i nos atenemos a lo dicho por el diputado Ramírez Marín, subcoordinador de la campaña de Peña Nieto, lo único que le queda a los partidos políticos y al Consejo General del IFE es pedirle disculpas a Ricardo Salinas Pliego por el atrevimiento de citar al debate a la misma hora que se transmitirá el juego Tigres-Monarcas. Las televisoras están en toda la posibilidad de hacer lo que mejor a ellas les parezca
, le dijo a La Jornada, antes de rematar con esta frase liberadora: Exigirle a la gente que vea el debate a fuerzas es una actitud propia de regímenes autoritarios
. Pero nadie, que se sepa, pretende violar la ley o imponerle a ciudadano alguno la obligación de observar la confrontación, pues la interrogante es más bien si los medios, en este caso Televisión Azteca, tienen interés motu proprio en darle difusión al acto estelar de la campaña electoral, atendiendo a una supuesta responsabilidad democrática
o si la Secretaria de Gobernación, atendiendo a la importancia del tema, podría actuar con autoridad legal para buscar una mejor solución que no implicara la cadena nacional al estilo de la antigua hora nacional. Al final de cuentas, la reflexión pasa por el significado que se le otorgue al debate como pieza central de la competencia electoral democrática. Sin irnos hasta las calendas griegas, un poco de memoria no viene mal.
Hace 12 años, el señor Salinas Pliego tenía una opinión muy diferente sobre la importancia de los debates en la campaña presidencial. Durante la atropellada reunión sostenida por los tres candidatos –Fox, Labastida y Cárdenas– para fijar los pormenores del siguiente debate a tres
, el guanajuatense exigió, contra toda lógica, que la discusión se realizara en caliente ese mismo día sin contar con los buenos oficios de la Cámara Nacional de la Radio y la Televisión que ya estaba en el asunto. Para darle credibilidad al golpe de sorpresa, Fox llevaba, como un as en la manga, la carta donde los directivos de canal 13 ofrecían sus estudios ese mismo día e incluso adelantaban el nombre de los posibles moderadores: Lili Téllez y Pablo Latapí. Salinas Pliego daba así el primer golpe en la ruda competencia por los favores políticos donde Televisa, como siempre, llevaba la ventaja. Naturalmente Cárdenas y Labastida se negaron al capricho foxista en vivo y en directo, pero no tuvieron éxito. Fox, que iba preparado para hacer el número, se empecinó y sin oír razones hizo célebre el ¡hoy, hoy!, que desde entonces equipara la necedad y las ocurrencias con la inteligencia publicitaria (mucho dinero, escasas ideas y saturación mediática) que rige las modernas
campañas. (Si el lector desea refrescar la memoria o conocer los detalles del incidente no deje de ver el documental El ingeniero, donde se reproduce en su integridad.)
En el año 2000, aparte de las motivaciones empresariales, sin duda canal 13 tenía otro interés en impulsar la candidatura de Vicente Fox que ya para entonces se consolidaba como el hombre a seguir, el favorito de los poderes fácticos
en medio de una desangelada campaña de sus adversarios que no lograba alzar el vuelo. Fox se identificaba con la cúpula empresarial en la ideología antipolítica
que en el pasado no había impedido la complicidad con el régimen por parte de los dueños del capital, pero que ahora, al calor de los cambios en la escena global, exigía como prueba de fuego de la viabilidad democrática la alternancia, el fin de la era del PRI que también se desfondaba desde adentro
. En esas condiciones, el debate era más que necesario para desgastar al candidato del PRI que, en efecto, era el adversario a vencer. La presencia de Fox en los medios fue decisiva para su victoria. Éstos reafirmaron su papel estratégico en las campañas, pero también salieron fortalecidos como sujetos
capaces de influir o construir la agenda nacional. La ley Televisa, expedida por Fox, pondría los pilotes de esa anómala pero creciente subordinación de la política, el Estado, a los medios.
Sin embargo, la reforma de 2007-2008 vino a trastocar el gran negocio. Puso un dique a la compra de espacios por los particulares y reglamentó el uso de los tiempos oficiales a disposición de los partidos, lo cual fue de inmediato rechazado y recurrido ante los tribunales por diversos actores, entre ellos los medios afectados. La resistencia de Tv Azteca al IFE es proverbial y ya tiene una larga historia, así que no hay nada nuevo en la sorna de Salinas Pliego, pues no solamente agrede a los valores o principios de la democracia, ya de por sí traqueteados con debates o sin ellos, sino que tiene como objetivo poner en ridículo al IFE en cuanto institución del Estado, demeritarla casi como lo harían en Estados Unidos los libertarios
del Tea Party en su infinita desconfianza hacia todo aquello que no sirva directamente al sueño empresarial.
Pero, además, hoy, las cosas son distintas en una cuestión clave: el puntero no quiere exponerse a un tropezón y sólo acepta los debates marcados por la ley (¡que no obliga a las televisoras a difundirlos!). Sabe cuánto se juega en ellos y no quiere correr riesgos, de modo que la transmisión parcial del primero el próximo domingo no le preocupa vitalmente. Eso lo sabe todo el mundo, incluyendo Salinas Pliego, que se divierte picando a la clase política
y a la competencia televisiva con el rating del futbol. El negocio crece; la telebancada vigila.