quel rubio de Albacete/ Vino madre y me miró/ ¡No lo puedo mirar yo!/ Aquel rubio de los trigos hijo de la verde aurora, alto, solo y sin amigos/ pisó mi calle a deshora/ La noche se tiñe y dora/ de un delicado fulgor/ ¡No lo puedo mirar yo!/ Aquel lindo de cintura/ sentí galán sin/ sembró por una noche obscura/ su amarillo jazminero/ tanto me quiere y lo quiero/ que mis ojos se llevó/ ¡No lo puedo mirar yo!/ Aquel joven de la Mancha/ vino, madre/ ¡no lo puedo mirar yo!
Poema inédito recién descubierto de Federico García Lorca dedicado al crítico de arte Juan Ramírez de Lucas y guardado en secreto 70 años cuando ambos viajaban hacia Córdoba, según los testimonios reflejados en un diario.
El poeta granadino lo escribió sobre la marcha en un recibo de la Academia Orad madrileña, donde estudiaba Ramírez de Lucas. Texto que develaría finalmente a quien iban dedicados sus Sonetos del amor oscuro. (Datos tomados de los reportajes del 10, 11, 12 y 13 de mayo de este año en el periódico El País.)
Poema que enlazo a otro aparecido hace años en nuestro periódico ¡Oh cama de hotel!/ ¡Oh dulce cama!/ Sábana de blancuras y rocío/ ¡Oh rumor de tu cuerpo con el mío! / Oh gruta de algodón, penumbra y llama/ Oh lirio doble que el amor enrama/ con tus muslos de lumbre y mardo frío/ ¡Oh barca vacilante, claro rojo!/ a veces ruiseñor y a veces rama./
Federico desde esa cama calienta la de todos los hoteles donde brilla la sexualidad a veces ruiseñor y a veces rama
. Las calienta con un rayo de luz musical y dibujo voluptuoso lleno de lágrimas
que abre, marca trazos y pinta la fuerza del espíritu, el ansioso engendrar de nuevos deseos idealizados sobre el lecho de amor de los rumores de los cuerpos. Deseos y ansias de ternura que fueron puertos en los que adivinaba la tristeza infinita del hombre que era la suya.
El poema de Federico recrea una tarde de verano a la hora del crepúsculo, y los amantes gimiendo entre seguiriyas, cañas, soleares y martinetes de cava vieja y una que otra saeta antigua. Esencia del alma, cante jondo y sortilegio de noche granadina prolongada hasta la madrugada. Vibración de una guitarra que no consiste en dejar que la pasión se derrame, sino en hacer brotar también la pena, el llanto, el grito, el ay ay ay de esa fuerza terrible que es la incompletud.
Toda la obra de Federico García Lorca es dramática: de Mariana Pineda a La casa de Bernarda Alba pasando por Romancero gitano y Poemas del cante jondo a Poeta en Nueva York y estos últimos poemas. La tesis dinámica es la misma. El no encuentro. Hace años lo escribió mi maestro Santiago Ramírez y lo discutíamos en un seminario del doctorado en la Facultad de Psicología de la UNAM.
“La fuerza creadora que no se realiza en el encuentro personal, tiene que fructificar en la forma: exuberante, fértil y plena. Allí todos los verbos se enlazan en el canto, sin pudor una nota llama a otra nota y se germina. Los personajes fríos se tornan cálidos. El no encuentro se hace fruto y la muerte vida. La distancia de sus personajes es presencia y cercanía en el poema La tristeza de sus héroes y amantes es alegría en el ritmo de las nanas. Sus figuras son secas y siniestras (como lo atestigua su fusilamiento cuando parecía encontrar el amor) pero su ritmo es esperanza, jugo y canto. Aquel rubio de Albacete vino, madre y me miro/ No lo puedo mirar yo…