omo decimos a veces que un hecho bochornoso de alguien nos produce pena ajena, así también hay ocasiones, afortunadamente, en que podemos decir que sentimos orgullo ajeno; en medio de una campaña política trascendental para México, en la que abundan las mentiras justificadas como publicidad y los golpes bajos y en la que estamos oyendo, ya con más frecuencia, de compra de votos y de conciencias, es reconfortante encontrar actitudes libres, valientes y lúcidas.
Orwell dijo alguna vez que libertad significa el derecho de decir a la gente lo que no quiere oír, en especial a los poderosos, agrego yo. Me parece que esa reflexión puede referirse tanto a los estudiantes de la Universidad Iberoamericana que reprocharon de viva voz y recordaron sus malas acciones históricas al candidato del PRI y de Televisa, cuando visitó su centro escolar, como a la entrevista que al mismo personaje hizo Carmen Aristegui, la inteligente periodista con más libertad, congruencia y valor personal que hay en México.
La periodista, cumpliendo su deber para con el público que la escucha día con día en su ágil programa, hizo preguntas sobre temas importantes, que disgustaron al entrevistado y a quienes lo patrocinan, al grado de que un día después del programa incómodo, pero agudo y oportuno, fue acusada, con gasto millonario en desplegados, de servir a intereses económicos personales del hombre más rico del mundo. Quienes oyeron la entrevista y estuvieron atentos a lo que en ella sucedió pueden estar de acuerdo o no con las respuestas, pero, si tienen probidad intelectual, deberán reconocer el valor y el profesionalismo de las preguntas.
Cada quien es responsable de sus palabras: el entrevistado de lo que dijo o dejó de decir y de la habilidad mucha o poca con que respondió; Carmen Aristegui, de las preguntas y comentarios que formuló. Esta última en mi opinión debe estar satisfecha de cómo llevó la entrevista, sin duda pensando en primer lugar en su audiencia, que requiere estar informada y saber de quienes aspiran a gobernarnos.
Si las respuestas sirvieron para conocer mejor a un candidato, cumplió la periodista con su objetivo, que es informar. Si las respuestas no gustaron, incomodaron al entrevistado y al poderoso grupo que quiere llevarlo a la Presidencia, es cosa de ellos y debieran tratar de revertir el efecto que las respuestas, en su opinión, produjeron en el público, con más cerebro y menos muestras de intransigencia.
El resultado del ataque injusto en contra de la entrevistadora fue contrario a lo buscado por quienes patrocinan al entrevistado: aumentó el prestigio bien ganado de Carmen Aristegui y mostró la solidaridad inmediata de quienes la estimamos y reconocemos en ella una líder de opinión comprometida con la verdad y con las causas justas que la convencen. Que tiene razón queda demostrado por la avalancha de despropósitos y de descalificaciones irracionales de los que han preferido una campaña política dirigida a los ojos y no a la inteligencia, y se asustan de enfrentar la realidad tal como es.
El caso de la Ibero tiene para mí una importancia especial. Aun cuando soy egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM y estudié la preparatoria en San Ildefonso, con la universidad de los jesuitas tengo fuertes lazos y buenos recuerdos; mi título tardío de maestro en derecho es de la Iberoamericana y en ella di clases 35 años.
Conozco el ideario de esa universidad; sé que no se trata, como otras universidades privadas, solamente de un gran negocio, que funda su trabajo en principios y valores y no es una escuela confesional; en ella hay libertad de conciencia y de cátedra, a pesar de su liga indudable con una orden religiosa tan prestigiada y activa en tantos acontecimientos históricos importantes como la Compañía de Jesús.
Los estudiantes de la Ibero no han sido ajenos a los movimientos sociales en México y, por la formación humanista que les transmite su alma mater, entienden y comparten convicciones y exigencias de una mejor y más justa convivencia social. No temen a la verdad, como dice su lema, y no eluden, como se vio, ser partícipes y no sólo testigos de lo que pasa en su comunidad.
Su actitud ante la visita del candidato priísta al campus es alentadora, demuestra que estamos ante generaciones de jóvenes mexicanos, no sólo en las escuelas públicas de educación superior, sino también en las privadas, que se comprometen y responsabilizan con el futuro de México.
Gritaron delante del candidato sus reclamos y exigencias, pero no se ocultaron en el anonimato de un tumulto; tuvieron el valor civil de asumir lo que dijeron y acreditar con su credencial en la mano que son estudiantes comprometidos y no acarreados como se intentó presentarlos.
Me siento orgulloso de la Ibero y también de que haya en México una periodista tan comprometida y valiente como Carmen Aristegui; la esperanza de un cambio de fondo está viva.