a obra gráfica de Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) comprende cinco series: Los desastres de la guerra, La tauromaquia, Los disparates o proverbios, Los toros de Burdeos y la más antigua y estudiada, Los caprichos, que consta de 80 planchas realizadas a partir de 113 dibujos preparatorios, que el artista comenzó en 1796 y cuya primera edición se hizo en 1799, que se expone en el Museo Nacional de San Carlos (avenida Puente de Alvarado 50, colonia Tabacalera).
En esta serie, la sátira realista, crítica social y vicios humanos dan forma al trazo de ácidas fisonomías bestiales que estigmatizan los prejuicios, imposturas, supersticiones e hipocresías consagradas en el siglo XVIII (La Jornada, 17/4/12).
Don Xavier Salas en su espléndido libro Goya, escribe “que en la retratística oficial de reyes, primeros ministros y grandes personajes, Goya supo ofrecer la grandilocuencia de la pose hagiográfica, pero sin renunciar al mismo tiempo a reflejar crudamente la mediocridad obtusa de aquel mundo que no sabía expresar ideales. Con las dos Majas, muchachas españolas corrientes, plenas de la florida sensualidad popular, Goya llega incluso más lejos, hasta desafiar las iras del Santo Oficio, Y, sin embargo, es difícil encontrar en estos dos mórbidos retratos de mujer, aquel cruel realismo con que intenta, en cambio, condenar a la sociedad madrileña elegante en algunos retratos oficiales y, más aún, crucificar los prejuicios políticos y religiosos, como hizo en los Caprichos, los Proverbios, los Sueños”.
Prosigue don Xavier, gran estudioso de la vida y obra de Goya, que el pintor ensayó con una libertad sin precedente, todas las posibilidades de la pintura y del grabado, respecto del cual –y con sólidas razones– se le ha comparado con Rembrandt. Añádanse las aguatintas y los temples rojos o brunos, la sanguina, el lápiz negro y la tinta china que, como el gran maestro holandés, distribuía a punta de pincel y no con pluma.
Pasará así del testimonio doloroso de los desastres de la guerra a las pinceladas de la Quinta del Sordo, hasta llegar a la técnica revolucionaria de las miniaturas sobre marfil y las litografías de Los toros de Burdeos.
El grabado más emblemático de Los caprichos –y posiblemente de toda la obra gráfica goyesca– es “el sueño de la razón produce monstruos” (La Jornada, 17/4/12).
Desde su primer dibujo preparatorio, de 1797 (titulado en el margen superior como sueño 1º), se representaba el propio autor soñando en una visión de pesadilla: su propia cara repetida junto a cascos de caballos, cabezas fantasmales y murciélagos.
Tal vez Goya vislumbró con profética mirada el eterno retorno nietzscheano y el instinto de muerte freudiano plasmándolo, con magistral pincel, en esas terribles escenas que huelen a sangre y muerte y que dan cuenta de trágica desolación.
Escalofriantes imágenes penetradas del silencio de la muerte que se desplaza silenciosa, fantasmal, enmascarada e incorpórea. El dibujo para el aguafuerte que inicio la serie de los sueños y representa al pintor dormido en su mesa de trabajo rodeado por monstruos creados por la fantasía. A la que añadió la siguiente frase al aguatinta: La imaginación cuando es abandonada por la razón crea monstruos que unidos a ella se convierten el madre de la artes y fuentes de las maravillas
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Pareciera que Goya pintó en futuro anterior
dando cuenta con ello de la inelaborable barbarie humana, del instinto de muerte enunciado por Freud casi un siglo después. El hombre es, como en el pasado, miserable, ruin y sanguinario. ¿De qué sirve la civilización? Goya desde sus sueños sabía que no servía para detener la necesidad omnipotente del hombre más allá de las justificaciones.
Como forma paradójica de encontrar el equilibrio síquico, la autonomía, frente a un mundo de monstruos terriblemente violento, Goya da una vuelta por el interior a la imaginación, sueños y sensaciones, pese al temor o temores que fueron una revelación con otra carne, piel, instintos, deseos y manera de tocar la tela y ver el mundo con el abandono como norma, y la trivia como inspiración que se apoya en los grandes recuerdos que viven unidos en furiosa cachondería, en identificación con la muerte y comunión con el misterio.
Su pintar fue desdoblamiento, desgarrón sicológico, cercanía permanente con la sexualidad y la muerte, vivencia en las sombras, maldita y temida por ignorada, que surge de dentro, desde donde se transmiten la variedad de sentimientos hijos de la calentura interiorizada y transmisora, para que se perciba su magnetismo, que no surge, se da, pero que cuando se da fija, ubica y define una ansia de ser divorciada del mundo exterior, con el que choca brutalmente, porque es un pintar trágico; juego con la vida y la muerte y lo desconocido.
Magia como pensamiento de eternidad, como la más hermosa y terrible visión sobre la Tierra. Pintar demoniaco y quizá por eso al demonio lo represente con cuernos asesinos, como visión exterior y percepción de la muerte.
Espíritu soñador de mujeres y muerte que fue vida, sentir de huecos y dolor de estómago, acompañados de vacíos de principio a fin; pena expresada como coro de voces.
Saber de toda la vida, que el amor es magia y que la magia es muerte; tocar sin tocar, pasión interna; paciencia infinita para esperar el ardor de la sangre en tiempos circulares, seguidos y sin prisa, espacio de un extraño instinto que tiene la elegancia suprema de la naturalidad; forma íntima de búsqueda y holganza, mira adentro sosegadamente y gradúa el tono de la hormona en calma; simplicidad que es perpetuidad de lo alígero, vivencias de invasión sensitiva, sonidos que se vuelven tacto y pálpito.