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Mensaje de los dioses:
Tracy L. Barnett REAL DE CATORCE, San Luis Potosí. Llegaron por cientos desde la Sierra Madre Occidental, nativos wixárika o huicholes en una búsqueda espiritual, tratando de consultar con los espíritus de sus ancestros y de la tierra donde comenzó su mundo. Vinieron en su atuendo ceremonial, en coloridos bordados con sus símbolos sagrados del venado, el águila y el peyote. Llegaron con sus ofrendas hechas de chaquira, de calabazas y de cera. Las ofrendas las habían hecho preciosas con su amor y sus oraciones, como sus antepasados lo hicieron durante siglos. Este año, sin embargo, sería muy diferente. La tierra sagrada de Wirikuta se encuentra bajo la sombra de un futuro incierto. Amplias franjas de la reserva natural han sido concesionadas a mineras canadienses, y cientos de hectáreas han sido arrasadas por compañías agroindustriales. Este año, los huicholes atendían al llamado que circuló por todas sus comunidades, esparcidas a través de la Sierra Madre en cuatro estados: Las velas de la vida se estaban muriendo, y ellos se juntarían en aquel lugar para orar por su renovación. ¿Qué sería diferente en esta ceremonia? Por un lado, que los peregrinos de todas las comunidades se concentrarían en el Cerro del Quemado, la montaña de la que se dice nace el sol, y harían una ceremonia conjunta, en lugar de hacerla en grupos pequeños durante el año. Normalmente, cada centro ceremonial enviaba a su propio mara’akame (chamán) y a los delegados a hacer una serie de rituales íntimos en los sitios sagrados a lo largo del camino, cada grupo a su manera tradicional. Por otro, que a nosotros –quizás– se nos permitiría asistir.
Los huicholes son uno de los grupos culturales más vitales que quedan en el continente americano, en parte debido a la complejidad y cuidadoso resguardo de sus rituales, creados hace siglos para mantener una relación viva y recíproca con la naturaleza. Estos rituales son resguardados tan cuidadosamente que sólo en raras ocasiones se han abierto a los extraños –o incluso a los huicholes de otras comunidades. Así ocurrió la noche del 6 de febrero, el Cerro del Quemado cobró vida con las canciones de más de mil mara’akate (plural de mara’akame), jicareros, cantadores y comuneros wixaritari, conectando con la esencia de la vida encontrada ahí y rezando a sus dioses en un nivel sin precedentes de Peritaje Tradicional o de consulta espiritual para la orientación. Y es por eso que, por primera vez, decenas de teiwaris o mestizos, activistas y miembros de los medios de comunicación recibieron invitaciones especiales para asistir a la ceremonia. La idea era que esperaríamos al pie de la montaña e iríamos acompañados de un mara’akame en una ceremonia especial durante la noche. Mientras, en la cima los ancianos se comunicaban con sus antepasados, sus dioses y las “esencias de la vida”, y esperaban respuesta a su pregunta: ¿Qué debemos hacer respecto de las amenazas a Wirikuta? Podría ser que se nos invitara a subir a la cima durante la noche para unirnos a la ceremonia, o esperar al pie de la montaña hasta el amanecer, cuando los mara’akate bajaran a compartir con nosotros el mensaje recibido. A las 10 pm llegó el mensaje de que a los medios de comunicación e invitados se les permitiría acercarse por un tiempo limitado, con la condición de permanecer en silencio y no tomar fotografías. Salí en la punta para ver la brillante cresta de la cima con fogatas a lo largo de su espinazo. Una brillante luna llena brillaba sobre el mar de nubes de abajo. En el centro, en el círculo concéntrico de piedras llamadas Tatewarita, o lugar del Abuelo Fuego, casi una docena de mara’akate se arremolinaban. La mayoría llevaba su sombrero de ala ancha adornado con plumas de guajolote, antenas que captaban y amplificaban los mensajes enviados por sus dioses. Otros estaban envueltos en cobijas para protegerse del intenso frío. Todos vestían su atuendo ceremonial de algodón, delgada protección contra los vientos que arreciaban. Muchos de ellos llevaban días caminando en peregrinación, sin dormir y comiendo muy poco, y habían sido sorprendidos por los helados aguaceros de la tarde-noche.
De pronto, los mara’akate reunidos y el gemido lastimero de los violines wixárika comenzaron a sonar en la oscuridad. Los cantos de los mara’akate subieron con el viento; la ceremonia había comenzado. Durante la larga noche, cantaron sus plegarias a los espíritus que habitan en este lugar. Guiaron su diálogo ancestral con el Abuelo Fuego, un intermediario entre el mara’akame y sus dioses. El peyote sagrado que había sido cazado en el desierto el día anterior estaba ejerciendo su magia. Las horas pasaron borrosamente y me acurruqué agotada cerca de una fogata en la cresta de la montaña, dormitando por momentos antes de sentir un cambio en el viento. Sentí que algo sucedía y regresé al fuego para encontrar un cambio en la energía. Los mara’akate se habían puesto de pie y comenzaban a danzar, un rítmico y optimista movimiento de pies, un meneo hacia adelante y hacia atrás que calentaba el cuerpo y el alma. Pronto, toda la multitud se movía al unísono, los huicholes en el centro, los visitantes en las orillas. El frío comenzó a disiparse y el ritmo gozoso hizo retroceder la fatiga. Sorprendida por el optimismo dada la gravedad de la situación, le comenté al antropólogo Johannes Neurath sobre la aparente ligereza. “Si quieres que los dioses vengan a tu ceremonia, tienes que hacerla interesante. Ellos no vendrían a una ceremonia aburrida”, dijo. Un cordero fue llevado al centro y un mara’akame elevó una oración por él y le pidió que entregara su espíritu por el bienestar de la humanidad. El sacrificio fue lo mas rápido y cordial. Su sangre se ofreció junto con oraciones de todo corazón a las cinco direcciones. “Me pregunto cómo se están sintiendo los dioses con todo esto”, reflexionaba yo. “Oh, creo que ellos están muy contentos”, dijo Armando Loizaga, fundador de Nierika, un centro para el estudio de las plantas sagradas. “Para empezar, hubo la gentileza del sacrificio –que fue una buena señal–. Por un lado, hemos sido bendecidos con una noche clara llena de estrellas. Y por el otro, aquí estamos todos. Se nos permitió estar aquí, y eso es un gran regalo”.
En un cierto momento, wixáritari y teiwaris por igual sucumbieron a la tentación del sueño. Sin embargo, cientos continuaban danzando con los fascinantes cantos de los mara’akate. Luego el sol comenzó a aclarar el cielo del este, y nos permitieron fotografiar algunos momentos de la ceremonia. Finalmente, una procesión comenzó su caminata de la cresta sur al xiriki, un altar como una pequeña casa en la cumbre, donde centraron sus oraciones de nuevo y depositaron sus ofrendas. Los cantos paulatinamente se desvanecieron a media mañana, y los mara’akate y los líderes comunitarios tradicionales se reunieran en el centro para discutir, en su lengua wixárika, el significado del mensaje que les habían dado. Casi al medio día se reunieron en el círculo de Tateiwarita para compartir su visión con el mundo. “Ellos (los dioses) están tristes, y piden con lágrimas, llanto y dolor, que no se haga, que no arranquen el corazón, que no saquen la sangre de esta montaña sagrada”, dijo el mara’akame Eusebio de la Cruz, de Santa Catarina, Jalisco, quien transmitió el mensaje de los dioses en su lengua materna, seguido por un traductor. Quizás lo más importante, dijo: “Pidieron que todos los del pueblo wixárika estén unidos para defender este lugar, y que todos los seres humanos, aun aquellos que invaden y destruyen este sitio sagrado, se unan a nosotros”.
Ese fue un mensaje fuerte para un pueblo que ha estado dividido por casi un siglo con disputas territoriales y de otro tipo que han generado rencor entre las comunidades. Y quizás también fue una indicación, junto con la decisión de permitirnos unirnos a ellos la noche de este ritual, de una nueva apertura por parte del pueblo wixárika con el mundo exterior. “Finalmente, la palabra llegó con el amanecer: ellos habían pasado la prueba y terminaron con una gran unidad, una gran coincidencia de ideas”, dijo Eduardo Guzmán, juez en la comunidad desértica de Las Margaritas y líder del Frente en Defensa de Wirikuta. “Eso nos da la esperanza de que juntos podemos formar una fuerza mucho más potente para impedir los proyectos destructivos y perjudiciales que amenazan Wirikuta. Me voy con una gran alegría y un gran sentido de esperanza, de que algo puede hacerse”. El antropólogo Paul Liffman dijo: “Los huicholes se han posicionado como los sacerdotes de la lluvia que beneficia al mundo entero, y por eso la mina representa una gran amenaza, porque ellos están tratando de ser un tipo de sacerdocio ecológico y todo está en juego. “El hecho es que vivimos en una época de desecación planetaria a causa del cambio climático, y el respeto por el agua que está totalmente implícito en esta ritualización de la adquisición de agua de una montaña, nos enseña a tener una relación de respeto y honor con los elementos naturales, que ellos tratan como divinidades. Los manantiales son la corporalización terrenal de los ancestros. “Aquí todos, incluyendo a los que están a favor de las minas, creen que los Huicholes traen la lluvia”, continuó. “Y ahora no ha llovido en 14 meses y llueve repentinamente con la llegada de un grupo sin precedentes de líderes de los centros ceremoniales. Ellos siempre han argumentado que son un vínculo esencial para la reproducción ecológica no sólo de la región, sino del mundo”. El sol brillaba a su salida y la de los cientos de peregrinos y sus invitados. Al momento de escribir este relato, la noche ha caído sobre Real de Catorce y la ciudad está en silencio una vez más –excepto por el suave golpeteo de una lluvia constante. *Este texto es resumen de una crónica que es la tercera parte de un serie sobre el peregrinaje reciente y la ceremonia para salvar Wirikuta. Las otras dos partes se encuentran en www.theesperanzaproject.org/es. Para más información sobre la lucha para proteger Wirikuta, vea http://www.frenteendefensadewirikuta.org Para la declaración del Pueblo Wixarika compartido con el mundo el 7 de febrero, lea http://su.pr/5stJ8y Con materiales aportados por José Peguero. (Traducción: Luis Fernández V.)
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