mall is beautiful. La primera edición del Festival Internacional de Cine de la Riviera Maya ha demostrado holgadamente que no es necesario disponer de una infraestructura aparatosa ni de una interminable alfombra roja para brindar un cine-festival de calidad indiscutible. Basta un concepto original y una organización cálida y eficiente para resolver o neutralizar los problemas de logística propios de las actividades de esta naturaleza. Si a esto se añade una particular exigencia en la selección de cintas, la que por años ha demostrado tener Michel Lipkes –programador de este certamen, como también lo fuera del FICCCO (Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México), durante su breve y muy prolífica existencia–, el acierto es elocuente.
A lo que apuesta el festival caribeño es, en esencia, a promover un cine de autor y a limitar, en lo posible, las concesiones que otros de mayor talla se ven obligados a hacer a la industria del espectáculo y el entretenimiento, y que por lo general conducen a híbridos muy desangelados de expo-festivales con pasarela de estrellas que terminan arrinconando a un cine de autor sin salidas mayores en la cartelera comercial.
Si a estas alturas resulta bastante vana toda discusión sobre la naturaleza y actualidad del concepto cine de autor acuñado en Francia hace más de medio siglo, no lo es tanto cuando se opone la muy personal búsqueda artística de jóvenes cineastas al adocenamiento y las rutinas de profesionales del oficio fílmico obsesionados por exprimir al máximo las fórmulas probadas de entretenimiento masivo, sacrificando en el intento su posible originalidad creadora. Este afán por buscar a todo precio un producto audiovisual entretenido y ágil genera una gran desconfianza frente a toda expresión fílmica que no comulgue con el dogma de la eficacia rentable. Un equivalente de este afán en el cine actual sería el alto rating televisivo; uno más, en la industria editorial, la masificación del bestseller; otro, más concluyente aún, la religión paralela de las estrategias mercadotécnicas de la autoayuda.
Ante esta trivialización mediática de la cultura, el cine de autor propone una revaloración del trabajo intelectual y artístico de directores, camarógrafos y guionistas, cada uno de ellos dueño de una expresión personal que de una película a otra termina configurando un estilo hasta cierto punto intransferible. Los festivales de cine que apoyan esta expresión personal, y le reconocen en su programación un sitio privilegiado, son trincheras inesperadas de una resistencia cultural hoy más que nunca indispensable.
Siempre habrá mercaderes de la imagen, como siempre ha habido de la pluma, pero es estimulante ver que en las condiciones más adversas se abren camino propuestas tan interesantes y arriesgadas como las de un festival pequeño que aprovecha los beneficios de su infraestructura y los apoyos institucionales para apostarle a un cine diferente. Un cine que rescata y presenta a las audiencias locales una programación con secciones bien estructuradas: una plataforma mexicana con cintas, entre ficción y documentales, muy representativas de la creación independiente surgida de nuestras escuelas de cine; un panorama autoral con una veintena de películas de cineastas notables (Philippe Garrel, Kim Ki-duk, Nicolás Lotz, Monte Hellman, Bertrand Bonello, Hong Sang-soo y Philippe Ramos, entre otros); una sección gran público que a su vez propone cintas de calidad reconociendo de entrada la madurez intelectual de sus espectadores (entre los cineastas propuestos: Takeshi Miike, Goro Miyazaki, Bouli Lanners, Julio Medem, Michael Winterbottom, Cédric Kahn e Hirokazu Kore-eda), secciones de estímulo a los trabajos en preparación de creadores nacionales (Rivieralab y Work in progress), y una serie de galas y funciones Planetarium, que lo mismo rescatan la película del disidente político iraní Jafar Panahi, Esto no es una película o la más reciente exploración documental de Werner Herzog, Hacia el abismo.
Lo dicho: contrariamente a la dinámica caótica y superficial de los expo-festivales, el concepto de un cine de autor con inesperada residencia en la Riviera Maya se aleja del imperativo de convertir a un certamen fílmico en una caja de resonancia de las carteleras comerciales, para reconocerle al quehacer cinematográfico su irrenunciable naturaleza de fenómeno cultural.