on eso de que México da para todo (ya ven cómo nos despojan, malbaratan y arrasan con bulldozer y sin embargo aún hay más), en materia de estadística cruda somos súper ricos. En jóvenes y viejos, millonarios. También en migrantes, desplazados, trabajadores informales y, faltaba más, trabajadores formales. Y para millones, los de mexicanos pobres; los exportamos. A nuestros millonarios en dinero también les gusta ser muchos, suman decenas de miles, lo cual no es poco. Habemos millares de descuartizados, decapitados, colgados, encajuelados, encostalados, carbonizados. Este romance nacional con la multiplicación de los números nos hace crónicos contendientes Guiness de cualquier pendejada, y ganamos. No en balde tenemos la ciudad más poblada y las playas más rentables, yacimientos superlativos de oro, plata, petróleo, agua. Ah la inagotable cornucopia de José Moreno Villa. Y claro, nuestras deudas son multimillonarias, como los botines de nuestros desangradores.
Así que con jóvenes inquietos se las andan viendo allá arriba los señores otra vez. No que no conocieran el fenómeno, sólo que no parecía previsible ahora. ¿O sí? Hubo una época en que los jóvenes definían y cambiaban cosas, no hace mucho y no por largo tiempo. De hecho, la juventud como tal pocas veces determinó en algo la historia antigua (quizás porque la humanidad misma era joven, y poco longeva). Hacia 1960 los niños hacen boom. Apenas una década atrás las mujeres conquistaron el derecho a votar. No se era adulto, ni elector, ni nada, antes de los 21, y aún entonces con candados. Pero de pronto el mundo se volvió precoz y ganó velocidad. A fines de esa década ser joven era influyente, divertido, peligroso. La juventud se convirtió en surtidor de ideología, actitud, arte (especialmente música), comunidad, mitologías ready made. Desafió al Estado en Praga, París, México, Washington, Londres. El reloj de la historia se sincopó, cambió de ritmo.
Pero sucedió algo más: la juventud se volvió mercado y mercancía. Simultánea a su emancipación histórica y sexual (en deuda con Marshall McLuhan, Herbert Marcuse y Wilhelm Reich), nació su nueva esclavitud: el consumo. De hecho, con la inclusión del mercado juvenil
nace la civilización consumista del presente global. Las modas se volvieron jóvenes. Y las utopías. Espero morir antes de hacerme viejo
, cantaba el hoy casi septuagenario Peter Townshend. No extraña que se volvieran epidémicos el síndrome de Peter Pan y la cirugía mal llamada estética. La juventud había sido un pasaje inevitable y enfadoso previo al matrimonio, el empleo, la participación ciudadana. Ahora la onda era ser joven y seguirlo siendo ad nauseam.
Pero como escribió el inexistente poeta portugués Ricardo Reis, ¡qué son doce o sesenta en la floresta de los números, y qué poco falta para el fin del futuro!
. Convertida en nicho
, la juventud quedó atorada en la moda, y perdió importancia real. Además, los jóvenes precedentes (los del 68, por así decir), llegados al poder resultaron díscolos y tras ellos cerraron las puertas que habían abierto. El imparable capitalismo en su fase neoliberal, asumido ampliamente por los sesentaiocheros, arrojó a las nuevas generaciones al arroyo del desempleo y el progresivo abandono presupuestal. La corta primavera de la educación contestataria y el fin de la educación como rubro clave del Estado, desembocaron en corrupción, ninguneo ético, elitización, y se dejó a la juventud, como al resto, a merced de las leyes del mercado. El consumismo devino constitutivo de la condición juvenil, y ya que masa eran, se confinó a los chavos en los medios masivos de entretenimiento (apellidados de comunicación
con escaso fundamento, pues han servido en general para lo contrario). Siguió habiendo huelgas estudiantiles y tocadas de rock; el poder las desdeñaba como inofensivas o controlables, y les repartía garrote y atole con el dedo.
Muy en el mercado y todo, las nuevas generaciones encontraron crecientemente cancelado el acceso al trabajo y la vida profesional. ¿Ahora qué? Pues a lo informal, de ahí a lo ilegal, lo marginal, y tantito más allá lo criminal.
En esas andábamos cuando sectores de chavos –lo que los clásicos llamaban pequeña burguesía–, heredando dos décadas de desencanto democrático y paralelos desarrollos tecnológicos de información y conexión interpersonal, hicieron por primera vez de los medios masivos una verdadera herramienta de comunicación. Ya que el engaño y la manipulación reinan, usemos los juguetes para pelear de verdad. Así en El Cairo como en Madrid, Atenas, Nueva York, ¿México? También las ideas de cambio pueden volverse virales. Nuevas formas de convocatoria, organización, decisión y actuación fuera de alcance de Gran Hermano y sus amables armas de distracción masiva. Para ellos, el tiempo recobra su estado líquido. El festivo personaje antifascista de V de Venganza presta el símbolo, y no ya el Che Guevara. Catch me if you can.