Opinión
Ver día anteriorJueves 15 de marzo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿A quién pertenecen los partidos?
E

l domingo 11 de marzo, en el fallido acto de masas en el que Josefina Vázquez Mota rindió protesta como candidata del PAN a la Presidencia de la República, ella misma hizo una advertencia que me parece reveladora. Dijo que había que recordar que los verdaderos dueños del partido son los ciudadanos. No creo que los destinatarios de estas palabras fueran los insolados de las gradas. La candidata le hablaba a la dirigencia de Acción Nacional, y en particular al presidente Calderón, que no ha olvidado su pertenencia partidista ni por un minuto, y que en medio de los muchos agobios que le significan las responsabilidades de gobernar siempre se ha dado tiempo para seguir atendiendo el timón de su partido. La competencia entre el candidato y el jefe del partido por el control de la organización ocurre de manera inevitable, y no sólo en Acción Nacional, y expresa la rivalidad que se desarrolla entre dos liderazgos –nótese que aquí la figura del presidente o secretario general del partido está ausente– que compiten por el control del partido.

La insistente participación del presidente Calderón en la vida del PAN, de la cual no quedó lugar a duda durante la competencia interna por la candidatura presidencial, es una fuente constante de tensiones entre los panistas, pues muchos resienten lo que consideran una pérdida de autonomía de la organización. Sin embargo, el Presidente y su círculo más cercano creen que su intervención es legítima, y que de no haberla el partido perdería definitivamente la brújula. Esta apreciación le hace un flaco favor a Gustavo Madero, quien, en tanto que presidente de Acción Nacional, ha asumido la responsabilidad del proceso de selección de candidatos y se ha convertido en blanco de ataque de los descontentos. Esta es una historia injusta, pues bien sabemos que el encargado último del palomeo de las listas de candidatos es Felipe Calderón. Hay que decir que este último no se inventó nada. Históricamente, en el PAN, como en los demás partidos, la dirigencia ha sido determinante en esa selección. Pero lo que antes era una obligación, en democracia se ha convertido en una prerrogativa que excluye a la militancia. En estas circunstancias, difícilmente puede afirmarse que el partido pertenece a los ciudadanos, aunque ellos hayan resuelto efectivamente la competencia por la candidatura para la elección del próximo julio.

Los rabiosos pleitos por las candidaturas al Congreso y a otros cargos de elección que estarán en juego el próximo mes de julio han puesto al descubierto las discrepancias que se agitan en el seno del partido, como ha ocurrido con el PRI y con el PRD, pero, a mi manera de ver, sobre todo han dado prueba de que el control del PAN es el meollo de la disputa entre Felipe Calderón y Josefina Vázquez. El primero no está dispuesto a dejar el partido en manos de una candidata cuyo triunfo está muy en veremos, y la segunda cree, o sabe, que los resultados de su campaña dependen de su capacidad para hacer suya la organización. Uno no quiere dejar ir, y la otra se empeña en arrebatar.

Estos jaloneos ocurren en un nivel muy alejado de la militancia y de los adherentes, que sólo ven ires y venires de candidatos y de aspirantes a candidatos que les piden su apoyo, si acaso algo les piden. No obstante, a nadie se le ocurre pensar que la base del partido debe tomar estas decisiones; y cuando Josefina dice que el partido pertenece a los ciudadanos, lo que sugiere es que cuando ella camine por los corredores del PAN, Felipe Calderón deberá hacerse a un lado porque ella obtuvo la candidatura presidencial a pesar de él, con el apoyo de los panistas de a pie, a quienes representa con más fidelidad que él; a los que son, según ella, los verdaderos propietarios del PAN.

En el PRI la escena es muy diferente. No obstante el dislate que fue designar a Humberto Moreira presidente del partido, el liderazgo de Enrique Peña Nieto entre los priístas está firme como la Estela de Luz; Pedro Joaquín Coldwell se desempeña como un presidente de partido honesto, directo, sincero y trabajador, que muy cumplida y prudentemente se abstiene de desafiar la autoridad del candidato que es ya, y desde hace varios meses, el líder indiscutido del priísmo nacional. Esto significa, en primer lugar, que los pleitos que pueda suscitar la distribución de cargos de elección popular serán mucho menos graves que los que le hacen ahora la vida imposible a Gustavo Madero. Pero con todas sus virtudes, los acuerdos entre priístas no son el resultado de una organización más democrática, sino la réplica del pasado, cuando el líder del partido era el Presidente de la República, que era también el verdadero propietario del PRI.

En el PRD todo indica que las dirigencias –varias y diversas– han aprendido a negociar entre ellas; el proceso no se ha desarrollado sin rispideces, pero en esta ocasión, y salvo casos excepcionales, Andrés Manuel ha decidido mirar en otra dirección cada vez que sus correligionarios discuten espacios legislativos. Esta ausencia ha aligerado la atmósfera; sin embargo, tan feliz desenlace fue posible una vez que López Obrador había asegurado las curules que le interesaban para sus allegados más cercanos. El resto lo deja indiferente, también porque cree que la tarea de gobernar México es un asunto reservado al Presidente de la República con el apoyo del pueblo en general; en este arreglo el Poder Legislativo no tiene mucho que hacer, y poco importa quién sea el dueño del partido.