Opinión
Ver día anteriorViernes 16 de marzo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Enhorabuena primavera sin sangre?
E

n la magia de la alucinación de nuestro pasado azteca, este miércoles, el Sol y la Luna, la brisa y el mar, serán estrellas de mil noches, acariciándose sin tocar, con sólo palabras mágicas.

Estrellas en pozo matriz de la que nacieron la Luna y el Sol, manantiales de nuestra lengua azteca, espuma y cristal de ternura agradecida, firmamento cálido de rojo sexual.

El Sol y la Luna, el Sol en la Luna cristales en el rostro, para tocarnos con la fuerza del Sol, roce de caucho, deshaciéndonos en la estrella de nuestro encuentro. Cama de cilindro negro fuera del espacio, sobre una luz color lodo. Irrealidades e influencia y magia del fluir de metamorfosis visible. Llama fosfórica en el final de la vida y el movimiento, en que la Luna mató al Sol en la oscuridad sangrienta de la densa raya del espacio. Triángulo negro, anuncio indígena del disco de luz más suave, cortada horizontalmente para dar paso a la lucha en que la Luna, hundió su cuerpo moreno una y otra vez en que agonizante pugnaba aun por lanzarse sobre ella, revolcándose entre las estrellas para caer ondulante y la lluvia cesara, el trueno enmudeciera y se sucediera una claridad oscura, tenue y azulada, de luz indecisa, como de que sí y que no, similar al primer albor de un día, tenue y delicado.

Irreprimible placer masoquista de vivenciar muertos y más muertos que mágicamente se tornaba sádico y placentero en la conciencia, aterrador en la memoria diferenciada del inconsciente en que el Sol volvió a resucitar como reptil que crecía en eses, circularmente, con rapidez prodigiosa y se desesperaba en dos estrellas en ese día, lanzándose hacia el lugar en que permanecía desmayada, la Luna exhausta, oculta bajo el Sol, recostada en un lecho amarillo y naranja, alfombra de bugambilia de colores: la Luna a la que el Sol después de treparla por espacio de una hora astral, consiguió, al fin, llegarle al promontorio triangular ennegrecido, para que la brisa sobre el mar fuera canto misterioso que nacía, temblaba y se dilataba en el auge de la oscuridad.

No se comprendería de otra forma el cachondeo platónico del Sol y la Luna, percepción de nuestro espacio vacío, incompleto, deseo insatisfecho, juego de sentidos y fuerzas entre canales laberínticos, refugio de despliegues fugaces y ficticios donde nos sepultó ese resplandor de sombra oscura, fuego a punto de extinguirse que desapareció la indesaparecible creación de apariencias y alucinaciones, tierno perfume de suavidad sexual.

Desaparece el Sol tras las cimas del Popo y del Izta y su sombra envolverá a las montañas, con un manto de crespón, magia del día que muere y la noche que nace fuera del tiempo y el espacio, mientras la azulada niebla del crepúsculo tenderá sus alas sobre las montañas que nos hablan de permanente fiesta sangrienta en el espacio y en especial en este miércoles.

Tocar sin tocar, de la Luna al Sol, creación de un espacio vacío, del estar y no estar, dinámica que se crea jugando, escribiendo, sexuando y devela no obstante la vaciedad de un espacio recién creado, articulación de vida y muerte, sólo captable en la sombra que dibuja la Luna entre ligeras nubes más allá de los montes, como una serpiente azul que se enrosca al Sol en la cintura y lo remata con duende grabado a fuego, en esa pirámide enterrada que termina para dar inmediato nacimiento a la que sigue, en el instante en que la muerte se quiebra para el giro y se desgarra al ímpetu de la cabeceada del Sol en su salida, en un tiempo imperfecto oculto tras el grito, que verá cómo pasan los rayos del sol cerca, de la luna y ya no verá, por la emoción misma, si esos rayos han salido en anarquía, siguiendo su propio ímpetu, o si su camino es la roja cuesta de la Luna.