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Hablar un mundoCamila Paz Paredes Nunca había estado en un lugar donde sólo oyera lengua indígena; donde, como si estuviera en otro país, tuviera que pedir, apenada y después de un rato de guardar silencio, que por favor me hablaran en español porque no entendía. Uno sabe (más bien supone) que hay comunidades donde la lengua de uso cotidiano es indígena, pero esto rara vez se hace visible: a los mestizos, a los que se nos ve lo citadinos, nos hablan en español. A veces ni siquiera nos preguntamos si el nativo es zapoteco, nahua, tzotzil (…) No sólo se debe a nuestra cómoda posición de turistas de urbe, sino a la vergüenza que sienten algunos indígenas de hablar su lengua originaria. Para quien haya ido a Chiapas, por ejemplo, esto sonará familiar. El pasado mes de abril, sin buscarlo, me encontré en San Miguel Tzinacapan, un municipio de Cuetzalan, Puebla, región donde más del 70 por ciento de los habitantes hablan náhuatl. Yo ni sabía que existía San Miguel. Iba en plan de paseo al centro de Cuetzalan. Me hospedé en las cabañas de la Tosepan Titataniske, una cooperativa campesina que ha salido adelante a pesar de las trabas del gobierno, el mercado y el cambio climático, y que tiene una multitud de proyectos y curiosidades, desde una preciosa huerta madre de café, hasta una escuela Montessori autosustentable, una línea de jabones, cremas y shampús, y un hotelito levantado con bambú sobre un cerro. Entre comedor y aventones, conocí a Aldegundo, un joven socio de la Tosepan que me invitó a conocer su pueblo, San Miguel Tzinacapan, donde su esposa daba un taller para niños. Según un letrero de la plaza central, más del 80 por ciento de los habitantes de San Miguel hablan náhuatl. En un extremo de la plaza está la escuela y su pequeña biblioteca. Ahí, sobre una mesa, se extendía un mapa del pueblo hecho con recortes y colores. Los niños del taller habían dibujado los lugares más importantes de su comunidad. Nadie los lleva. Piden permiso en casa y se encaminan a la biblioteca, donde recrean e identifican los lugares y sus nombres. Pero no es una clase de geografía, sino un taller de toponimias: cada sitio en la región tiene un significado especial y una historia. Aquí se ve cómo el náhuatl es forma de vida, es espíritu de las cosas. Los lugares nombrados en la lengua de los niños son sus lugares; relación con un mundo que es hogar. Una niña de diez años escribía en español con letra y ortografía casi impecables, sosteniendo un libro de historia. Saben bien el español como idioma del sistema educativo oficial, pero su primera lengua es el náhuatl. Eso son, eso es Tzinacapan, Cuetzalan, Tosepan. Aquí el que no habla náhuatl es extranjero, es el que se apena, el que se siente inseguro y no sabe cómo interpretar las risas, las miradas, cómo dirigirse a la gente. Del otro lado de la plaza, subiendo una callecita, está la clínica de la Tosepan. La doctora es una estudiante de la Universidad Anáhuac que hace servicio social aquí, como otros jóvenes de la Ibero, del ITAM o de la UNAM. Las estancias son de uno o dos años y muchos desertan pronto. No se entienden con la vida en San Miguel ni con su gente, se sienten incómodos, no comprenden las bromas y los juegos de los niños a quienes encuentran todos los días en la plaza. Aunque la gente sabe español, la vida transcurre en otra lengua. Uno de los doctores, cuenta Aldegundo, sorprendió a la comunidad. También se veía que era de fuera. “El que camina lento”, le decían. El joven bajaba a la plaza y se unía a los partidos de futbol de los niños que salían de la escuela. Ahí se zanjó finalmente la brecha: en la convivencia abierta, en el juego vital con niños cómoda y orgullosamente dueños de su lengua, el joven aprendió a hablar náhuatl como si le fuera natural. La Tosepan enseña el náhuatl a sus niños porque está en juego la identidad, la forma de vida y el sentido del mundo de una inmensa cantidad de gente que vive en el campo. En tiempos donde la aspiración acorralada de estos jóvenes es huir de la pobreza y la violencia, abandonar sus lugares, sus costumbres, renunciar a su lengua, San Miguel Tzinacapan y la Tosepan Titataniske significan que es posible una vida indígena y rural cálida y orgullosa, en sus comunidades, en su lengua, en su hogar.
El Programa de Vivienda Sustentable de la Tosepan Titataniske: un modelo de diversificación e integralidad
Miguel Meza Castillo Cuatro mil socios de la Unión de Cooperativas Tosepan Titataniske, de los cerca de 20 mil que la integran, han sido beneficiados con vivienda en tan sólo seis años. Pero si bien la cantidad es importante, la calidad también lo es, pues se trata de que las viviendas sean sustentables, es decir que ahorren energía, aprovechen el agua de lluvia y además cuenten con espacios para producir alimentos sanos para las familias. El Programa de Vivienda Sustentable (PVS), puesto en marcha por la Tosepan en 2006, es un ejemplo notable del modelo de diversificación seguido por la organización. En él participan de forma coordinada algunas de sus cooperativas, se articulan varios programas y se conjuntan y potencian recursos financieros y naturales de la región. En el PVS participan cuatro cooperativas y un grupo de trabajo: la de ahorro y préstamo Tosepantomin, que es la responsable del manejo de los recursos del programa; la de materiales de construcción, Tosepan Toyektanemililis, encargada de adquirir, producir y distribuir los materiales para la edificación; la de producción de bambú, Tosepan Ojtasentkitinij, que produce accesorios; la de salud, Tosepan Pajti, que promueve el uso de ecotecnias como estufas ecológicas, huertas familiares e instalación de corrales de pollos y guajolotes con miras a la producción de alimentos sanos, y el grupo de supervisores de vivienda, responsables de la buena construcción. De esta manera el programa ha potenciado el trabajo colectivo con un enfoque integral y sustentable. El fondo financiero del PVS esta integrado por la suma del ahorro de los socios que solicitan vivienda, el crédito proporcionado por la caja de ahorro y préstamo y los subsidios provenientes de la Comisión Nacional de la Vivienda (Conavi). El ahorro de los socios es la clave del programa, pues solamente si el socio tiene ahorro suficiente puede solicitar crédito y una vez que tiene los dos puede recibir el subsidio gubernamental. Para la construcción de vivienda el monto es mayor que para el mejoramiento: un socio que tiene ocho mil pesos ahorrados y quiere construir, tiene derecho a una crédito de 40 mil y a un subsidio de Conavi de un poco más de 43 mil pesos, mientras que un socio que tiene mil 600 pesos ahorrados y quiere mejorar su vivienda puede pedir un crédito de hasta 20 mil pesos y recibir un subsidio de 15 mil. Esta forma de operar da lugar a un círculo virtuoso en el que se potencian y se usan de forma eficiente los recursos, lo que ha permitido el crecimiento del programa, de tal manera que mientras en el 2006 se benefició solamente a 26 familias, para el 2011 ya eran cuatro mil, multiplicándose varias veces el número de familias beneficiadas. Del total de la inversión realizada en el PVS el 15 por ciento corresponde al ahorro de los socios, el 34 a crédito de la caja de ahorro y el 51 por ciento a subsidios de Conavi. El programa de vivienda ha sido un incentivo para que un número cada vez mayor de personas ahorren. “Al principio –comenta Álvaro, asesor de la Tosepan– muchos socios de la caja de ahorro no se animaban a pedir préstamo para vivienda pero conforme aumenta la experiencia y la confianza, cada vez son más lo que solicitan y muchos que no eran socios le entraron a la organización por el interés de obtener crédito para vivienda”. “Pero el número de socios de la caja –agrega Álvaro– no solamente ha crecido por la vivienda, también por las tasas de interés que se paga por el ahorro y porque el servicio de pago de remesas les interesa, y como ven que el servicio es bueno y confían en la organización, algunos dejan sus remesas como ahorro”. El crecimiento del PVS también ha impactado favorablemente a la cooperativa de materiales, pues el volumen de materiales de construcción requeridos, tanto industriales como de la región, se ha incrementado, y esto permite reducir costos y aprovechar mejor los recursos regionales. “Inicialmente –dice José, el responsable del área de adquisición de materiales industriales– trabajamos con la Cooperativa Cemento Cruz Azul (para la compra de cemento) pero después Cementos de México (Cemex) nos ofreció un precio más bajo por bulto y Apasco también y yo tengo que negociar con los proveedores para que me ofrezcan mejor precio”. Por otro lado, nos dice Eleuterio, responsable del área de materiales de la zona, “en la región hay bancos de materiales y lo que hacemos es buscar los más cercanos para surtir más rápido y más barato, pero además la gente los prefiere porque los conoce. Algunos prefieren la grava de piedra de cerro por costumbre pero otros prefieren la que se produce con piedra de río porque no tiene salitre y la casa tiene un ciclo de vida mayor pues el salitre pica la varilla. Además la arenilla que se obtiene al triturar la piedra para obtener grava la cooperativa la utiliza para la producción de block, que se utiliza mucho en el nuevo sistema constructivo térmico”.
La edificación de vivienda también ésta articulada a la cooperativa de producción de bambú, que es la que produce accesorios de bambú, madera y metal y además muebles para el hogar, y el bambú que utiliza esta cooperativa se lo compran a campesinos socios de la Unión que lo producen en sus parcelas, al mismo tiempo que lo utilizan como barreras vivas para proteger sus cultivos de café y maíz contra los vientos, y para conservar suelo y retener el abono orgánico. Finalmente, hay que decir que los supervisores desempeñan un papel muy importante en el aspecto sustentable de las viviendas, pues sugieren su buena orientación para aprovechar la luz natural, la buena ventilación para evitar la humedad, el uso de biodigestores para tratar el agua, aditamentos para aprovechar el agua de lluvia, la construcción de estufas ecológicas ahorradoras de leña y el establecimiento de huertos familiares y corrales de gallinas y guajolotes para la producción de alimentos sanos. Sin duda el PVS esta satisfaciendo una necesidad básica de los socios de la organización y de ahí su constante crecimiento desde que empezó, pues como dice Antonio, socio de la cooperativa: “Tener una casa es tener un patrimonio para tus hijos lo que para nosotros es muy importante”. |