudadanas. Los rumores de preparativos para protestas postelectorales se instalan como certeza indubitable. Los falsos testimonios, las filtraciones prefabricadas se difunden para abollar, aunque sea un poco, su bien ganado prestigio de rectitud. Vuelven a relucir las estampidas inminentes de capital ante la sola versión de que AMLO acortó distancias respecto de Peña Nieto (Financial Times). Las volatilidades que han llevado al peso a depreciar su valor le son a él atribuidas por opinócratas falsarios poquiteramente remunerados. Las mismas agencias calificadoras adelantan juicios temerarios y dibujan escenarios de inestabilidad ante la emergencia de que AMLO triunfe.
Por ahí y por acá se busca, de nueva cuenta, aquel espíritu de cuerpo que unificó, hace seis años, a los mandones de la continuidad y a todos sus amanuenses en un complot ninguneado, pero real y destructivo. Los verdaderos traidores a la democracia, esos que difundieron los mensajes de odio y revancha que le predican a López Obrador, aparecen de nuevo. Es por eso que, no de improviso, irrumpió Fox en el escenario dando muestra fehaciente de su rencoroso ánimo de ranchero nailon. Deja, tan rudimentario personaje, asentada su intención (y la de sus escurridizos mandantes) de evitar que AMLO gane de nueva cuenta. Fox se sabe vulnerable, ligero de defensas ante el entrevisto triunfo de aquel a quien trampeó con alevosía. Pero sus alaridos sin concierto (chachalaqueadas) chocan con el despertar de esta primavera juvenil.
Las circunstancias actuales de México han cambiado de manera drástica respecto al pasado próximo (2006). Entonces no hubo este estudiantado en bulliciosa movilización. Las facilidades para adormecer simpatías y atontar voluntades se han achicado drásticamente. El aparato de comunicación de masas ha mostrado cortedades reales para mantener la aureola de invencibilidad de su abanderado. Los jóvenes denuncian, a voz en cuello, el corrupto sistema que antes se pavoneaba aunque todavía pretende imponer a un indeseado Peña Nieto como presidente. Las televisoras pasan por tiempos de hondo desprestigio. El enriquecimiento de sus accionistas (ver carátula de Proceso núm. 1857) los llevan, con urgencia, a retocar sus imágenes y a intentar reponer sus mermadas capacidades.
La base social organizada que se reúne en Morena, es una fuerza creciente que sostiene e impulsa multitud de rebeldías, las estudiantiles incluidas. Este movimiento es, y será, el arma vital del cambio verdadero que ya se avecina en el cortísimo plazo. Ya derrotó las percepciones inoculadas por años de propaganda y encuestas a modo para imponer la continuidad. Los enemigos de la transformación nacional, esta vez al menos, no pasarán.