Economía
Ver día anteriorLunes 14 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Democracia por fuera y dentro
E

n la democracia suele pasar que lo de fuera se convierta en lo relevante y no lo de dentro; que lo que cuente sea el ritual, y si después no hay imputados las cosas se acomodan mejor para unos y peor para otros.

En la crisis económica centrada en Europa y Estados Unidos las expresiones externas de la democracia están cada vez más cuestionadas. Lo de dentro se hace más visible y se manifiesta socialmente.

Son ya varios los gobiernos que han caído como consecuencia de la crisis y, sobre todo, de las formas de gestión aplicadas para enfrentarla. Italia, Grecia, España y más recientemente Francia son una muestra. Otros están en condiciones frágiles y la acción social que los confronta es cada vez mayor.

Estos cambios, que quedan al nivel de los partidos que gobiernan, no garantizan que en un plazo razonable haya un quiebre sensible hacia la mejoría de la situación económica. Se requiere un ajuste profundo y de carácter sistémico para un reordenamiento de carácter funcional. El liderazgo político e intelectual para ello es hoy aún muy escaso. Queda la calle y la diversidad de las expresiones colectivas.

Las reacciones son muy distintas. El caso de Grecia aparece como una de las expresiones más notorias, con la disfuncionalidad total del ejercicio de gobierno y la radicalización a los extremos del abanico político: a la derecha y la izquierda.

Aquí se abre una cuestión de relevancia que atañe a la posibilidad efectiva de que Europa atienda las repercusiones de la crisis a partir de los arreglos de integración amparados por los acuerdos de la Unión. El liderazgo alemán, anclado en su fuerza económica no ha sido suficiente y, al contrario, resulta disruptivo. Así que se abre la puerta para que Grecia salga de la zona del euro y se las arregle sola; al fin, se dice que el resto se ha preparado para asumir los efectos adversos de tal salida.

En España, el gobierno se ampara en la necesidad de arreglar a ultranza el déficit fiscal, somete a la sociedad a severos y muy desiguales ajustes. Chocan crecientemente con las demandas de la gente, organizada en sindicatos o respondiendo de modo más espontáneo como el movimiento del 15M.

La reciente intervención con más de 4.5 mil millones de euros del erario para nacionalizar Bankia, el tercer grupo financiero más grande de ese país, pone en evidencia la disparidad del costo del ajuste. Ese monto equivale al recorte que se ha hecho hasta ahora en el gasto para la educación. El Estado español ha avalado ya recursos por más de 82 mil millones de euros en el carcomido sector financiero.

Hay un debate abierto de par en par sobre la austeridad y el crecimiento. Ahí se ha forzado la atención pública de los efectos de la crisis. Pero eso es totalmente insuficiente y hasta tramposo. Las condiciones se remiten a un terreno que va más allá de lo que compete a la política económica, donde intentan ponerlo los políticos a escala nacional y los burócratas europeos. Detrás está el debate esencial y recurrente en la historia del capitalismo entre el Estado y el mercado y las formas de la regulación social. Ese es el ámbito de relevancia que se manifiesta ahora en términos globales.

Cuando el Estado copa espacios de acumulación susceptibles al capital privado se provoca un movimiento –que ha tendido a ser extremo– hacia la liberalización y el predominio de las fuerzas del mercado. La década de 1980 fue ejemplar en todas partes. En periodos de crisis no queda otra que la mayor injerencia del Estado como se advierte no sólo en los países más ricos y, también en los demás. El capital es el primero en exigirla.

Al final, el Estado es el único que puede imponer algunas formas, muy diversas en sus contenidos, por cierto, para regular el sistema y hasta para marcar su evolución. Estado y mercado compiten y, de tal forma, a veces se complementan y otras entran en abierta contradicción para imponer alguna funcionalidad más o menos duradera. En el ciclo y también de manera secular, se crean fuerzas de inserción y exclusión social. La evolución provoca, y está marcada a su vez, por la dinámica política, los conflictos, la manera de superarlos y se manifiesta en los periodos de estabilidad, expansión y crisis.

Las formas externas de la democracia son necesarias, pero sus contenidos, es decir, lo de dentro no puede eludirse indefinidamente. En ese momento estamos ahora en México a punto de ir a las urnas a votar. El impulso a la reproducción de un sistema político y económico ineficaz y sostenido en una estabilidad improductiva que genera cada vez más conflictos, está echado a andar con ímpetu.

De modo externo la democracia está administrada, aunque cada vez hace más agua en sus expresiones institucionales. El debate de la semana pasada lo exhibió así por lo que hace a un IFE en honda descomposición. Este asunto no debería trivializarse en la imagen de una edecán voluptuosa. Pero ahí están las posiciones de quienes quieren y pueden gobernar. Lo de dentro no puede esconderse desde el poder y tampoco eludirse desde una ciudadanía que elige y exige.