esulta complicado evaluar lo que ha pasado en este principio de siglo en Afganistán e Irak. Son países con una historia de regímenes autoritarios e intervenciones extranjeras. No existe una varita mágica que pueda transformarlos en democracias de corte occidental.
¿Qué hizo que Estados Unidos y sus aliados occidentales invadieran y ocuparan Afganistán en 2001 e Irak en 2003? Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 explican y hasta justifican el primer caso. Así lo consideró el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En el segundo caso, sin embargo, se recurrió al uso de la fuerza de manera ilegal y en contra del derecho internacional.
Diez años antes Estados Unidos y sus aliados sacaron a Saddam Hussein de Kuwait en una acción bélica rápida y eficaz que fue autorizada por la ONU. Los aliados incluyeron a no pocos países árabes que sufragaron buena parte del costo de la guerra. El presidente George Bush (padre) fue el artífice de ese éxito militar y político. No obstante, algunos neoconservadores estadunidenses lo criticaron por no haber derrocado al régimen de Hussein y ejercer un control sobre su petróleo.
Alentado por esos mismos neoconservadores (léase Cheney y Rumsfeld), en 2003 el presidente George Bush (hijo) se embarcó en una aventura que apenas acaba de terminar. Justificó su invasión de Irak con pruebas (que resultaron espurias) de que Hussein tenía armas de destrucción en masa (químicas y nucleares). Convenció al primer ministro británico y al presidente del gobierno español de que lo acompañaran en esa invasión. Pero otros países europeos, incluyendo a Alemania y Francia, no se dejaron engañar. Como tampoco lo hicieron los países árabes. Ahora el costo recayó principalmente en Washington.
Antes de llegar a la Casa Blanca, Barack Obama su opuso a la invasión de Irak y prometió retirar las fuerzas estadunidenses en un plazo relativamente corto. Como candidato también dijo que reduciría las tropas en Afganistán. Como presidente tardó en salirse de Irak y en Afganistán se engolosinó con la idea de ir más allá de eliminar a Osama Bin Laden, debilitar a Al Qaeda y machucar a los talibanes, al creer que quizás se pudiera promover una transformación social y crear un futuro más promisorio para sus habitantes, sobre todo las mujeres y niñas.
¿Qué nos lleva a pensar que una invasión puede redundar en beneficio de los invadidos? La resistencia al invasor es una característica humana. Desde luego que en Irak la ocupación trajo el fin del régimen de Hussein, acontecimiento que contó con el aplauso de una mayoría, pero las fuerzas de ocupación muy pronto se granjearon el odio de la población. La mayoría chiíta está en el poder, los sunitas ahora se sienten perseguidos y los kurdos quizás sean los que hayan sacado el mayor provecho.
En Afganistán, la ocupación trajo la dispersión de Al Qaeda y la derrota del régimen de los talibanes. Pero para mantenerse en el poder, el presidente Hamid Karzai ha tenido que envolverse en la bandera, negociar con los talibanes y recurrir a prácticas corruptas. Estados Unidos y sus aliados se han topado con los mismos problemas que antes habían asegurado la derrota y retiro de los británicos y luego de los soviéticos. ¿Por qué no se dieron cuenta las autoridades en Washington de que se estaban embarcando en una misión imposible?
¿Cómo se mide el éxito de una aventura militar? Una vez más los invasores han creado más enemigos que amigos. En Francia y otros países de las fuerzas de ocupación se preguntan por qué los afganos matan a los que los entrenan. No entienden el odio que han generado.
Cuando por fin concluyan las guerras se habrán perdido un cuarto de millón de vidas y creado cerca de 8 millones de refugiados. Estados Unidos habrá gastado unos 3.7 billones de dólares en sus operaciones en Afganistán, Irak y Pakistán. Esta cifra es el resultado de un estudio llevado a cabo por el Instituto Watson de la Universidad Brown y cuatro veces superior a la anunciada por el presidente Obama hace unos meses. Ese análisis concluye que Washington ya ha erogado casi 3 billones e incluye en sus cálculos los gastos médicos de los veteranos durante las próximas décadas.
Los costos de las guerras no terminan con el último disparo. En este caso, Estados Unidos ha pedido prestado casi la totalidad de lo que ha erogado y, por ende, deberá pagar los intereses de esa deuda.
Cuando se repasan las guerras en los cursos de historia se suelen listar las causas de los conflictos. Se pregunta acerca del origen de determinada guerra. Lo que resulta más difícil de saber es cómo terminan las guerras. En el caso de Afganistán e Irak, la respuesta es que acaban mal.
Es cierto que muchas de las empresas privadas que operaron (y siguen operando) en Irak y Afganistán, algunas con vínculos directos con políticos neoconservadores en Estados Unidos, consiguieron contratos lucrativos. Hay también compañías petroleras que han sacado provecho de la guerra en Irak.
Pero en términos generales las aventuras en Afganistán e Irak han sido un fracaso. Hoy dicen las autoridades estadunidenses que ha llegado la hora de salirse de Afganistán, como hace poco fue tiempo de abandonar Irak. En 20 años se dirá que ambas aventuras fueron un error. En 50 años los habitantes de Estados Unidos seguirán teniendo un recordatorio constante de esas guerras: el pago de los gastos incurridos durante las mismas. Quizás ese será el legado permanente de las aventuras iniciadas por el presidente Bush (hijo) hace 11 y nueve años, respectivamente.
Por último, un dato curioso. Desde 2001 la población musulmana estadunidense ha aumentado mucho. Así lo refleja el hecho de que el número de mezquitas ha pasado de mil 209 a 2 mil 106 en la pasada década.