26 de mayo de 2012     Número 56

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Búfalos en el Valle de Cimitarra


FOTOS: Archivo

Colombia

Armando Bartra

“Me daban miedo esos animalotes. Cuando llegaron los búfalos africanos y pidieron voluntarios para capacitarse en su manejo, yo de plano me fui a esconder”.

Álvaro Manzano es un hombre curado de espantos. En el interminable combate agrario sostenido por la Asociación Campesina de Valle del Río Cimitarra (ACVC), muchas veces su vida corrió peligro y ha visto caer a varios compañeros. Pero al principio esos animales negros de enormes cornamentas y casi tan altos como él, le daban cosa. Hoy dice que son mansitos, que tienen una mirada tierna, que los conquistas silbándoles alguna melodía y que dan más carne y mas leche que el ganado de por acá. Y es que los correosos campesinos colombianos de Antioquia y Santander son expertos en imponerse sobre la adversidad y en domar a bestias negras.

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La ACVC es resultado de una larga lucha. Un antecedente importante fue la gran marcha de 1981 encabezada por la Coordinadora Campesina y Popular, en la que participaron miles de personas de tres municipios con la exigencia de reconocimiento a sus territorios.

De 1982 a 1987 continúan las movilizaciones, infructuosas y con un saldo de decenas de muertos. En la década siguiente el paramilitarismo los obliga a replegarse, pero en 1996, 46 organizaciones comunales del Valle de Cimitarra, en los departamentos de Antioquia y Santander, una extensa región controlada por el ejército, plagada de paramilitares y explotada por el agronegocio, deciden salir en una nueva marcha y apersonarse con el presidente Ernesto Samper.

Tras 63 días de movilización y negociaciones acuerdan con el gobierno la delimitación en asamblea de un territorio campesino y la definición participativa de la inversión social necesaria para hacerlo viable. Emprenden, entonces, el trabajo de organización económica, recuperando las cooperativas de mercadeo que en los 80s había echado a andar la Coordinadora Campesina. Pero los paramilitares le prenden fuego a sus instalaciones. En 1998, después de una nueva marcha en que participan 11 mil, se forma la ACVC, que integra a 140 comunidades, además de grupos de mineros artesanales y organizaciones de mujeres.

Con base en la ley de 1994 y al decreto de 1996, y con el fin de contrarrestar el latifundio privado y conservar los recursos bióticos, se había creado en Colombia la figura de “reserva campesina”, que al igual que los resguardos indígenas y los territorios colectivos de comunidades negras, son tierras de usufructo común que no se pueden vender, ni hipotecar ni embargar.

Sobre esta base, la ACVC negocia y acuerda con el gobierno trabajar regionalmente en la conformación de una reserva campesina que divida el territorio en dos: una región montañosa que cuenta con grandes superficies arboladas, fuentes hídricas y profusión de flora y fauna queda como zona de conservación para que , como dicen ellos, “sus hijos sepan que en Colombia hubo bosques”; el resto está destinado a aprovechamientos productivos con base en un Plan de Desarrollo Integral, en cuya elaboración participaron alcaldes, representantes comunitario y la ACVC.

Para el año 2000 han culminado los trabajos técnicos y los pobladores organizados del Valle de Cimitarra crean la reserva campesina. El gobierno la reconoce en 2002, pero al año siguiente el presidente Álvaro Uribe suspende por decreto el reconocimiento. El gobierno de Juan Manuel Santos, que lo sucede, es tan derechista como el de Uribe, pero necesita disminuir la presión social, de modo que en 2011 se levanta la suspensión y la reserva impulsada por la ACVC es reconocida, por fin, junto con otras seis.

Ese año los de Cimitarra reciben también el Premio Nacional de Paz. El reconocimiento los toma por sorpresa, pero lo asumen como un compromiso para reflexionar sobre las causas de la violencia en Colombia y contribuir desde la sociedad a la solución de un conflicto interno que tan sólo en su región causó la muerte de decenas de campesinos, entre ellos tres dirigentes.

Las causas del mal están en la historia de Colombia. Un país de vertiginosos latifundios improductivos amparados en escrituras fraudulentas que perdieron valor por una ley de 1936, pero lo recuperaron por otra de 1994. Un país donde los grandes propietarios son dueños del 61 por ciento de la tierra, de la que sólo cultivan el nueve por ciento, mientras que los campesinos pequeños que disponen de menos del 15 por ciento de las tierras están a cargo del 45 por ciento del área cultivada. Un país donde el 70 por ciento de la población rural vive en la pobreza y de estos el 30 en la pobreza extrema. Un país donde en las dos últimas décadas alrededor de tres millones de campesinos unos mestizos, otros negros y otros indígenas, han sido despojados de unos cinco millones de hectáreas, de modo que si bien les va hoy trabajan a jornal en cultivos de exportación como la caña, la palma aceitera, el hule y la coca, o en la ganadería extensiva y la minería a cielo abierto. Un país donde hay dos millones de desplazados por la guerra. Un país donde por obra de paramilitares, guerrilla y ejército se contabilizan cerca 150 muertes al año y, por poner un ejemplo, durante el primer gobierno de Uribe fueron asesinados alrededor de 600 indígenas.

Pero Colombia es también un país donde los campesinos llevan más de un siglo luchando contra el despojo y el acaparamiento de tierras. Un país de fuertes marchas y movilizaciones rurales. Un país pluriétnico que es ejemplo de diálogo intercultural y de unidad entre campesinos mestizos, indígenas y negros como la que se da en el departamento del Cauca. Un país donde, pese a todo, los afrodescendientes y los pueblos de aquí originarios, entre resguardos indígenas y territorios colectivos de los negros, han logrado preservar su dominio sobre alrededor del 30 por ciento del territorio nacional, propiedades sociales a las que en los últimos años se han sumado seis reservas campesinas y ocho más están solicitando reconocimiento.

Un país donde la organización del Valle de Río Cimitarra está poniendo de manifiesto que el combate por el territorio y por la construcción productiva de una vida digna es algo complementario. Y su proyecto no es un experimento de probeta: la Reserva Campesina del Valle de Cimitarra tiene alrededor de medio millón de hectáreas y la ACVC agrupa a más de 25 mil socios, de los cuales unos son mestizos, otros negros y otros indígenas de diferentes etnias. En su mayoría gente desplazada por la expansión del latifundio y por guerra, que pese a su diversidad –o quizá gracias a ella– ha sabido unirse, primero en la lucha agraria y después en la gestión económica y social.

La ACVC es multiactiva, y diversificada la producción que impulsa. Los socios tienen cultivos de maíz, yuca y hortalizas que, junto con las aves, son básicamente de autoconsumo regional. Pero fomentan igualmente los huertos de plátano y de guayaba, cuya cosecha es para el mercado, y también plantaciones de caña que se procesa localmente en trapiches.

Uno de los proyectos más exitosos de la reserva campesina es la ganadería de doble propósito. Pero a diferencia de las explotaciones pecuarias privadas que trabajan con bovinos y, dado que lo que les sobra es tierra, son de carácter extensivo y predador, ellos se animaron a aclimatar búfalos africanos, que son propios de zonas pantanosas como las que hay en el Valle del Río Cimitarra. Ganado que pensaban manejar de manera intensiva y aprovechando tanto su carne como su leche.

Comenzaron con 60 cabezas y con la desconfianza de muchos, que dudaban de que el Sincerus caffer se pudiera adaptar a Colombia, o que, como Álvaro, le tenían miedo a esos monstruos negros y malencarados. Pero resultó que los búfalos se aclimataron muy pronto, que dan más leche y ganan kilos más rápido que los vacunos de la región, y que, pese a su pinta, son pacíficos y de buen carácter. Hoy tienen 600 cabezas y la ganadería va viento en popa.

Pero no basta con producir, mucha gente de la región vive en casas frágiles e insalubres, de modo que la ACVC impulsó un programa de vivienda digna. Y para redondear el proyecto se dan cursos de formación y capacitación.

–Entonces, ¿ya todo marcha bien en el Valle del Río Cimitarra?, le pregunto a don Álvaro.

–No todo –me dice–. Tenemos carencias y algunos problemillas. Uno grande es que dentro de la reserva campesina hay varios ganaderos privados extensivos (…)

Después de darle un reflexivo trago a la cerveza, el experimentado dirigente campesino concluye: “Pero lo tomamos con calma y hemos empezado a dialogar con ellos. Ahora la ley está de nuestra parte y lo último que queremos es que haya más muertos. No tenemos prisa. Es más, ya les regalamos algunos pies de cría de nuestros búfalos, para que mejoren sus hatos y hagan más sostenible su ganadería (…) No tenemos prisa”.