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Piezas de Carrington, Felguérez y Toledo, entre otros, alivian el cansancio del transeúnte

Bancas que se intenta sean obras de arte ornan las calles del Centro Histórico

Una docena está en el primer cuadro de la ciudad; otras permanecen en Paseo de la Reforma

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Ya no hay lugar, de Leonora Carrington, se ubica a espaldas de la Catedral MetropolitanaFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Lunes 30 de abril de 2012, p. 9

Una valiosa escultura de Leonora Carrington está en la calle, a espaldas de la Catedral Metropolitana, en la calle Guatemala. Sin embargo, la gente va y viene sin detenerse a observarla. Seis rostros de magos juegan a ser banca: un truco de mobiliario urbano o surrealismo.

En el Centro Histórico se hallan esculturas-arte-objeto creadas por artistas, diseñadores y arquitectos que en conjunto integran Diálogo de bancas.

Dispersas por el primer cuadro de la ciudad, anónimas, de formas inusuales, se fusionan con el paisaje urbano, invitan a descansar, a tomarse unos minutos para observarlas, para integrarse con el entorno.

Otras piezas de la colección aún permanecen sobre Paseo de la Reforma, donde se ubicó originalmente el grupo compuesto por 71 bancas en 2006. De ellas, se quedará una treintena de forma permanente, por su gran tamaño; una docena se trasladó a diversos puntos del Centro Histórico, y otras más se encuentran en restauración, informa Inti Muñoz, director del Fideicomiso del Centro Histórico.

La banca de Carrington, titulada Ya no hay lugar, recibe a una pareja que comparte besos, mientras le caen los rayos de sol y el ajetreo citadino se da un respiro. Las figuras misteriosas de bronce se convierten en guardaespaldas encapuchados, voyeurs metálicos.

A unos metros sobre la misma calle, una mujer come una ensalada, cuyas hojas se parecen a las que dan forma a la banca donde reposa y desde donde observa los detalles de la casona barroca que es el Centro Cultural de España.

Durante el día, los transeúntes pasan de largo, sin prestar atención, sin detenerse a mirar o a tomar asiento.

Algunas bancas se encuentran en zonas donde el paso masivo es obligatorio, como en el Portal de Mercaderes, frente al Zócalo. Hombres de traje y señoras de compras se sientan en cuanto se desocupa un lugar en alguna de las tres bancas puntiagudas, triangulares y grabadas.

Igual sucede en la calle Brasil: cuatro asientos unidos y encontrados, son utilizados por paseantes para esperar el Turibús, mientras enfrente una mujer hace una limpia con hierbas e incienso.

En cambio, otras bancas se revelan entre el deambular de los paseantes: un pájaro invita a montar su ala, en el callejón de La Condesa, a espaldas del Banco de México. Muchos caminantes no resisten y con cierto respeto se acercan, toman asiento brevemente para tomarse una foto y siguen su camino. Una madre alisa el cabello de sus dos hijas, las acomoda y las retrata sonrientes.

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Una banca de asientos encontrados recibe a parejas que innovan en el arte del beso

En la plaza Tolsá una escultura dorada de formas curvas recibe a una joven que lee, mientras otros dos miran ensimismados la cascarita que se desarrolla con Carlos IV, El Caballito, como árbitro.

Hay rincones de la ciudad con visitantes recurrentes en busca de diversión, como en las calles San Jerónimo y el andador peatonal de Regina. Las esculturas han sido tomadas por quienes buscan esparcimiento en restaurantes o bares.

Sobre la panza cóncava del Hipopótamo dominguero, de Kioto Ota, yace cómodo un joven; en la contraparte del voluminoso animal, su amiga, con quien conversa. A unos pasos, sobre la calle San Jerónimo, a espaldas de la Universidad del Claustro de Sor Juana, unas palmas se extienden. Siéntate en mis manos, pareciera decir la obra de Pedro Friedeberg a los transeúntes.

En Regina se vive una doble vida. De día, una silla roja de respaldo coralino se convierte en sede del club de tejido de las señoras de la dicha tercera edad, quienes intercambian puntos y reveses. Por las noches, la misma banca, recibe a jóvenes efusivos. Tres amigas se sientan en una silla que remite al art nouveau; en cambio, otra banca, una doble de asientos encontrados, recibe a parejas que innovan en la práctica del beso.

Cuando el sol desciende, el arte urbano llama a admirar las formas y a tomar fotografías. pero en su función de mobiliario, sólo invita a descansar. Algunos van más allá en la forma de vivir las esculturas: montarse, recostarse, hacer de ellas un recuerdo de charlas con amigos o incluso una apropiación amorosa, en la invención de un bancasutra.

Manuel Felguérez, Vicente Rojo, Teodoro González de León y Francisco Toledo son algunos de los creadores de las 71 piezas, de las cuales el Fideicomiso del Centro Histórico adquirió 56 en 2009.

Sin embargo, la docena de bancas en el corazón de la ciudad no poseen placas que indiquen autor y nombre. Sólo es posible ubicarlas por la originalidad del diseño. Para el caminante, deseoso de recorrer la ciudad, puede ser una invitación a convertirse en aventurero descubridor de piezas de arte que juegan a ser asientos.