a democracia ha ido cambiando sus formas en la era de la globalidad. ¿Avance o retroceso? Esta cuestión amerita un hondo debate. Aquí también el mercado adquiere una visibilidad cada vez más grande, una penetración invasiva que se suma a las repercusiones que tiene en la vida cotidiana de la gente. Una especie de Golem ante el que hay que someterse, so pena de enfrentar graves consecuencias personales y sociales.
Entre las manifestaciones de los procesos democráticos están las elecciones, momento culminante en el que se refrenda o se cambia un gobierno y se expresa –de alguna manera, y las hay muchas– la voluntad de los ciudadanos.
No es evidente que en el periodo de las campañas políticas en el que se va preparando el voto, e induciéndolo también como sucede con el excesivo gasto de los candidatos (Estados Unidos y México son dos muestras fehacientes), o que incluso a la hora de asistir a las casillas haya un comportamiento claramente explicable, científico querrían algunos, de las decisiones de los votantes. No es sencillo atribuir las preferencias ideológicas de un segmento amplio de la población que vota, tampoco de la que se abstiene.
Esto ocurre hoy, sobre todo, en un entorno de fuertes repercusiones de la crisis económica como en el caso de Europa. El cambio de gobierno en España se ha tratado de modo consistente como una reacción contra los efectos de la crisis del empleo y el ingreso de la población. No es claro el componente de filiación política, si es que lo hay, de algún modo que sea determinante en el acceso al poder del Partido Popular. Los socialistas lo perdieron.
Otra cosa es que una vez materializado el cambio de gobierno, los electores estén satisfechos y se mantengan así. Y, al parecer, el estado de insatisfacción es más duradero sea de un lado o del otro. Los vaivenes políticos están estrechamente asociados con las condiciones económicas reinantes, mismas que, por cierto, se supeditan en ese caso cada vez más a las instituciones regionales de la Unión Europea.
Las cuestiones relativas al gobierno se ciñen a consideraciones técnicas y queda en un segundo plano la situación de vida de la población; el bienestar se vuelve un elemento derivado y no un objetivo central de los asuntos públicos. Sacrificios es lo que se demanda. Una vez pasada la euforia de un bienestar creciente sustentado en la deuda, no queda más que pagar. Todo esto, sea en el auge o la crisis entraña mucha desigualdad. Pero sucede en un entorno definido democráticamente.
Esta crisis ya le costó la cabeza a varios gobiernos, además de España en Irlanda, Portugal, Grecia e Italia. En los dos últimos, sin considerarse siquiera necesario tener elecciones, sino imponiendo aparatos de gestión muy proclives a ejecutar los ajustes económicos que se consideran necesarios para recrear la estabilidad y el crecimiento de las economías europeas. Francia está hoy en la línea.
Alemania ha encabezado este proceso y Angela Merkel es la líder. El lenguaje y las maneras de la democracia se amoldan a determinadas concepciones e intereses ante las que los ciudadanos sólo pueden reaccionar mediante su voto, pero con un horizonte temporal cada vez más corto.
La globalización se somete a fuertes contradicciones económicas y políticas. Se intenta a toda costa preservarla en el terreno económico y financiero y se constriñe en el ámbito social que se había impuesto a escala nacional y regional: jornadas laborales, jubilaciones y pensiones, derechos sindicales, acceso a la salud y la educación, o bien, la libertad de movimiento de las personas y se tiende a una creciente xenofobia.
En Estados Unidos la administración del presidente Obama está muy cuestionada por los efectos de la crisis en el empleo, el uso masivo de recursos para salvaguardar la estructura financiera y la incapacidad de aplicar reformas efectivas que eliminen el riesgo de que bancos y otras empresas del sector sean demasiado grandes para quebrar. Además, se añade la corrosión de lo que se advierte allá como el respeto público por las instituciones de gobierno desde la Casa Blanca al Congreso y el Poder Judicial. En noviembre se hará el ejercicio democrático en el país que inspiró a Alexis de Tocqueville.
La democracia en México es ciertamente cuestionable más y no menos luego de que se creara el IFE. Esto ocurre sobre todo cuando la autoridad electoral reconoce abiertamente sus grandes limitaciones para aplicar la ley y contener los excesos de las autoridades de gobierno y los partidos políticos. Este no es sino un secreto a voces. Así es muy complicado, por decir lo menos, modificar el régimen del poder con todos sus vericuetos, es decir, el que realmente existe.
Las campañas empezaron y no se advierte hasta ahora más que un entorno soso. ¿Cambiará? Sería de esperarse, para ir más allá de las declaraciones y dichos más trillados e inconsecuentes, de las acusaciones sobre hechos y practicas bien sabidos. Algo de interés no le vendría mal al público porque como vamos hasta ahora el respetable no obtiene nada a cambio de su voto. Interés es aquí el antónimo de la misma aburrición. Faltan un par de meses para ir a votar, ¿habrá algún contenido que los candidatos tengan reservado? Si es así, ya es tiempo de mostrarlo. Si no, ahorremos una lana.