i supiera cómo escribir un artículo, no me encontraría en el dilema que plantea escribir cualquier artículo, pero en especial un artículo sobre cómo escribir un artículo, y todavía menos cuando el aprieto tiene lugar en el terrible momento en el que enfrento el plazo de entregar al periódico el artículo quincenal que le he venido entregando, sin interrupción, y con puntualidad, durante los pasados 18 años y cinco meses, acontecimiento (obsesión) que hoy, por primera vez, habría tenido que interrumpir de no haber sido porque de pronto me posesionó la inspiración redentora de escribir mi artículo sobre cómo escribir un artículo, recurso, por otra parte, del que han echado mano incluso los clásicos. O recordar, de Lope de Vega, Un soneto me manda hacer Violante...
Sea como sea, lo primero que hay que hacer es acomodarse. Y con esto quiero decir acoplarse, no sólo en cuerpo, sino, muy en particular, en espíritu, a la idea de que te encuentras en el trance específico de escribir un artículo, es decir, una comunicación de tales características, que potencialmente sea capaz de interesar a todo y cualquier lector que llegue a toparse con él.
Acoplarme a esta situación para mí implica una armonía total de cuanto interviene en la acción de escribir un artículo, desde encontrarme cómoda mientras lo escribo, hasta saber, con genuina certidumbre, que mientras lo escribo soy fiel a todos mis principios, y todos mis principios
pueden concentrarse en dos, encontrar una verdad personal, por mínima que sea pero siempre que sea personal, y exponerla de la manera más adecuada que se te presente, de modo que a través de ella logres la intención que busques despertar en el lector con ese artículo determinado.
Es claro que con el presente artículo, yo tengo la intención de lograr que el lector se entere de cómo escribir un artículo. (Enterarse no es lo mismo que aprender.) Es decir, una vez que me encontré cómoda con el tema de cómo escribir un artículo o, lo que es lo mismo, una vez que supe en cuerpo y en espíritu que el tema universal de cómo escribir un artículo era una verdad personal que ahora yo había encontrado, y lo supe, pues cuando esta verdad personal me posesionó se armonizó mi interior y mi exterior, y mi interior con mi exterior, no me quedaba más que exponerla de la manera que más adecuadamente consiguiera que el lector se enterara de cómo escribir un artículo.
Antes de dar en esta para mí nueva ocasión, con este para el mundo viejo tema, consideré otros temas, y no me limité a considerarlos, sino que de hecho intenté abordarlos todos a medida que se me iban ocurriendo. Pero uno tras otro, mis intentos fueron fallando, y en cada uno de ellos simultáneamente fueron saltando los indicios que me hacían ver que se trataba de intentos que habrían de fallar, al menos, en esta ocasión. Entre los indicios que digo, puedo destacar el de la incomodidad en la que me encontraba mientras consideraba los temas que digo y empezaba a abordarlos. No diré que no se trataba de verdades personales que yo no hubiera encontrado, pero sí que la manera en que empezaba a exponerlas no era la adecuada para alcanzar ninguna intención, quizá porque no me posesionaba ninguna intención en particular, y quizá precisamente esto, la carencia de intención, explicaba la incomodidad en la que me encontraba y que no conseguía superar.
Al disponerme a escribir un artículo, la marca que me indica que estoy en poder de una intención surge cuando de entrada doy con el título del artículo que pretendo escribir. Podría afirmar, Si tengo título, tengo artículo, conclusión que no podría alcanzar al decir, Si tengo tema, tengo artículo, ya que sólo una vez que un título determinado (adecuado) toma posesión de mí, sé que el artículo se escribirá, quizá porque un título adecuado equivale a la mano que me rescata del ahogo en el que me combato ante la proximidad del plazo de entregar un artículo del que no tengo sino las trizas de los intentos de escribirlo que resultaron de intentos fallidos.
Si a lo largo de los años la experiencia me ha demostrado que soy capaz de escribir un artículo, a la hora de disponerme a escribirlo nada me ha asegurado nunca que supiera, o hubiera aprendido, cómo hacerlo. Así que aquí me detengo, pues, también aquí, lo más adecuado me parece permitir que lo que me posesione ahora sea el silencio.