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Tlaxcala Encuentro de divers@s en vicente guerrero Lorena Paz Paredes Integrante del Comité Coordinador Nacional del PIDAASSA-México e investigadora del Instituto Maya En la comunidad Vicente Guerrero, del municipio Españita, en Tlaxcala, se realizó el Primer Encuentro de Promotoras Campesinas y el Segundo Encuentro de Promotores y Promotoras del Programa de Intercambio, Diálogo y Asesoría en Agricultura Sostenible y Soberanía Alimentaria (PIDAASSA). Llegaron más de cien personas del centro, sur y sureste del país. Aparte de campesinos de Tlaxcala, Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Veracruz, Puebla y Michoacán, asistieron organizaciones de derechos humanos. También comunicadores, estudiantes, académicos, y colaboradores, y una delegación de Cherán. Los eventos realizados del 23 al 25 de abril, se dedicaron a la memoria de Aurelio César Pacheco, Don Polito, comunero de La Peñita, municipio de Acuitzio, Michoacán, promotor de agricultura sostenible en el Equipo Mujeres en Acción Solidaria (EMAS), asesinado a balazos el 14 de abril por sicarios que antes lo amenazaron: “No importan las amenazas –dijo–,¿adónde me voy si este bosque es mi casa?”. Del 23 al 25 de abril, los asistentes debatieron en mesas de trabajo y plenarias. En la tarde del 24 se montó una pequeña exposición con artesanías. Entre los temas del Primer Encuentro estuvieron los problemas y logros de las mujeres en la promoción de la agricultura sostenible y la ecología, y en sus esfuerzos por remontar desigualdades de género en un contexto de pobreza, violencia del crimen organizado y la fuerza pública, discriminación y machismo. Se dijo que “el machismo es una cultura muy arraigada en nuestras comunidades, familias y organizaciones, en los gobiernos y en la sociedad. Las mujeres no podemos decidir casi nada, trabajamos mucho y ni quién reconozca el esfuerzo.” “Al principio, no teníamos permiso de salir de la casa –cuenta una promotora del Centro de Desarrollo Integral Campesino de la Mixteca “Hita Nuni” (Cedicam), de Oaxaca–, menos de enseñarles a las familias”. Los cargos públicos, los ocupan ellos, dijeron, aunque “en algunas comunidades ya eligen mujeres” –explicó Marta, promotora de la cooperativa poblana Tosepan Titataniske–; “las asambleas comunitarias de Tuzamapa, Jonotla, Pepextla, Xalpancingo, Atalpan, Xaltipan o Xalpantcingo, nombran mujeres como juezas de paz, que es máxima autoridad para gestionar obras y todo (…) y como las llaman a cada rato, pues el hombre se queda en la casa, con los niños (…) ya le tocaba ¿no?” A Don Camilo, campesino jalisciense, le parece que “los hombres tenemos miedo a que ellas crezcan, se superen, hay que entender que valemos igual, todos somos seres humanos”. También se habló de que la migración de varones y la violencia las deja al frente del hogar y de la milpa. “Mucho trabajo para nosotras y más pobreza”. Ahí se mencionó la feminización del campo. Además se dijo que los grupos delictivos del narco y la militarización han aumentado. Hay territorios tomados por armados como en la sierra de Petatlán y en Michoacán, que traen desplazamientos forzados, secuestros y enrolamiento de jóvenes y niños a grupos criminales; en Chiapas, la guerra del gobierno no para: “de Montes Azules nos quieren desalojar a toda costa”, se lamentó un campesino de la Asociación Rural de Interés Colectivo-Independiente y Democrática (ARIC-ID). La violencia desintegra a familias, comunidades y organizaciones y amenaza la vida de los promotores como Don Polito. Mucho han avanzado ellas y más han aportado: “sana producción de alimentos, buenas prácticas agroecológicas, tenemos mejor la autoestima y enseñamos a las hijas y los hijos el amor al campo, al idioma nuestro, a la cultura y la tradición.” Pero, dijeron, “harto nos falta para lograr la equidad de género y tener mismos derechos a la tierra y al patrimonio que los hombres.” Para eso “no alcanzan las palabras bonitas ni las ecotecnias, se necesita una distribución más pareja en la vida de todo y en todo”. El Segundo Encuentro empezó al día siguiente. Se compartieron experiencias y alternativas frente al cambio climático, la violencia y las malas políticas públicas, y se mencionaron logros: “estamos fortaleciendo la agricultura orgánica, conservando suelos, reforestando con especies locales, haciendo barreras vivas, abonos, diversificando cultivos, rescatando la milpa, protegiendo, intercambiando y cuidando semillas nativas y biodiversidad”. Todo, sin ayuda del gobierno, que ignora al campo y la producción campesina, y ha provocado migración, abandono de parcelas y desinterés en la agricultura. “Programas como Oportunidades y Procampo –dijeron– envician y empujan a no sembrar.” “Eso, y la violencia que no para, son parte de la crisis alimentaria porque dejamos de cultivar granos básicos.” Se compartieron avances de la Campaña Nacional por el Derecho a la Vida y las Semillas Nativas que el 25 de noviembre del 2011 lanzaron los grupos del PIDAASA; así, se informó de las ferias campesinas realizadas en Chiapas, Tlaxcala, Guerrero y Oaxaca, de las experiencias de fondos comunitarios de semillas y métodos de conservación. Se planteó exigir la modificación de leyes federales que favorecen a los transgénicos y atentan contra las semillas nativas, y acordaron sumarse a las acciones para impedir que el gobierno permita estas siembras. Al final se dijo que pese a los obstáculos, defensores de derechos humanos y promotores han avanzado con la metodología CaC (de campesina/o a campesino) y han fortalecido el autoconsumo familiar y los mercados comunitarios. No es suficiente –dijeron– habrá que cambiar este gobierno y el sistema que produce desigualdad y pobreza, y “formar una red o apretar las redes entre organizaciones del campo para protegernos y ayudarnos en el futuro que viene, así como exigir al Estado que garantice la seguridad de quienes defendemos el derecho a alimentarnos con lo propio.”
Baja California Naxihi na xinxe na xihi Gisela Espinosa Damián
Es un lugar común afirmar que las mujeres indígenas están triplemente discriminadas: por su pertenencia étnica, de género y de clase. Por desgracia es verdad y está ampliamente demostrado; sin embargo, en los valles de San Quintín, Baja California, otros agravantes se suman a la triple injusticia: el ser migrantes, jornaleras o nuevas pobladoras en una de las regiones más modernas de la agricultura mexicana. Y es que al sur de Ensenada, a la vera de los 137 kilómetros de la carretera Transpeninsular que conectan Punta Colonet con El Rosario, pasando por Camalú, Vicente Guerrero y San Quintín, se juntan dos mundos contrastantes y en conflicto: el de una agricultura irrigada, exportadora, con tecnología de punta y grandes ganancias; y los campamentos, cuarterías y colonias populares donde se alojan sus trabajadores. Jornaleras y jornaleros del sur que empezaron a llegar masivamente en los años 70s del siglo XX, algunos para quedarse y otros que repiten el viaje año con año. Hoy, en los valles de San Quintín convive población mixteca, triqui, zapoteca, purépecha, nahua, tlapaneca, mixe (…) y mestiza. Es una región pluriétnica y multicultural. En este “tercer mundo” de la costa del Pacífico, un grupo de mujeres indígenas fundaron la AC Naxihi na xinxe na xihi (Mujeres en Defensa de la Mujer) para abogar por sus derechos laborales, y desde ahí también impulsan la Ve’e Naxihi (Casa de la Mujer Indígena), para prevenir y atender la violencia contra las mujeres y promover sus derechos sexuales y reproductivos. La docena de promotoras que ahí labora y las ocho que viven en colonias populares de los valles, tienen en su propia experiencia una fuente inagotable de indignación, coraje y decisión para impedir que “otras mujeres pasen por lo mismo”.
Aunque la defensa de los derechos laborales ha sido y es un eje central de Naxihi, varias de sus integrantes se iniciaron en proyectos productivos como artesanas:
Y lo lograron, pero muy pronto les nació la inquietud y la necesidad de defender sus derechos laborales. En 1998, Amalia Tello –originaria de la Mixteca oaxaqueña–, las convocó a participar en la campaña “Mujer trabajadora, tú tienes derechos exígelos y denuncia”. Amalia y Esther Ramírez, joven abogada triqui, fueron entusistas promotoras de Naxihi na xinxe na xihi. Me invitó al taller de derechos laborales (…) entonces, ya estando ahí conocí lo que es la afiliación al Seguro Social. ¡Si yo hubiera conocido eso antes! ¡Uy! ¡Habría pedido mi derecho de incapacidad cuando estaba embarazada! (…) Es un orgullo para mí dar este conocimiento a otras mujeres, decir lo que yo aprendí, hablarlo, platicarlo en mi lengua materna. Tarea de primer orden, no sólo porque la población económicamente activa (PEA) agrícola femenina en la cosecha de jitomate o el corte de flores llega a ser del 80 y hasta del cien por ciento en algunos campos, sino porque en esos valles sólo el nueve por ciento de las jornaleras embarazadas gozan de la incapacidad de ley y es común que antes o después del parto realicen trabajos que ponen en riesgo su salud o la de sus vástagos; ahí, a menos del uno por ciento de las madres les dan la hora de lactancia obligada. A ello se añade el hostigamiento sexual por parte de mayordomos y jefes, el acoso sexual de compañeros de trabajo o de las personas que habitan en los nuevos asentamientos urbanos.
La doble jornada, y la carencia de viviendas adecuadas, de guarderías o comedores colectivos, de prestaciones de ley y seguridad social, de servicios médicos o pensión por jubilación, dan idea de la importancia de Naxihi, que no sólo difunde los derechos, sino que asesora en la defensa de éstos capitalizando el hecho de que el equipo habla tres lenguas indígenas y español, fortaleza indiscutible que ninguna institución pública tiene: “se reprime la lengua. No hay intérpretes ni en las empresas ni en las instituciones, más bien hay burlas, abusos, engaños o marginación por no hablar español”. Racismo ancestral recreado en los modernísimos campos agrícolas de Baja California. Aprovechando un proyecto de CDI, las Naxihi abrieron la Casa de la Mujer, Ve’e naxihi, para prevenir y atender la violencia intrafamiliar e institucional que viven las mujeres y para promover su salud y sus derechos reproductivos. Con ese fin se han capacitado intensamente y han aprendido de mujeres indígenas de otras regiones que emprenden proyectos semejantes.
Hoy, Naxihi na xinxe na xhihi y Ve’e naxihi, expresan el impulso justiciero que nace de la indefensión, de la discriminación y los abusos. Las jornaleras de San Quintín han padecido eso y más, pues la violencia institucional y la intrafamiliar también se ensañan con ellas. Y es significativo el hecho de que sean precisamente ellas las que convoquen a las primeras marchas del primero de mayo y del 25 de noviembre en aquellos valles: la exigencia pública de los derechos laborales y de una vida libre de violencia tiene un rostro femenino. Si bien las injusticias siguen vigentes en los rentables campos agrícolas y en las nuevas colonias populares, este núcleo de mujeres valientes siembra y defiende la idea de una comunidad pluricultural y multiétnica incluyente, donde ser mujer, indígena y trabajadora signifique dignidad y ejercicio de derechos. El cambio social y familiar que van moldeando, articula distintas facetas del malestar femenino convertido en coraje y en propuesta. *Los testimonios incluidos en este artículo provienen de dos talleres de sistematización de la experiencia de Naxihi na xinxe na xihi y Ve’e naxihi, realizados en enero y febrero de 2012, bajo la coordinación de Gisela Espinosa y con la colaboración de Ana Carmen Luna Muñoz. |